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Donald Trump y América Latina

Por Carlos Ciappina

«Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la América de miseria en nombre de la libertad». Simón Bolívar

El triunfo y la llegada al gobierno de Donald Trump en las últimas elecciones norteamericanas han desatado una serie de análisis, caracterizaciones  y posicionamientos que, en general, se han propuesto desde la inmediatez y la perspectiva a-histórica que caracteriza a los medios hegemónicos de comunicación en todo el mundo. Esta “sorpresa” o confusión ha alcanzado también al espectro  político general y al argentino en particular.

Veamos algunas de esas definiciones que nos recorren por estos días:   

Hay quienes postulan (versión más extendida en los medios hegemónico locales e internacionales) que Donald Trump es un político “antisistema”, entendiendo por sistema dos cosas: el sistema de partidos norteamericano y el sistema de mundialización de la economía de la mano de las empresas transnacionalizadas que los medios llaman globalización. En el extremo del confusionismo, los medios hegemónicos describen la “globalización” (a la que supuestamente se opondría Trump) como una especie de proceso benéfico, de progreso y equidad universales. Apresurémonos a señalar, desde la perspectiva latinoamericana, que la globalización del modelo de acumulación capitalista neoliberal ha sido el proceso más destructivo e inequitativo de la historia humana (por los daños a los bienes naturales no renovables, la destrucción acelerada del bioma tierra, los miles de millones de trabajadores desempleados o con salarios y condiciones de trabajo de hambre, las guerras por apropiación de territorio y recursos de la mano de las  potencias hegemónicas). Una larga lista de desastres que aquí, en América Latina han sido inseparables de Dictaduras, masacres, genocidios y crisis económicas reiteradas (hiperinflaciones , crisis de las deudas, planes de ajustes salvajes, etc.) sólo morigeradas en aquellos de nuestros países que lograron desplegar lo que llamamos procesos nacional-populares-democráticos en los inicios del siglo XXI.

Para otras perspectivas (a izquierda y a derecha del espectro ideológico) Donald Trump sería un nuevo “líder populista”, esta vez de factura norteamericana. El populismo de Trump quedaría expresado en su retórica nacionalista, en los anuncios de medidas económicas de repatriación de empresas y capitales, en su apelación a los “trabajadores desocupados americanos”. Para la lógica liberal, Trump  sería una especie de nuevo líder de perfil “latinoamericano” (otra vez, como perspectiva peyorativa), histriónico, peleado con la prensa, individualista, poco apegado a las normas e instituciones. Hasta en la perspectiva nacional-popular se han escuchado voces que comparan (¡por la positiva!) a Donald Trump con los grandes líderes populistas de nuestra América Latina.

De más está decir que asignarle a Trump el mote de “populista” encierra dos profundos equívocos: uno, obviamente, el de considerar al populismo desde una definición negativa y/o peyorativa. El otro equívoco (vendría de la mano del primer equívoco) es no comprender que los procesos populistas latinoamericanos son antiimperialistas, profundamente democráticos, de un nacionalismo defensivo frente al poder hegemónico, incluyentes y proponentes de la integración social; antirracistas, antixenófobos y anithomofóbicos. Con sus matices y sus más y menos, esos son los rasgos distintivos de la tradición populista latinoamericana. Donald Trump es todo lo opuesto a esa tradición nacional-popular: un multimillonario despiadado que considera que “cada uno debe hacerse a sí mismo”; cuyo primer acto de gobierno fue destruir el plan de salud para personas pobres (40 millones de estadounidenses) cuya homofobia y machismo son parte de su capital político y que basó buena parte de su campaña en promover el racismo y la xenofobia (uno de sus primeros decretos ha sido prohibir el ingreso de TODOS los ciudadanos de algunos países musulmanes). De populismo, nada.      

