Por Miguel Croceri
¿Cómo estará, como se sentirá, la sociedad argentina que va a votar en las elecciones primarias y en las generales para ungir nuevos integrantes del Poder Legislativo (o Congreso de la Nacion)?
¿Con qué ánimo andará la sociedad cuando vote? ¿Prevalecerán en la determinación del resultado electoral aquellos sectores enojados con el Gobierno macrista, o se impondrá el plan de la derecha para que el enojo sea contra “la corrupción” que el bloque de poder dominante le atribuye al kirchnerismo, y que una parte considerable de la población ha creído como si fuera verdad?
¿Habrá un voto que manifieste de forma predominante la opinión popular sobre cómo empeoraron sus condiciones de vida en el año y medio de restauración oligárquica? ¿O las continuas operaciones de acción psicológica sobre las masas lograrán que el voto sea contra el Gobierno anterior y su figura emblemática, Cristina Kirchner, sobre todo si ella fuera candidata a senadora por la provincia de Buenos Aires?
Estas preguntas tendrán respuestas parciales luego del escrutinio de las primarias, el 13 de agosto. Pero como la interpretación del resultado, como siempre, será también motivo de disputa –o sea, distintos factores que influyen en la conformación de la opinión pública intentarán que prevalezcan en el conjunto social creencias favorables a su ideología y sus intereses–, tampoco habrá certezas totales sobre qué fue lo que quiso expresar la ciudadanía con su voto.
Y ese carácter controversial, polémico, discutible, acerca de la significación del resultado en las primarias, será a su vez determinante de las condiciones en que las y los votantes volverán a pronunciarse en la elección general, definitoria, el 22 de octubre.
En definitiva, son muchas las preguntas, las dudas, las disputas por el sentido, las verdades parciales y relativas que se generan a partir de los resultados electorales.
Quienes creen que en el pueblo, por su sola condición de tal, anida un esencialismo virtuoso, esclarecido, sabio, impenetrable para la ideología de los opresores –”el pueblo nunca se equivoca”, sería la síntesis de esa forma de pensar–, quizás todavía crean que el triunfo de Mauricio Macri obedeció unicamente a la estrategia de mentiras y engaños perpetrada por toda la derecha, con el propio candidato presidencial en primer lugar, más los “errores propios”, ya sea del espacio kirchnerista y peronista, o de las alianzas realizadas o no, o del postulante a la presidencia Daniel Scioli, o de su discurso o estrategia de campaña, etcétera.
El principal error de considerar solamente esos factores es creer que en las elecciones se está “solo en la cancha”. Que los demás no juegan. Que todo depende de los aciertos o errores propios. Que lo único determinante es quién va de candidato/ta, y qué hace o dice durante la campaña.
Ese tipo de apreciaciones omiten considerar, por un lado, que las disputas de poder están atravesadas por un entramado absolutamente complejo de fuerzas de todo tipo –es decir, factores de poder– que obviamente incluye a los partidos políticos y sus candidatos/as, pero que además integran de modo preponderante las fuerzas económicas, judiciales, mediáticas, del espionaje, sindicales, religiosas, etcétera. O sea, las corporaciones o poderes de facto.
Estos últimos, a pesar de que muchas veces quedan afuera de los análisis, intervienen decisivamente en los procesos políticos, y frecuentemente lo hacen descargando en la contienda todo el poderío de que disponen, cada cual con sus estrategias y defendiendo sus intereses.
Por otro lado, y más grave aun, creer que todo resultado electoral depende de los aciertos o errores propios deja de lado la consideración de que cualquier hecho político, por ejemplo una elección, no se desarrolla “en el aire”, en un espacio abstracto. Se desarrolla en el concreto, humano y terrenal mundo de una determinada sociedad.
Y las sociedades –cualquiera de ellas en el planeta, pero supongamos la de la provincia de Buenos Aires por ejemplo, o la de Argentina en general– están constituidas por millones de personas que tienen una diversidad infinita de conductas, sentimientos, opiniones e intereses. Millones de personas que toman sus decisiones electorales –el voto– por motivos conscientes o inconscientes que nunca pueden conocerse plenamente. Con los recursos de las ciencias sociales se puede llegar a saber mucho, pero jamás a tener certezas absolutas.
Preguntas y conjeturas
Las afirmaciones anteriores pueden ser consideradas como obviedades, y eso probablemente sea cierto. Sin embargo, tal vez sea útil plantear explícitamente todo eso que puede resultar obvio, para tratar de explicarse fenómenos que constituyen desafíos para el pensamiento y la acción política a favor de los intereses populares.
Para tomar una situación específica que es necesario analizar en la política argentina de hoy: la alta aceptación social que tiene María Eugenia Vidal. Un dato que, según diversos estudios de opinión pública, será un factor decisivo en el voto a legisladores este año, y en la consecuente configuración de las relaciones de fuerza después de las elecciones.
Distintos relevamientos concluyen de forma coincidente en que la gobernadora de Buenos Aires será electoralmente la figura más eficiente para la captación de votos en favor de la alianza Cambiemos en el territorio bonaerense, con resonancia en el resto del país, aun cuando no será candidata.
