En el remitente vamos todxs

Por Carolina Muzi

Se escucha entre risas y frenadas del colectivo y, cuando menos, hace entrecortar la respiración porque a) proviene de voces adolescentes y b) porque capta esa otra corriente que baja de lo más alto del Gobierno junto con su ánimo de venganza y de revancha: el cinismo. Lo oído:

-¿Sabés por qué Obama viene el 24 de marzo?

-Porque es el día más negro de nuestra historia.

¿Nos tomó realmente por sorpresa esa noticia hace unas semanas?

En toda relación, las señales pueden verse el primer día. Que se dejen pasar es otra cosa. En este caso fue clara y estuvo impresa. Al repudio de los trabajadores siguió el de todxs cuantxs se suponía lo harían, aun cuando en el estado de blindaje mediático –que aquella jornada estrenaba cambio bipolar de signo– el rechazo a tamaña provocación no sería una noticia masiva.

Es oportuno traer hoy al ruedo aquel editorial que, bajo el título «No más venganza», La Nación publicó de inmediato, al día siguiente del balotaje. Y es oportuno recordarlo porque a cuatro exactos meses de que lo metieran a imprimir como acto reflejo (y preparado, quién duda que estuviera en parrilla) del retorno al poder de sectores que defienden y/o integraron el terrorismo de Estado, llegaría el presidente estadounidense Barack Obama a la Argentina en las vísperas de los cuarenta años del golpe más sanguinario de nuestra historia (por cuyos genocidas y algunos de sus cómplices civiles pedía ese texto).

se atraviesan días que parecen la versión local de eso que le sucedía a la protagonista de la película Good bye Lenin: ¿Hay acaso un descongelamiento del coletazo perdido de la Guerra Fría? Como un efecto casata, nos llega la marea espesa de un menú demodé resucitado, que se creía, al menos en algunos aspectos, superado para siempre: el guión más burdo del imperialismo.

Aunque no es posible ponerle humor a los sucesos argentinos, cuántxs imaginan hoy a Mafalda dándose la cabeza contra la pared; se atraviesan días que parecen la versión local de eso que le sucedía a la protagonista de la película Good bye Lenin: ¿hay acaso un descongelamiento del coletazo perdido de la Guerra Fría? Como un efecto casata, nos llega la marea espesa de un menú démodé resucitado, que se creía, al menos en algunos aspectos, superado para siempre: el guión más burdo del imperialismo.

Por eso, resulta importante observar el hilván entre aquella nota de presentación (que venía solamente a reconfirmar filiaciones del nuevo gobierno y su intención de evanecer la moralidad arduamente construida en torno a la memoria, la verdad y la justicia) y esta visita. Porque, de ese modo, se produce el efecto que tiene el limón sobre la tinta invisible con que escriben ese largo guión apto para sagas regionales, que vivimos en carne propia y no se lee en las noticias.

Es importante recordarlo en estos días a propósito de los 10.213 caracteres fechados el 2 de marzo en Buenos Aires con que Adolfo Pérez Esquivel, luego de saludarlo fraternal y sinceramente con la paz y el bien, tuteándolo le pide a Obama que observe minuciosamente el almanaque histórico continental. Porque si parte de las reacciones (a favor y en contra) por el anuncio integraron las noticias, no había habido aún ese viejo formato socorrista de la comunicación social, que viene al rescate cuando los poderosos silencian, ocultan o disfrazan: la carta abierta, que desnuda la secuencia de los hechos y los dimensiona en el presente y en la perspectiva histórica. Un formato comunicacional ético, que sólo es posible desde la autoridad moral en contrapeso, por ejemplo, del único otro acto de urgencia comunicacional que (a veces) admiten los medios en su lógica de empresa: la solicitada, paga y costosa.

Lo curioso es que, en democracia, haya circulado tan poco la carta íntegra y clara con que Adolfo Pérez Esquivel le pide a Obama que no venga para esta fecha. Comienza ocupándose del hilo del antifaz (la elaboración en síntesis extrema, en lo posible de punteo o bullets con que comunica el Gobierno local, ensambla con la modalidad de su central estadounidense), que aquí, casi a modo de título, para anunciar el objetivo de la visita, dispara: “estrechar lazos de cooperación con el gobierno recién electo”. Ay.

Esquivel ubica en tiempo e historia al presidente, que tenía catorce años en 1976, para describirle como sobreviviente del horror lo que entonces sucedió en buena parte de América la nuestra bajo los lineamientos de la Doctrina de la Seguridad Nacional (y de la Operación Cóndor), cuyo espíritu fue diseñado en el país del presidente Obama.

Pérez Esquivel empieza por vertebrar el sentido de la tour de force recorriendo en un párrafo la situación de los Estados Unidos de América con la primera escala: Cuba, mencionando los pedidos del Papa y las violaciones a los derechos humanos de los prisioneros en Guantánamo. Y revela que el mismo Obama, en una carta que le escribió a nuestro Nobel de la Paz el año pasado, asentó su voluntad de “llevar este capítulo de la historia de Estados Unidos a su final”.