La tercera interpretación (asociada a la idea del “outsider”) es que Donaldd Trump es una anomalía individual y que nada tiene que ver con las tradiciones democráticas y civilizadas de la “democracia más estable del mundo”. Salvando las distancias (por ahora, al menos), es el mismo tipo de aproximación que Europa (y después de la guerra mundial el mundo occidental) hizo de Adolf Hitler: un individuo excepcionalmente malo y perverso que engañó al pueblo alemán y desató la barbarie en una Europa tradicionalmente culta y refinada. Para cuando Hitler (que además, sí era un hombre perverso) llegó al poder en Alemania, la culta Europa llevaba novecientos años de expansión mundial (desde la Primera Cruzada), había causado genocidio tras genocidio y (sólo para citar la modernidad) quinientos años de Guerras Internas feroces por el control del propio continente europeo. Hitler llevó esos principios supremacistas, violentos y expansionistas a su última expresión , no por antisistema sino por animarse a llevar al sistema a sus últimas consecuencias, en defensa del capital frente a la amenaza comunista. 

Donald Trump puede ser un hombre individualmente perverso, pero es el presidente de un país que está en guerra desde la segunda Guerra Mundial hasta el presente, que es responsable de millones de muertes de ciudadanos de países del mundo que invadió o ayudó a invadir; que posee cientos de detenidos sin juicio, sin nombre y sin derechos repartidos por cárceles secretas por todo el mundo; un país en donde la policía asesina ciudadanos negros sólo porque lo son, donde el Ku Klux Klan es legal. Trump no es una anomalía norteamericana, es quien está dispuesto a quitarle al sistema del que forma parte su pátina de buenos modales.

En definitiva, lo que queremos señalar, es que los Imperios (y los EEUU son hoy la fuerza político-militar extendida por todo el orbe) tienen sus líneas y tendencias de acción y desarrollo independientemente de un solo líder político. La cabeza política de los mismos puede ser más o menos histriónicas, más o menos educadas, de diferente género, pero los ejes de un imperio no dependen de la decisiones de una sola persona.

El Imperio norteamericano es hoy el garante político-militar de la expansión de las fuerzas económicas del capital a escala planetaria y, para garantizar ese control (que es militar-político-comunicacional y económico) se sostiene en los siguientes ejes: 1. Un aparato bélico-comunicacional (y una industria que lo sostiene)  de un poder absolutamente excepcional e indisputado: los EEUU gastan en su presupuesto militar lo mismo que la sumatoria de las diez potencias militares mundiales que le siguen. Eso le otorga una supremacía militar global, con bases en todo el planeta y la capacidad operativa de invadir, atacar en cuestión de horas cualquier parte del mismo. 2. El mayor PBI del mundo (y en el caso de los países que le siguen como China, Japón, Alemania y el Reino Unido, con PBI compuesto en muchos casos con empresas de origen norteamericano). 3. El sostenimiento de casi 800 bases militares en todos los continentes del mundo (el “casi” es porque hay bases secretas que no están informadas por los propios EEUU) en forma permanente. 4. El mayor sistema financiero del mundo: como ejemplo baste citar que la bolsa de NY y el índice NSDAQ representan el 40% del total de la valorización de las Bolsas del Mundo. 5. La necesidad imperiosa de consumir recursos naturales dispersos por todo el mundo, recursos que precisan sus compañías en los EEUU y a lo largo y ancho del planeta.

Imaginemos por un momento y hagamos la pregunta correspondiente: ¿Cuáles de esos pilares del sistema va a destruir Donald Trump? Un multimillonario con inversiones y especulación inmobiliaria y financiera en EEUU y en el resto del Mundo, un hombre cuyas inversiones están defendidas por el complejo bélico-comunicacional; ¿No será que Donald Trump viene precisamente a llevar este sistema a su máximo potencial, sin buenos modales ni ilusiones civilizatorias?.

Lo que le molesta a Donald Trump de la globalización, no es la globalización sino el modo en que se ha venido desarrollando en las dos últimas décadas. Lo que le molesta a Trump es que la globalización planteada hasta hoy tenía efectos negativos sobre los EEUU, el objetivo de Trump no es abolir la globalización sino reorientarla en absoluto beneficio norteamericano, sin acuerdos de integración que planteaban mínimos beneficios y derechos a todas las naciones intervinientes. En otras palabras , el fin de las reciprocidades: todos los beneficios para los EEUU y todos los costos para el resto del mundo. 

