Dolina y la improvisación invisible

Por Luciana Demichelis

Alejandro Dolina está acostumbrado a hacer su programa La venganza será Terrible desde otros espacios que no sean las cuatro paredes de su estudio de Gorriti al 5963. Las giras que hicieron en los últimos años los han llevado a viajar a España y a diferentes pueblos del interior del país en el marco del Programa Café Cultura, donde distintas personalidades proponen ejes de discusión bajo la certeza de que el diálogo y la reflexión son herramientas fundamentales para construir una sociedad más plural e inclusiva. El jueves ese ciclo que se realizó en La Plata.  

En esto el show de Dolina se adapta a la perfección: ni el público teme a la participación ni los protagonistas al diálogo. Afuera, la fila ya daba la vuelta a toda la cuadra de El Teatro, ubicado a unos pasos de Plaza Italia y pedía a gritos pasar. La capacidad de la sala es de 450 personas que de a poco se van ubicando en las mesas de sus tres pisos, y sin embargo afuera se escuchan las más de 100 que se quedaron en la puerta. Durante el show también se asoman por momentos gritos provenientes de la entrada, de parte de los que decidieron hacer honor a la hora y media de espera y quedarse durante el evento bajo la esperanza de que los dejaran entrar o al menos escuchar todo desde la puerta.

Bajo la compañía de Patricio Barton, el teatro parece volverse parte de una charla de café colectiva. Los bloques están marcados desde hace tiempo: una improvisación, una historia, un pequeño sketch actuado y un cierre con los músicos invitados Alejandro Dolina (hijo), Martin Dolina y Manuel Moreira. Dolina y Barton se mueven a través de estos esquemas de manera natural, como un músico de jazz que improvisa desde escalas invisibles que le aseguran el éxito del sonido. Sin darnos cuenta de un momento a otro estamos inmersos en los universos que nos pone enfrente, sin querer que pare.

Dolina tiene un piano que usa cuando quiere marcar los giros en la historia que viene contando o sus puntos catastróficos. Si alguien se acerca a sacarle una foto, posa. Bajo los ejes de conversación que propone con Barton arma un anecdotario que recuerda a las conversaciones escuchadas en cualquier rincón de cualquier bar de algún pueblo perdido en el interior de la provincia de Buenos Aires.

Cerca alguien dijo que siempre es interesante ver lo que pasa cuando uno esta acostumbrado a simplemente escuchar. Los gestos son nuevos y el diálogo no es leído sino en colectivo cantado, aplaudido y gritado. Observar un evento así se transforma en un radio-teatro contemporáneo donde el público es rector, protagonista y compañero de esas historias. Para Dolina el micrófono no tiene secretos: desde hace 30 años que su lugar es esa mesa que tiene enfrente. 


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