Por Ramiro García Morete
“Nunca fue fácil soñar/ Mi guitarra me contiene/ compañera de ansiedad./ ¡Festejo! ¡Porque no hablo!”. Once o doce años tenía Gastón cuando se quedó sin palabras. O dijo las precisas: “Es esto”. Si bien su padre era percusionista de folklore, era su madre –quien pintaba– la que contaba con la mejor colección de vinilos. LedZeppelin I sonó en el tocadiscos, aparato que ninguno de sus tres hijos comprende del todo aunque, por supuesto, tocan algún instrumento. Es que en su vida siempre hubo música, inclusive cuando antes de la lesión de rodilla proyectaba un camino en el fútbol jugando en las inferiores de Gimnasia. Pero aquellos riffs, los mismos que con la criolla intentaba emular reduciendo la velocidad de la bandeja, fueron como el conejo blanco de Alicia. Ya cursando en el Nacional y con la Faim Les Paul de su padre armaría Perros Callejeros, con un enfoque más “stone”. Por eso su primera guitarra propia sería una telecaster, ya junto a sus amigos de Villa Elvira: La Jaula. “No imagino una vida sin tocar”, dirá. Como tampoco imaginó durante quince años una vida sin esa banda “donde no había un líder. Todos tenían personalidades fuertes”. Pero luego de que un par de integrantes emigraron, aquel verano del 2010, soñar se hizo más difícil. Entre Winning Eleven y zapadas, el baterista Gonzalo Orozco y él se habían acostumbrado a armar temas nuevos mientras el resto no llegaba. Pero esta vez ya no llegaría el resto: con toda la gira y las fechas armadas, el cantante de la banda había decidido bajarse. Angustiado y todo, ese 12 de febrero festejó su cumpleaños. Se armó una zapada y cuando Martín Ruta tomó el bajo volvió aquella sensación: es esto.
La electricidad intacta, como aquel vinilo de la banda que lleva tatuada en su brazo izquierdo. Precisamente una convención de tatuajes sirvió de debut para este trío sólido y potente, con riffs consistentes y letras que no hablan de más. Como “No hablo”, este disco en tres entregas que profundiza y mejora el sonido de Gol. Aureliano Martins (batería), Nicolás Vidart (bajo) y Gastón Luengo (voz y viola). Todos en una sala. Aunque en vivo colabore Pablo García en guitarra. No mucho más que eso… y que hable la música.
“Fue una decisión acertadísima porque como está todo con la guita y todo, estaba difícil hacer un disco entero –comenta respecto a la fragmentación del álbum–. Cuando hablamos con Gustavo Gauvry (reconocido productor) nos dijo: fíjense que Radiohead está editando simples. Lado A y lado B. Volvieron a los vinilos de aquella época”.
“Me encanta decir obra conceptual”, dice Luengo y lanza una carcajada. “Pero sí –asume–. Tiene un prólogo, que salió en el primer disco (lado G), que es lo que para nosotros significa eso. No hablar significa que hablen las canciones. De hecho no soy de hablar mucho en los shows. Tenemos una visión social, pero tampoco nos metemos a hacer bandera de nadie. Veíamos mucho algo trillado, como un standard de hablar mucho en los recitales. Y si bien están a full y las usamos, hacer menos movida de las redes. Focalizar en la música”.
Si bien el terreno es similar a “Lo Sagrado”, se ve una evolución y acercamiento a la canción. Luengo encontró que cuando lo llamaban de las radios “no podía tocar los temas con la acústica. Y se ve que le encontré el gusto”. Entre otras cosas, comenzó a “matizar las voces, darle más bola. Gauvry me decía en broma: ¿por qué estás tan enojado siempre? Uno no se da cuenta, pero eso de cantar con los dientes apretados. Y al hacer canciones, cambia”.
Pero el rock & roll está siempre. ¿Por qué no se puede dejar? “Debe ser porque no pienso en llenar un estadio, hacerme millonario. No voy a tocar algo que no me gusta. Eso seguro. Me das una guitarra y me sale eso, tocar. Desde el blues hasta el power rock, me gusta todo. Pero tengo un estilo definido. No me interesa cambiar, porque es lo que me gusta. Sí laburo para que los temas suenen mejor”.
La misma pregunta se hace extensiva al oficio de ser músico, más allá del estilo: “Yo lo pienso al revés… ¿qué haría si no tengo banda? Para mí es lo más. No podría vivir si no tengo que ensayar, componer temas, ir a tocar. En mi casa tengo tres hijos y los tres tocan instrumentos. Un hijo de 15 que toca mejor que yo la guitarra. Me salió heavy metal, cosas que nunca me salieron. Sin tocar sería cabeza de fútbol. De hecho fui dejando el fútbol por la música”.
Luengo se refiere a las tradicionales complicaciones de sostener una banda independiente, pero en tiempos de crisis. “Cuesta una bocha. Con un gobierno así sólo le va bien a unos… Pero hay cada vez más pobres y los menos, son cada vez más ricos. A todos los demás nos cuesta mucho. Si antes costaba grabar un disco, ahora mucho más. Hay que organizarse más y no hacer boludeces. Pensar en qué hacerla. Volvés un poco más a lo artesanal. Después la guita, te tenés que romper el orto para grabar”.
Trabajando con la asesoría de Juan Martin Calabró (Sueño de Pescado), la banda prepara cuatro temas más para completar la trilogía (G, O y L) y proyecta un año con menos shows, pero de mejor calibre y producción. Por lo pronto, este domingo a las 18 la Gol se presenta gratis en el C. C. Islas Malvinas (17 y 51)