La reciente designación de Manuel Adorni como jefe de Gabinete y de Diego Santilli como ministro del Interior volvió a poner en primer plano una contradicción que el oficialismo libertario ya no puede disimular: el uso de candidaturas testimoniales, una práctica que durante meses calificaron como “fraude moral” y símbolo de la vieja política que decían venir a desterrar.
Durante la campaña, tanto el presidente Javier Milei como su entorno insistieron en que La Libertad Avanza no promovía candidatos que luego desistieran de asumir sus bancas. “No tenemos candidatos testimoniales, todos asumen”, había dicho el propio Santilli antes de las elecciones, reforzando el discurso de pureza que acompañó el ascenso del espacio violeta.
El caso de Adorni es aún más ilustrativo. Antes de los comicios, el entonces vocero presidencial aseguraba: “Estoy cansado de repetir que voy a asumir como legislador. Ya lo aclaré innumerables veces. Parece que no se entiende”. Sin embargo, tras su nombramiento en la Jefatura de Gabinete, esa promesa se esfumó: no ocupará el cargo para el que fue electo, repitiendo exactamente la práctica que él y su propio jefe habían denostado.
Consultado sobre la polémica en el programa de Luis Majul, Adorni intentó ofrecer una explicación que terminó por encender más críticas. “Testimonial no es asumir —dijo—, es cuando estafás al electorado sabiendo desde antes que no vas a asumir. No es el caso ni de Santilli ni de Coto. Ambos están donde el Presidente los necesita”. La aclaración, sin embargo, sonó más a contorsión semántica que a justificación política: si la línea que separa una “decisión administrativa” de una “estafa al electorado” depende de la conveniencia del poder, el argumento se desploma por sí solo.









