El otro centenario de La Plata

Por Guillermo Agustín Clarke

La fundación de la ciudad de La Plata en 1882 fue símbolo del triunfo definitivo del Estado nacional sobre todos los sectores provincianos, incluso el bonaerense. También el de un modelo liberal y agroexportador que plasmaba su poder levantando una ciudad monumental en las lomas de la Ensenada meses después del genocidio al que denominaron Conquista del Desierto.

La influencia del pensamiento liberal y positivista hizo de la catedral de la nueva capital un edificio estatal y convirtió al 19 de noviembre, fecha de fundación de la ciudad, en la fiesta popular por excelencia hasta el presente, reemplazando las festividades religiosas de los patronos/patronas existentes en el resto de las ciudades de origen hispano y criollo.

Rara ciudad, La Plata. Destinada para puerto, prefirió centrar su vida en la Universidad, y en torno a ella las barriadas obreras de Berisso y Ensenada que la pusieron en la historia grande el 17 de octubre de 1945. En aquel momento, obreros y estudiantes aún antagonizaban. En los años setenta ya no. La región fue un centro de militancia y compromiso político como ninguna otra.

Tal vez por eso el Centenario de la ciudad no fue una fiesta. con dos mil desaparecidos y un cementerio plagado de tumbas sin nombre, la ciudad llegaba a su siglo de vida.

Tal vez por eso el centenario de la ciudad no fue una fiesta. Con dos mil desaparecidos y un cementerio plagado de tumbas sin nombre, la ciudad llegaba a su siglo de vida. En abril de 1982, los conscriptos del Regimiento 7 habían sido traslados a Malvinas. Algunos quedaron allí. Los sobrevivientes fueron devueltos por la noche al portón de la calle 19, sin más recibimiento que el de sus familias.

En ese mismo portón habían esperado ser atendidos otros familiares, mujeres que buscaban alguna información de sus hijos desaparecidos: las Madres de La Plata, en sus primeros recorridos mientras se iban convirtiendo en Madres de Plaza de Mayo. En poco más de cinco años, las Madres fueron convirtiendo la búsqueda individual en colectiva y perfeccionando las formas de hacer visibles sus reclamos.

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El centenario de La Plata era una ocasión propicia para ello, las fuerzas vivas de la comunidad se aprestaban para desfiles y festejos con una torta gigante. Las Madres no estaban invitadas; aunque desde 1979 hacían su ronda en la plaza San Martín cada miércoles para poder estar los jueves en Plaza de Mayo, aun no concitaban más que apoyos muy cercanos y miradas desconfiadas.

El 19 de noviembre, el presidente de facto Reynaldo Bignone vendría a la ciudad por la mañana para participar del Tedeum oficial en la catedral. Las Madres se organizaron con rapidez, llegaron temprano y lograron ser la primera fila junto a la escalinata de acceso al templo. Allí estaban con los pañuelos guardados en sus carteras y las pancartas enrolladas, “como señoras que íbamos a ver al presidente”, contaba Adelina con ironía, siempre junto a su pañuelo. Entre las señoras y el presidente se interpusieron policías uniformados y de civil que entre otras cosas impedían la visión completa de las pancartas que pensaban desplegar. Una vez más, del grupo surgió una idea brillante. Allí estaba el infaltable vendedor de globos de Plaza Moreno. Ellas fueron y los compraron todos. Cuando Bignone recorrió la inmensa vereda y las escalinatas de acceso a la catedral, las primeras filas de su público resultaron ser mujeres con pañuelos blancos que gritaban sus consignas y esgrimían pancartas mientras una bandera con la inscripción “Aparición con Vida” se elevaba con una brisa suave, sostenida por globos multicolores. La dictadura militar estaba en retirada. El recibimiento que se le daba al presidente en la casa de monseñor Plaza era un golpe durísimo. Para ellas, el operativo había sido un éxito, pero no podían descansar. Por la tarde desfilaban las instituciones por diagonal 74 desde Plaza Italia a Plaza Moreno para pasar frente al palco oficial ahora presidido por el gobernador Aguado y el intendente Román. Las Madres se sumaron a la columna de los estudiantes de la Universidad Católica de La Plata, marchando por el medio de la inmensa vía ya con sus pañuelos y tomadas del brazo. Una multitud aguardaba el desfile y una cuadra antes de llegar a la plaza comenzaron a ser ovacionadas. Lloraron, lloraron mucho las que lloraban siempre y las que no lo hacían nunca. Dejar de sentirse solas en su ciudad las fortaleció. El estigma de ser madres de subversivos parecía comenzar a romperse. La dictadura estaba cayendo, las Madres pateaban sus últimas resistencias. No lograron llegar a la plaza: policías de civil, empujones, nerviosismo, una ronda improvisada para defenderse en torno al mástil.

El viento del río arrastró un último globo hasta ese lugar donde la diagonal 74 se termina. Aquel 19 de noviembre de 1982, la dignidad de las Madres y las primeras señales de una sociedad que se desmarcaba del miedo le restaron patetismo al centenario de La Plata.


 

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