Furor por Chile: para comprar tecnología o para comprar ideas

Por Contexto

Dejar ingresar de manera libre productos importados de bajo costo es una de las formas más comunes que tienen los Gobiernos liberarles para atenuar el impacto de las recesiones y ajustes que, generalmente, provocan. Con salarios a la baja, se busca que los trabajadores puedan seguir comprando lo mismo que antes.

En contrapartida, se pone en riesgo la mediana y pequeña industria nacional. Pero, claro, esta segunda parte no es muy tenida en cuenta por quienes ahora encabezan el bombardeo mediático para que se baje el “costo argentino” para producir. Al mismo tiempo, se prepara el terreno para lo que será el impacto de la baja de aranceles para la importación.

La principal estrategia es mostrar el éxodo turístico de argentinos hacia Chile para conseguir productos de electrónica más baratos que fronteras adentros. También se fomentan las compras por Internet desde el exterior, en el llamado sistema “puerta a puerta”. Estas dos ideas buscan operar de la siguiente manera: o se flexibiliza el mercado argentino –se hace más barato– o la única opción es comprar afuera.

El problema es que la única opción que se maneja para abaratar la plaza es apuntar a los sueldos y a las garantías laborales. En dólares, el salario de un empleado local es bastante superior al de cualquiera en Latinoamérica, incluyendo a México. Ni hablar si se lo compara con China o el sudeste asiático. En ese marco, no es casualidad que Mauricio Macri haya propuesto rediscutir los convenios laborales.

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Aunque en el último tiempo se haya intensificado, la campaña arrancó con el inicio del año. El 10 de enero, Clarín titulaba: “Invasión de argentinos en Chile por el combo de precios y playas”. En la nota se detallaba que: “La unificación del dólar y el atractivo de los precios de la electrónica, combustible más barato y una inflación planchada transforman a Viña del Mar y La Serena en un atractivo”.

Para las vacaciones de invierno, el escenario era el mismo, aunque ahora la combinación era precios y nieve, según las crónicas: “Para hacer shopping o esquiar, los viajes a Chile crecieron un 58%”, titulaba el diario de Héctor Magnetto el 19 de julio. “En el primer cuatrimestre de 2016, cruzaron más de 1,25 millón de viajeros. Eso es un crecimiento del 58% interanual”, explicaba el artículo, que también hacía hicanpié en los precios atractivos de celulares y televisores smart.

En octubre, las excursiones trasandinas también se daban los fines de semana largos. Para esta fecha, el objetivo ya no era ir a vacacionar. Por ejemplo, siempre según Clarín, “más de 25 mil familias viajaron a Chile a comprar tecnología y ropa más baratas” durante los días 8, 9 y 10 de dicho mes. La descripción de la situación era bastante evidente:

«Todos los turistas que cruzan la cordillera por el Paso Libertadores vienen cargados de regalos y hasta las compras del supermercado. El motivo: muchos productos se consiguen, en promedio, un 60 por ciento más barato de lo que cuestan en la Argentina».

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En La Nación, también colaboran desde hace mucho para instalar la idea de que había “una Miami a dos horas”, según una textual del 4 de octubre de 2015. Ya en ese momento, se hablaba de que “la fórmula ofrecida (era) imbatible: marcas y precios de Miami a sólo dos horas de avión de Buenos Aires y sin necesidad de tener visa”.

Ya el 19 de junio de este año la situación era de más optimismo y se hablaba de Santiago como “meca del turishopping”. En la noticia, la consultada era una visitante ocasional que afirmaba: «Está mucho más barato, allá las cosas cuestan el doble». También explicaban que los argentinos se reconocían porque iban “cargados con bolsas o valijas con rueditas, llenas de compras”.

La falsa opción –presentada como la única– que aparece para evitar las fugas hacia Chile es la de reducir lo que cuestan los trabajadores para la patronal. No se habla, obviamente, ni de márgenes de ganancias, de subsidios, de proteccionismo o transferencia de los sectores que generan poca mano de obra –el campo o la minería– hacia la industria, la obra pública o, por qué no, los servicios y hasta el turismo.

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Lo que se oculta, claro, es lo que planteó Cristian Carrillo en Página/12 este lunes: “Pese al elevado grado de informalidad, el modelo laboral argentino detenta un alto nivel de cobertura sindical que permite una mayor equidad e igualdad en los ingresos del sector registrado respecto a otros casos en el mundo”.

Y este mismo periodista también trae a cuenta lo que sucede detrás de la Cordillera, a donde los funcionarios oficialistas quisieran ir a buscar más que un teléfono:

“En el caso chileno, el que más convence a los funcionarios macristas, el actor sindical es débil, comparable al de los países andinos como Perú, Colombia y Venezuela, pero diametralmente opuesto al que predomina en Europa. De cada 100 trabajadores, sólo 14 están afiliados a algún sindicato en el país trasandino y sólo 12 negocian colectivamente sus condiciones de trabajo. En Argentina el nivel de sindicalización se mantiene estable desde 2005 en el 37 por ciento. En la Unión Europea la proporción de afiliados es de 23 por ciento y los cubiertos por negociaciones colectivas llega a 66 por ciento”.


 

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