El golpe que fue un antes y un después en la historia latinoamericana

Por Carlos Ciappina

El 11 de setiembre es una fecha clave en la historia latinoamericana. No por el fallecimiento de Sarmiento (figura que bien haríamos en revisar como símbolo representativo de la docencia), tampoco por la caída de las Torres Gemelas (atentado de 2001) que hoy ocupa el lugar “del hecho” en las cadenas y medios informativos de todo el mundo.

El 11 de setiembre que nos interesa rememorar es el de la tragedia chilena. Ha sido un hecho parteaguas en la historia reciente de América Latina.

“Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”, Salvador Allende, 11 de setiembre de 1973.

Momentos antes de morir en su lugar de lucha, minutos antes de entregar su vida contra el golpe de la reacción fascista, seguro de su deber de luchar en el lugar que el pueblo chileno le había asignado hasta el final, las últimas palabras de Allende fueron para los trabajadores.

El 11 de setiembre será recordado siempre como uno de los días de la infamia en nuestra América Latina. Un golpe que asociaba a la prensa hegemónica, las Fuerzas Armadas chilenas y la Embajada norteamericana con las grandes empresas transnacionales interrumpía brutalmente una de las experiencias más profundas de búsqueda de una sociedad mejor por las vías de la democracia y la participación popular y obrera.

La libertad anidaba en el Chile de la Unidad Popular. El horizonte de un socialismo del buen vivir se abría en la construcción que día a día llevaba a cabo el pueblo chileno junto a su Gobierno.

Salvador Allende junto a los partidos y movimientos de la Unidad Popular había elegido su “vía chilena al socialismo”: un proceso democrático, popular y apegado al juego de las instituciones republicanas. Por ese camino, la Unidad Popular fue cumpliendo paso a paso el programa de nacionalizaciones, control estatal de los principales resortes de la economía y control por parte de los trabajadores de las empresas que boicoteaban el proceso nacional-democrático. Además, los programas educativos y alimentarios de su Gobierno elevaban las condiciones educativas y de salud de los postergados de Chile.

Demasiado para las clases acomodadas chilenas, y en particular para la estrategia norteamericana en la región latinoamericana: para los Estados Unidos, un programa socialista y democrático desbarataba su objetivo de vincular el socialismo a las cuestiones de la “Seguridad Nacional”, habilitando de este modo las dictaduras militares a lo largo y a lo ancho de Nuestramérica. Toda la política exterior de los Estados Unidos se basaba en asociar socialismo a dictadura. El socialismo democrático de Salvador Allende era, para la lógica norteamericana en el continente, aun más dañino que la presencia cubana.

Así, ese 11 de setiembre, el golpe pinochetista (pergeñado por Henry Kissinger y la CIA) terminaba con un Gobierno perfectamente democrático.

Pero el golpe (cruel con miles de desaparecidos, detenidos, exiliados) encerraba otro proyecto, más profundo que un mero golpe de Estado: junto con las botas del dictador llegarían los técnicos monetaristas; y así, bajo un sistema de terror, Chile sería el primer laboratorio del neoliberalismo en América Latina. Todo un completo plan de reingeniería económico-social será ensayado en Chile, por primera vez en el mundo. Nacía el neoliberalismo de la mano de un sangrienta dictadura: se privatizaron empresas, se aranceló la educación y la salud, se redujeron y/o eliminaron derechos laborales, se bajaron los sueldos, se privatizaron las jubilaciones y se abrió la economía al capital y los productos de todo el mundo destruyendo la industria chilena.

La experiencia pinochetista logró, en sus diecisiete años de existencia, transformar en profundidad la estructura de la sociedad chilena, iniciando además el proceso de reformas neoliberales que se expandirían luego por toda América Latina.

Hoy, a 43 años, la figura de Salvador Allende y el Gobierno de la Unidad Popular no dejan de crecer en el respeto y la consideración de los pueblos latinoamericanos; a 43 años, los socios del golpismo se empequeñecen día a día, y sólo son recordados para que sus nombres (Pinochet, El Mercurio, Henry Kissinger) sirvan de sinónimos a los términos «traición» y «crimen».


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