Donald Trump desde América Latina

Por Carlos Ciappina

Un hombre que tiene claro lo que quiere y hace lo que sea para obtenerlo sin ningún tipo de límites. (Donald Trump sobre sí mismo)

Uno de los éxitos discursivos más relevantes de los grandes medios de comunicación internacionales, siguiendo la lógica que le imprimen los medios en Estados Unidos, es la de encuadrar los límites y los alcances del debate político.

Así, en la reciente elección de Estados Unidos, nos encontramos en América Latina debatiendo si las candidaturas de Hilary Clinton y Donald Trump significaban lo mismo; si Hillary Clinton era más progresista o si Donald Trump era una amenaza mayor. Ese debate, que tiene un sentido en la disputa política hacia el interior de los Estados Unidos, carece, visto desde América Latina, de entidad alguna.

Planteado en esos términos (y repetidos hasta el agotamiento por los programas políticos locales, en donde los periodistas se apasionaban como si fueran norteamericanos por las bondades de Hillary o los exabruptos de Trump), el debate carece de sentido para América Latina.

No tenemos data aún sobre lo que ha hecho Trump en política exterior, simplemente porque no lo ha hecho; pero sí tenemos data sobre lo que ha ocurrido en el mundo cuando Hillary Clinton estuvo a cargo de la política exterior norteamericana: incrementó en 21.000 soldados las fuerzas de Estados Unidos en Irak (2009), lideró el apoyo a la coalición internacional que invadió y destruyó Libia (a la vez que asesinó a su líder Muhamad Gadafi en el año 2011), y ese mismo año decidió la misión que asesinó (sin juicio y sin condena) a Osama Bin Laden.

En el año 2009, Hillary Clinton se encargó personalmente de que el golpe contra el presidente democrático Zelaya de Honduras tuviera éxito, y, para mejor conocer su posición hacia América Latina, recordemos su famosa frase en una entrevista televisiva de este año: “Así que creo que tenemos que hacer un plan Colombia para Centroamérica, porque recuerde lo que estaba pasando en Colombia cuando, primero mi marido y luego el presidente Bush, ejecutaron el Plan Colombia, cuyo objetivo era tratar de utilizar nuestra influencia para controlar las acciones del Gobierno contra las FARC y las guerrillas, pero también para ayudar al Gobierno a detener el avance de las FARC y de las guerrillas”.

Durante el mandato de Barack Obama, las bases militares de Estados Unidos en América Latina se multiplicaron, y en todos los casos en que hubo procesos destituyentes (o intentos destituyentes) las Embajadas norteamericanas han jugado un rol desestabilizador de los Gobiernos democráticos (en la Bolivia de Evo Morales, en el Brasil de Dilma Rousseff y actualmente en la Venezuela de Maduro, para señalar lo evidente).

De modo que debatir sobre los alcances de la progresía entre Clinton y Trump, visto desde nuestro lugar en el mundo, es más un reflejo de una discusión del ámbito norteamericano que algo asociado a nuestros intereses y experiencias históricas.
Aclarado este punto, concentrémonos en lo que verdaderamente importa: ¿quién es el recientemente electo presidente de los Estado Unidos?

Trump es un hombre que nació en una familia rica dedicada a la especulación en bienes raíces. Lejos del sueño americano de “hacerse a uno mismo”, este hombre continuó las empresas de sus padres (o sea, diríamos, nació ya “hecho”), y antes de los treinta años comenzó a especular con la reconstrucción y la construcción inmobiliaria.

El verdadero salto a la súper fortuna lo dará con el negocio de los hoteles y los casinos. El presidente electo de los Estados Unidos es un súpermillonario con una fortuna estimada para el año 2015 en la enorme suma de 8.500 millones de dólares (suena gracioso empezar a escuchar en los medios monopólicos que representa al antiestablishment).

EL PRESIDENTE ELECTO DE LOS ESTADOS UNIDOS ES UN SÚPERMILLONARIO CON UNA FORTUNA ESTIMADA PARA EL AÑO 2015 EN LA ENORME SUMA DE 8.500 MILLONES DE DÓLARES.