Retomemos el análisis de Trump y su lógica “antisistema” desde América Latina: ¿Cuál ha sido el “sistema” de los Estados Unidos en sus relaciones con América Latina desde la independencia a principios del siglo XIX hasta Obama? 

Para los Estados Unidos, América Latina figuró siempre como parte de su territorio de influencia exclusiva. Desde la Doctrina Monroe (1923) hasta hoy América Latina ha tenido el triste privilegio de sufrir el mayor número de injerencias, intervenciones, invasiones y ataques de los EEUU en relación al resto del mundo. Esta “exclusividad” también habilitó el apoyo norteamericano a todo tipo de gobiernos (en general dictaduras cívico-militares o dictaduras patrimoniales) bajo la condición de que estos fueran pro-norteamericanos.

Todas las políticas que los EEUU luego aplicaron al resto del mundo; primero las desarrollaron en América Latina: ocupación territorial, instalación de gobiernos pronorteamericanos, invasiones por cobro de deudas; Uniones Aduaneras (la primera propuesta es de 1881!!); las prácticas de la  Guerra Fría y de la Doctrina de la Seguridad Nacional, apoyo a Dictaduras pretorianas anticomunistas, despliegue de prácticas de torturas y desapariciones forzadas; expansión de empresas y bancos norteamericanos….

Otro componente clave de esta política “sistémica” de los EEUU hacia América Latina es la concepción profunda de que los latinoamericanos somos seres “inferiores”, algo así como eternos menores de edad sentimentales y alocados que tienden a las “perversiones y desviaciones delictuales” o , en el mejor de los casos a la vida fácil, la haraganería y el descuido . En el fondo de esta concepción está la idea de que los WASP (los blancos anglosajones) deben “cargar” la cruz de estar en el mismo hemisferio con los desordenados y poco emprendedores latinoamericanos. De allí a las intervenciones “correctivas”, las invasiones por el derecho a promover el sistema de vida norteamericano superior en nuestros países hay un solo paso. Ese paso, los Estados Unidos lo han dado (sin exageración alguna) cientos de veces en los últimos doscientos años, con independencia del color de su presidente, del partido político o de los mensajes conciliadores. Somos la región del mundo más avasallada por los Estados Unidos. Para ejemplo basten dos botones vinculados a temas de nuestros días: México sufrió en su historia múltiples invasiones norteamericanas pero en 1848 se le obligó por la fuerza a aceptar la pérdida del 50% de su territorio a favor de los EEUU. Entre 2009 y 2016 (mandato de Obama) se deportaron 2.800.000 inmigrantes en su casi totalidad mexicanos y/o centroamericanos. El primer presidente negro y demócrata batió todos los records de deportaciones de la historia. 

Señalados estas líneas de largo aliento de la relación entre EEUU y América Latina ¿Cuáles son las políticas antisistema que Trump le propone a la región? Palabras y hechos: Durante la campaña, Donald Trump repitió en cada ocasión que pudo que el problema de los trabajadores “americanos” era la competencia “desleal” de los inmigrantes latinos ilegales y que estos latinos introducían drogas, crímenes, violaciones y todo lo malo que ocurría en territorio norteamericano. A medida que desplegaba este discurso su intención de voto crecía ¿es sólo Trump o el pueblo norteamericano “blanco” cree efectivamente eso? Releer los discursos de Teddy Rooselvelt, Woodrow Wilson, Richard Nixon, Ronald Reagan  (todos presidentes norteamericanos) nos pondrá adecuadamente en tema sobre el racismo y antilatinoamericanismo norteamericano.   