¿Qué está pasando allí? ¿Por qué Vidal tiene tan buena “imagen”, es decir, tiene niveles altos, o muy altos, de respaldo en la población? ¿Cuáles son los factores que determinan ese fenómeno, que es una de las claves de la escena política actual del país, y de la coyuntura electoral particularmente?
De las múltiples respuestas que puedan darse a esas preguntas, muchas son conocidas por las cúpulas del oficialismo nacional y bonaerense debido a que utilizan obsesivamente técnicas de investigación social aplicadas al marketing político –encuestas, grupos focales (focus group), entrevistas profundas, etcétera– para definir sus estrategias (el uso de tales técnicas está en los genes del macrismo, y ha sido parte de su éxito para la acumulación política que hizo la derecha en lo que va del siglo, y que le permitió ganar las elecciones en la Capital Federal desde 2007 hasta la actualidad, y dar el gran salto de 2015 hacia el control del Gobierno de la Nación y de la provincia de Buenos Aires).
Mientras tanto, desde el desconocimiento de esas respuestas, es posible hacer algunas conjeturas, o al menos suposiciones, sobre los porqué de la “buena imagen” de Vidal. Que aunque parezca contradictorio puede no estar relacionada directamente con su gestión de gobierno, ni con las políticas públicas que lleva adelante, ni con el ejercicio de su función. La “imagen política” suele tener, a veces, otras explicaciones.
Un cierto tipo de razones puede obedecer a motivaciones –generalmente inconscientes– de tipo estético y emocional, que se nutren de los paradigmas dominantes y por lo tanto socialmente arraigados, y forma parte de la percepción social acerca de la gobernadora.
Los rasgos faciales de Vidal, sus características físicas, su forma de hablar, el sonido de su voz, sus capacidades retóricas, su adaptabilidad para sonreír por momentos o mostrar un gesto severo en otros y poner “cara de circunstancia” cuando de algo grave se trata, la convierten en una hábil “comunicadora” de significaciones diversas que, en ciertas personas o grupos sociales –los “receptores”, en la terminología clásica de la comunicación social–, que eventualmente pueden llegar a ser amplios sectores de la población, provocan efectos de empatía, de afinidad, de cercanía… De adhesión política, finalmente.
Otro tipo de razones puede estar explicada por el poderoso aparato comunicacional de las grandes corporaciones mediáticas, que, como parte del mismo bloque de poder dominante que integra la alianza Cambiemos, opera constantemente para respaldar a sus representantes políticos. O sea, a figuras que, como la gobernadora o cualquier otro del oficialismo, son sus aliadas ideológicas y políticas.
En un reciente ejemplo de este último, la instigación a la agresión pública perpetrada por Vidal en televisión contra un consejero de la Magistratura que se opuso a la ofensiva de la derecha para echar al juez Eduardo Freiler es legitimada desde la mesa de Mirtha Legrand por todo el poderío de la cadena de medios del Grupo Clarín. En contraposición, si algo similar dijera/hiciera una figura del kirchnerismo, el discurso hegemónico estaría hablando con horror de la “violencia K” contra la “independencia de la Justicia” (la escena televisiva puede ser observada en el video editado por Noticias en Red y publicado en YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=tHPlhWqq1N4).
Pero, finalmente, un ligero resumen de conjeturas acerca de por qué la gobernadora de Buenos Aires tiene la referida “buena imagen” y es un personaje clave del macrismo y de toda la derecha para la construcción de poder en general y la captación de votos en particular debe contemplar a las tendencias ideológicas que anidan en la sociedad.
Quizás, las ideas y sentimientos conservadores –de derecha– latentes en considerables segmentos sociales sean numéricamente más importantes y de una intensidad más fuerte de lo que generalmente se admite.
Quizás, por ejemplo, el constante antagonismo de Vidal con los docentes tenga una aceptación en la población que, en vez de provocarle una mayoría de rechazos y de oposiciones, sea para ella y para todo el oficialismo una fuente de legitimación y consenso.
Quizás el accionar habitualmente violento de la Policía provincial contra las protestas populares tenga un respaldo social muy amplio si los propósitos declamados son poner “orden” y “liberar el tránsito” cuando las movilizaciones incluyen cortes de calles.
Quizás, incluso, la criminal brutalidad de policías entrando a los tiros a una escuela sea valorada positivamente por un grueso de población si el motivo que se esgrime es “perseguir a menores delincuentes” (como ocurrió semanas atrás en Banfield).
Quizás toda la prédica y la acción gubernamental que desprecia a los sectores de la población más humildes, a los migrantes morenos y/o pobres, a las clases populares más necesitadas de la protección estatal, a los empleados públicos, reciben la aprobación de grupos sociales que han internalizado valores individualistas, racistas, antisolidarios y eventualmente violentos.
Son sólo conjeturas. O, más bien, apenas suposiciones. Quizás sea así, o tal vez de otro modo. Pero tanto la reflexión política como la acción que de ella pueda derivar requieren estar atentos a lo que ocurre en zonas de la sociedad difíciles de escrutar y conocer, y sin embargo determinantes en las contiendas electorales y en todas las disputas de poder.
Un error muy común es pensar la política sin pensar en la sociedad que la contiene y en la cual, precisamente, la política ocurre y se desarrolla.