Donald Trump es el presidente electo más rico de la historia de los Estados Unidos y paradójicamente sus votantes son los obreros empobrecidos y desocupados que se generaron mientras él se volvía milmillonario.

Pero además es importantísimo señalar su agenda política. Una agenda política se constituye siguiendo las declaraciones y discursos del candidato. En el caso de Trump (ya presidente desde ayer), su agenda discursiva es brutalmente clara.

Repasemos. Consultado sobre las comunidades musulmanas en Estados Unidos, el presidente norteamericano respondió: “Prohibir el ingreso de los musulmanes a los Estados Unidos es algo de sentido común”. Y consultado sobre la crisis Siria y los refugiados, se despachó: «Si gano las elecciones, devolveré a los refugiados sirios a casa».

Esta perspectiva de política internacional global se ve mucho más precisa (en su brutalidad) en cuanto a nuestros países de América Latina se refiere. Consultado sobre el rol de la comunidad mexicana en Estados Unidos, Trump respondió: «México nos envía a la gente que tiene muchos problemas, que trae drogas, crimen, que son violadores». Frase que puede acompañarse con otras definiciones relevantes: «México no es nuestro amigo». «El Oscar fue una gran noche para México, y por qué no, si están destruyendo a Estados Unidos más que a cualquier otro país» (cuando González Iñárritu ganó el primer Oscar mexicano). «Debemos construir un gran muro en la frontera con México y hacer que México lo pague». «Cuando los mexicanos nos envían a su gente, no nos envían a la mejor». «Este es un país en el que hablamos inglés, no español».

Hay otros tópicos que la discursividad de Trump ha recorrido (no sólo en el marco de la campaña electoral, sino en una persistente coherencia desde hace años). Uno, central, es el referido a las mujeres: “Las mujeres son, en esencia, objetos estéticamente agradables”. «De 6.000 acosos sexuales no reportados en las fuerzas armadas, sólo 238 han sido sancionadas. ¿Qué otra cosa esperaban, si mezclaron a los hombres con las mujeres, genios?”. “Ya sabes, da igual lo que los medios escriban mientras tengas junto a ti un ‘trasero’ joven y bonito”. «He visto a las mujeres manipular a un hombre sólo moviendo sus ojos… u otra parte del cuerpo”.

Lo que verdaderamente preocupa es que Donald Trump triunfó en las elecciones no a pesar de estos posicionamientos, sino precisamente por esos posicionamientos. Donald Trump es la expresión concentrada y aumentada del supremacista blanco norteamericano. Representa la vieja tradición blanca, machista, xenófoba y supremacista (en el sentido de la superioridad racial) que podemos rastrear en los Estados Unidos desde los tiempos del auge del sur esclavista.

DONALD TRUMP ES LA EXPRESIÓN CONCENTRADA Y AUMENTADA DEL SUPREMACISTA BLANCO NORTEAMERICANO. REPRESENTA LA VIEJA TRADICIÓN BLANCA, MACHISTA, XENÓFOBA Y SUPREMACISTA (RACIAL) QUE PODEMOS RASTREAR EN LOS ESTADOS UNIDOS DESDE LOS TIEMPOS DEL AUGE DEL SUR ESCLAVISTA.

Resulta curioso que los medios de comunicación hablen del candidato antisistema (cuando es milmillonario precisamente aprovechando la especulación del sistema). El discurso, la práctica comercial de Trump y sus actitudes expresan casi como nadie el verdadero corazón central del sistema capitalista en sus profundas raíces patriarcales, xenófobas y racistas que lo han constituido desde sus orígenes. A veces ocurre, como ahora, que esas matrices profundas se muestran tal cual son (sin mediaciones ni matices), y entonces se las atribuimos sólo a una persona. Pero son sistémicas.

Trump también expresa la desesperación de los obreros calificados y sin calificar y de las clases medias bajas norteamericanas que han visto congelarse sus posibilidades de ascenso social, sus chances de mejores condiciones para sus hijos y la caída de salarios junto a un constante y creciente proceso de desindustrialización e ingreso de bienes manufacturados de origen externo (particularmente, chino).