El segundo  caballito de campaña de Trump ha sido el muro que separe México de los EEUU (y que debería pagar México , otra perla del viejo sistema en donde América Latina paga las cuentas de lo que EEUU hace!!). El Muro , se olvidó de señalar Trump y los medios que se le oponen, YA EXISTE: son 1.000 kmtrs (de los 3000 kmtrs de frontera)  de vallados que comenzara a construir Bill Clinton (demócrata) en 1994 y que todos los presidentes posteriores siguieron construyendo (Clinton, demócrata, Bush hijo republicano, Obama, demócrata). Este muro con helicópteros artillados, patrullas militarizadas fronterizas ha causado desde su existencia (por acción o por omisión) la muerte de más de 10.000 inmigrantes. Este muro se despliega en los estados de California, Arizona, Sonora, Nuevo México y Baja California. ¿Cuál es la novedad antisistémica de Trump hacia A.L.? Ninguna, salvo que, a diferencia de sus predecesores lo dice a voz en cuello: un muro contra los indeseables latinos y que ellos mismos lo paguen.    

En la agenda económica Trump se ha referido reiteradas veces a los Tratados de Libre Comercio (en especial el NAFTA y los tratados de libre comercio país por país en América Latina). Aquí su discurso se ha ido modificando a medida que pasan los días: terminada la campaña, no será fácil convencer a las grandes empresas norteamericanas a que “pierdan plata” y competitividad: un obrero mexicano cobra un salario promedio de 300 dólares mensuales, un obrero norteamericano entre 2000 y 3000. Por eso Trump propone “revisar” los Tratados de Libre comercio con América Latina y no “terminarlos”: las empresas transnacionales norteamericanas no se suicidarán en masa con total certeza.

¿Qué podemos esperar los latinoamericanos de este presidente “antisistema”? Por desgracia creo, una profundización extrema del sistema que ya tenemos: La continuación del muro fronterizo necesitará la estigmatización permanente de los latinoamericanos dentro y fuera de los Estados Unidos (algo así como los “nuevos musulmanes” o los “nuevos apaches” o los “nuevos japoneses”, siempre hay nuevos enemigos que ponen en riesgo a “América”. La persecución y deportación sistemática (que ya existe por millones) y la violación de los DDHH de los latinoamericanos  se profundizará.

La revisión de los Tratados de Libre Comercio con América Latina tendrá como eje eliminar todas aquellas mínimas ventajas para los países latinoamericanos  (en acuerdos que ya eran desiguales)  y garantizar todas las prebendas para las empresas norteamericanas en el exterior o en los propios EEUU (como muestra vaya el botón de los limones argentinos que dejaron de ingresar sin contrapartida alguna); con un paradigma político basado en la idea de “seguridad” las bases norteamericanas tenderán a expandirse en nuestra región: hoy son más de ochenta (en una región sin guerras ni conflictos , ni armamento sofisticado!) y la presión por instalar más no descenderá. Con respecto a la búsqueda y explotación de nuestros bienes naturales, baste decir que Trump sostuvo siempre que la cuestión de los “recursos” naturales no le preocupa mínimamente (menos aún las cuestiones ambientales) por lo que los modos predatorios y contaminantes de la expansión empresarial extranjera en nuestras tierras continuaran y se ampliarán seguramente.

En definitiva, nada de antisistema, nada de populismo, nada de nacionalismo positivo: la agenda de Trump para América Latina es la misma de las últimas décadas CORREGIDA Y AUMENTADA. No nos anuncia nada nuevo , sino una profundización de lo malo viejo.

Con un agregado no menor: la llegada de este nuevo-viejo presidente norteamericano nos encuentra en pleno ciclo de recuperación de gobiernos latinoamericanos  neoconservadores y neocoloniales. Su discrepancia con Trump (Macri, Temer, Carles, Santos, la oposición venezolana o cubana) no es por el proyecto de fondo que el magnate propone (un neoliberalismo mas salvaje aún) sino que jugaron a ganador con los demócratas y estos perdieron últimos perdieron inesperadamente. 

Cuando resuelvan esa pequeña discrepancia política su alineamiento con Trump será un hecho.

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