En cinco meses de gestión, el PRO no ha dejado de ¿sorprendernos?

Por Mauro Forlani*

El ajustado triunfo electoral, sumado a una economía heredada sin graves problemas, casi pleno empleo, un país desendeudado, “gobernable”, constituían un escenario propicio que invitaba al PRO a una gestión moderada que tratara de gestionar y administrar mejor lo hecho, al tiempo que convocara, que sedujera, a quienes no lo habían votado.

Concretar un programa gradualista, que fuera acomodando las variables económicas sin grandes costos y sobresaltos como: a) utilizar el swap chino para incentivar a los grandes exportadores a liquidar sus dólares, como hacía el Gobierno anterior; b) consumar un plan de microdevaluaciones que, al mismo tiempo que otorgara competitividad a las economías regionales, un tanto atareadas con el “dólar atrasado”, evitara el alto fogoneo inflacionario de estos meses; c) arreglar y actualizar paritarias en torno a los números inflacionarios de 2015; d) abrir el diálogo con el Congreso, dado que la mayoría está en manos del peronismo, e intentar aislar al kirchnerismo radicalizado.

Sin embargo, eligió el camino duro, que expresa cierto “revanchismo” de las clases dominantes y una regresión de derechos conseguidos de los sectores populares durante el kirchnerismo.

Dicen –y dirán– que la habían “levantado con pala” durante los años K. Un argumento que elimina del debate las decisiones de la política económica vertebrales de los últimos años, aquellas cuestiones del orden simbólico. Por ejemplo, la Ley de Medios de comunicación o el intento por democratizar la Justicia. Cuestiones del orden laboral: indisciplina, ausentismo de parte de la fuerza de trabajo en unidades productivas; y actitudes políticas y económicas por parte del Estado nacional como la desobediencia y autonomía del poder financiero internacional, paritarias que reactualizaban salarios (incluso en varios años por encima de la inflación), implementación de programas sociales universales que desmercantilizan la fuerza de trabajo que tenía (y aún los tiene) “envenenados” a sectores concentrados del gran capital y porciones medianas y pequeñas de la burguesía hegemonizadas por aquel.

El nuevo presidente, en lugar de “bonapartear” sobre las distintas fracciones del capital y el trabajo (más teniendo en cuenta que es minoría en el Congreso y gana por dos puntitos las elecciones, intentando captar al electorado más moderado del Frente para la Victoria), decidió rápidamente, en su estrategia, representar de modo directo y a fondo la reacción del gran capital extranjero y local contra los trabajadores.

Aplica una devaluación feroz, que implica una colosal transferencia del excedente desde los ingresos fijos asalariados a los exportadores, lo complementa con la expulsión de miles de trabajadores, en los ámbitos públicos y privados, parálisis de la obra pública, tarifazo en los servicios públicos y apertura comercial que pone en jaque la vitalidad de las pymes.

Esta brutalidad necesita como condición indispensable recortar voces disidentes: la supresión de la Ley de medios, la criminalización de la protesta (que incluye el colmo de encarcelamiento y detención de luchadores sociales y sindicalistas, violando todo tipo de garantías y derechos individuales propios de una democracia republicana), sin contar los decretazos insólitos de nombramientos de jueces a la Corte Suprema, en los primeros días de la gestión, sin la participación del Congreso.

A pesar de la brutalidad, buena parte de la ciudadanía se haya todavía aletargada, anestesiada (imaginen un escenario en el cual el kirchnerismo en el Gobierno hubiera tomado estas medidas PRO), y en esto hacen el trabajo fino los medios hegemónicos de comunicación, mediante un blindaje mediático inaudito en los años de democracia, que refleja una coincidencia plena entre poder político, económico y comunicacional.

El postre de todo esto es que encima viene cargado de un lenguaje elitista, racista, con ecos de la dicotomía “civilización y barbarie” del siglo XIX, al tiempo que se minimiza la violación de los derechos humanos durante la última dictadura por parte de algunos dirigentes del oficialismo.