Mientras millones de personas caían en la pobreza (hoy se calculan 50.000.000 de pobres en Estado Unidos), los ricos se volvieron enormemente ricos. Durante las presidencias de los dos Bush y de Clinton y Obama este proceso se profundizo y aceleró.
Trump dijo lo que ese pueblo quería oír: expulsión de los inmigrantes ilegales (que en el imaginario norteamericano “roban” los trabajos), levantamiento de tasas aduaneras para “proteger” la industria norteamericana, y salida de los grandes acuerdos de libre comercio y de toda aquella organización que contribuyera a “debilitar” a los Estado Unidos.

Trump no tiene nada de novedoso. Es la respuesta de la sociedad norteamericana a la crisis de 2008 irresuelta por los Gobiernos demócratas, es una nueva vuelta de tuerca protofascista, como siempre reacciona el capitalismo central cuando se siente en crisis y amenazado: convocando a un líder salvador que haga realidad los deseos más oscuros de la sociedad que lo promueve.

El discurso de Trump es un discurso nacionalista y antineoliberal. La pregunta obvia es: ¿un multimillonario hijo de ese proceso especulativo será quien dé el reloj marcha atrás? Parece poco probable. Resulta mucho más probable especular que los grandes capitalistas seguirán y aumentarán sus negocios y que la única parte del programa de Trump que se cumplirá será la persecución de los inmigrantes, la profundización del racismo y la represión interior junto a una política exterior brutal y virulenta.

¿Qué podemos esperar de Donald Trump en América Latina? A la tradicional hostilidad e injerencia norteamericana (que nunca se detuvo en los mandatos demócratas; releamos Wikileaks), Trump le agregará su cuota de retorno al pasado.

¿QUÉ PODEMOS ESPERAR EN AMÉRICA LATINA? A LA TRADICIONAL HOSTILIDAD E INJERENCIA NORTEAMERICANA (QUE NUNCA SE DETUVO EN LOS MANDATOS DEMÓCRATAS), TRUMP LE AGREGARÁ SU CUOTA DE RETORNO AL PASADO.

No es un perfil nuevo de ningún modo. Remite, por ejemplo, a presidentes como Teodoro Roosevelt (quien gobernó entre 1901 y 1908 con un discurso antimonopolio y férreamente nacionalista: la Enmienda Platt, la mutilación de Colombia para construir el Canal de Panamá, la invasión a la República Dominicana, la reocupación de Cuba, fueron los resultados para América Latina de esa política “nacionalista”) y Ronald Reagan (de quien también se reían los medios y los intelectuales de izquierda), un hombre de pobrísima formación y capacidad discursiva que sin embrago lideró junto a Margaret Thatcher la recomposición global neoconservadora a principios de los años ochenta. Para América Latina, Reagan significó la financiación de la CONTRA en Nicaragua, la invasión a Granada, la profundización del bloqueo a Cuba y el aval al genocidio Guatemalteco.

El otro riesgo radica en lo que el discurso y la figura de Trump habilitan para América Latina hoy: qué duda cabe de que Michel Temer, Mauricio Macri, Rafael Santos, Enrique Peña Nieto, la oposición venezolana, los cubanos en Miami y los opositores a Evo Morales en Bolivia se sentirán mucho más cómodos con el mandato del nuevo presidente norteamericano, y que debemos esperar una profundización de los ya iniciados procesos de rederechización en América Latina.

Trump es un nacionalista blanco norteamericano. Eso, traducido a América Latina, significa política imperialista. No olvidemos que nacionalista significa otra cosa para nosotros: nuestro nacionalismo es defensivo, el nacionalismo norteamericano es (como el inglés, el alemán, el francés o el japonés) un nacionalismo imperialista.

El tiempo dirá. Hoy no parece haber ninguna razón para esperar que los pueblos de Latinoamérica puedan esperanzarse con un mandato como el que se inicia en estos días. Como dijo el gran Simón Bolívar: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miseria a nombre de la libertad».


 

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