Párrafo seguido, Esquivel ubica en tiempo e historia al presidente, que tenía catorce años en 1976, para describirle como sobreviviente del horror lo que entonces sucedió en buena parte de América la nuestra bajo los lineamientos de la Doctrina de la Seguridad Nacional (y de la Operación Cóndor), cuyo espíritu fue diseñado en el país del presidente Obama para enseñarle a las fuerzas armadas latinoamericanas, alumnas de la Escuela de las Américas, tácticas de disciplinamiento social con tortura y secuestros. Así, asociados con las clases dominantes locales, podrían imponer sus políticas económicas neoliberales.

Y así fue como pudieron destruir nuestra industria y capacidades productivas, permitiéndole a muchas de las empresas cuyos herederos (en segunda o tercera generación) hoy integran el Gobierno estatizar la deuda privada que, aun ilegal e ilegítima, este flamante Gobierno ahora vuelve a usar de cuerda de ahorque para su propio pueblo en un malabar nauseabundo, cuya dirección se ve agitada por un bastón loco y decrépito, el del juez neoyorquino que alimenta a los fondos carroñeros.

Aquí también vale tender el puente entre la nefasta solicitada del 23 de noviembre pasado, la visita próxima, los socios de la sucursal austral y el turno que seguía en la justicia argentina: venía el momento del sufijo cívico, de condenar a los cómplices de los ejecutores del terrorismo de Estado por sus cuentas pendientes, entre quienes se cuenta una emblemática empresa norteamericana como la Ford, por caso. Todo esto acompañado, en una suerte de guión de telenovela bananera clase Z, por el cuestionamiento del número de desaparecidos por parte de un funcionario que aspira reforzar lazos en su familia política. Si hubiera que caracterizar el zeitgeist, patético y peligroso serían dos adjetivos acordes. El mismísimo Papa advierte contra aires del 55.

Se agradece una vez más a Pérez Esquivel que haya repasado con claridad la secuencia de cuatro décadas, en la que quizá al presidente estadounidense se le escape la efeméride de los doscientos años de independencia nacional que, por otra parte y muy posiblemente, este gobierno no festejará.

Se agradece una vez más a Pérez Esquivel que haya repasado con claridad la secuencia de cuatro décadas, en la que quizá al presidente estadounidense se le escape la efeméride de los doscientos años de independencia nacional que, por otra parte y muy posiblemente, este Gobierno no festejará.

Pero, sobre todo, se le agradece que le ofrezca a Obama una posibilidad de bienvenida sólo alineada con la moralidad y la grandeza, sujeta esta al reconocimiento del accionar imperial en las violaciones a los derechos humanos, a la firma y ratificación del Estatuto de Roma y la Convención Americana. Sujeta también y en la misma línea al cierre de dos descendientes de la Escuela de las Américas: el WHINSEC (Instituto de Cooperación para la Seguridad Hemisférica) y la ILEA (Academia Internacional para el Cumplimiento de la Ley) junto con las bases militares que tienen los Estados Unidos en América Latina.

Y lista, en la columna de la inmoralidad, todo eso que es motivo del rechazo de esta visita: la imposición de tratados de libre comercio, la defensa de las corporaciones, los expolios de toda laya para nuestros pueblos y nuestra Pachamama, sumando aquello que estamos padeciendo como una pesadilla donde resucitan los peores fantasmas (la intervención de las fuerzas de seguridad en asuntos interiores, la represión a los movimientos populares y el encarcelamiento de sus líderes bajo la excusa de la lucha contra el narcotráfico), las nuevas formas del colonialismo.

Vale leer íntegra la carta en que el Nobel no deja flanco sin sujetar al pedido de revisión de los móviles previos a la gira (desestabilización en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Honduras –sumemos ahora Brasil–). También denuncia las maniobras del intento de blanquear la imagen de Mauricio Macri en relación con los derechos humanos. De nuevo, el valor de este formato comunicacional que sólo puede generarse desde la moralidad del remitente cobra la dimensión de la deuncia y la purificación de las aguas noticiosas al recorrer sin olvidos y argumentalmente el guión imperial reciente.

Además del acceso directo que le daría para con el destinatario formal, la eficacia comunicacional que le da el hecho de ser abierta es la posibilidad de poner blanco sobre negro, las cosas claras. En ese sentido, habrá que hacerle llegar a Obama otra carta abierta que posiblemente no haya leído: el documento moral para siempre atado a la memoria, la verdad y la justicia y el ejercicio periodístico. La Carta Abierta a las Juntas que escribió Rodolfo Walsh para esos días aciagos de 1976.

Volviendo a la carta abierta de Adolfo Pérez Esquivel, en este escenario burdo que atrasa cuatro décadas, es importante que circule. Para que no sólo Obama sino millones de argentinos sepan que un pueblo que ha hecho de la defensa de los derechos humanos y de los demás pueblos un eje central de su identidad nacional ahora sujeta la aceptación o no de esta visita a un pedido polarmente opuesto a lo que están mostrando los hechos de la política gobernante. Lo único que podría cambiarle el signo y hacerla aceptable justo ese día es que el presidente Obama se animara a asumir la representación de su país en términos históricos y venga a pedir, lisa, llana y humildemente: perdón.


 

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