A pesar de estos meses inaugurales que describen un escenario social y económico regresivo para las clases subalternas, mal no viene, con fines pedagógicos, explicativos, descriptivos si se quiere, ponernos por un instante en la piel, en el lugar, en “la cabeza” de los miembros del gobierno del PRO y del presidente Mauricio Macri.

Tratemos de aceptar que está entre sus intenciones genuinas “el interés general”, el “bien común” de todos los argentinos, y que estas medidas “duras” son necesarias, configuran una especie de costos transicionales que hay que asumir, que hay que adoptar para llegar a su promesa de campaña de “pobreza cero”.

Repasando, se puede decir que el programa implementado por la gestión de gobierno que busca llegar al paraíso prometido está dotado de tres patas:

1) Desregulación del sector financiero, a partir de la apertura de la cuenta capital a los capitales “golondrinas”, regreso al endeudamiento apartir del “arreglo” con los buitre, libre disponibilidad de divisas (¡chau cepo!). Cóctel que implica una subordinación económica y geopolítica a Estados Unidos y el FMI.

2) La nombrada devaluación que permite la absorción de una porción de los ingresos de sectores populares en beneficio de la élite exportadora.

3) Aumento del desempleo buscando disciplinar paritarias en sectores organizados del trabajo.

Este programa, con estas condiciones, busca como objetivo principal incentivar al capital concentrado a relanzar el proceso de acumulación capitalista argentino para volver a un fuerte creciente económico que termine de incorporar, con la generación de fuentes laborales “genuinas”, al porcentaje de compatriotas que aún lidia con la pobreza.

Sin embargo, aun reconociendo estas buenas intenciones, hay que recordarles a Mauricio Macri y sus ministros y militantes que más mercado, más capitalismo, no logra perforar los bolsones de pobreza heredados del kirchnerismo, sino que agrava la cuestión social.

Durante los gloriosos noventa, el “relato” era el mismo. Se trataba, como ahora, de liberar a las fuerzas productivas de las “ataduras” del Estado, y, a pesar del crecimiento logrado en algunos años de la convertibilidad, los beneficios no llegaron a todos; es más, el desempleo, que se prometía como transitorio, no dejó de subir año tras año hasta convertirse en una verdadera pesadilla social que fue uno de los causantes centrales del derrumbe de la experiencia gobernante de la Alianza.

Durante años recientes, Néstor y Cristina tomaron nota de que no alcanzaba con “tasas chinas” de crecimiento y auge económico para sacar a todos los argentinos de la pobreza. Entendieron que hay un núcleo duro de la población que no percibe, que nunca ve los beneficios del mercado, de allí la necesidad de la implementación de políticas sociales y la actuación del Estado para intentar paliar la situación.

Si apelamos a la economía política comparada, los países que mantuvieron la ortodoxia monetarista y son considerados exitosos por el mainstream liberal en América Latina, como son los casos de Perú, Colombia y la Chile heredera del neoliberalismo de los chicago boys de Pinochet, a pesar de años de crecimiento por el aumento de materias primas exportables, son de las experiencias que menos avances han tenido en la lucha contra la desigualdad y la pobreza en el contexto de Gobiernos progresistas en la región.

Rápida moraleja: es más Estado lo que se necesita, no menos. Más y mejor planificación, no menos, si realmente se desea erradicar la pobreza en forma genuina.

En un escenario exitoso, el programa ultraliberal de los CEO de Mauricio Macri puede lograr aplanar la inflación, vía endeudamiento y recorte del gasto público, que le permita incluso ganar elecciones, pero de respetar esta orientación a rajatabla el objetivo de “pobreza cero” constituye una quimera.

En un escenario de fracaso del actual modelo, quizás no sean necesarias las palabras. El combo de recesión y desempleo conduce a aumentos siderales de la pobreza y la indigencia en crecientes capas de la población, alta conflictividad social, ingobernabilidad. Consumando, quizás, una copia parecida del final catastrófico de los noventa.


* Docente de Análisis de la Realidad Contemporánea. Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de San Luis.

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