Desde Córdoba: «Hoy la resistencia pasa por preservar el conocimiento»

Por Silvia Montes de Oca

El sonido de la frase de la decana de la Facultad de Matemática, Astronomía y Física (FAMAF) de la Universidad Nacional de Córdoba, Dra. Mirta Iriondo, resuena en el salón Agustín Tosco del Sindicato de Luz y Fuerza, en el centro de la capital cordobesa. Está cayendo la tarde y es el inicio de tres días de trabajo para los participantes del Congreso de Ciencia, Universidad y Sociedad «Ciencia Crítica y Crítica de la Ciencia», que se llevó a cabo entre el 11 y el 13 de noviembre pasados, organizado por la regional provincial de Científicos y Universitarios Autoconvocados (CYUA).

No es posible reproducir el trabajo y las conclusiones de los dos días en once mesas de trabajo –cuyo estado de deliberación y reflexión, vale señalar, se viene propiciando y replicando por estos días en distintos espacios y encuentros en todo el país, en forma casi simultánea–, pero sí algunas de las ideas centrales que se barajaron en la apertura del encuentro en Córdoba. Con humor, el secretario general del gremio de los docentes universitarios, Pablo Carro, deslizó a modo de cordial bienvenida: “Qué bueno que los Científicos Autoconvocados se reúnan en la sede de un sindicato”, y agregó con toda seriedad: “El papel del conocimiento y de la ciencia y tecnología en nuestro país ocupan un reconocimiento social que antes no tenían. Eso lo vislumbro como un hecho muy positivo y es fruto de la llamada década ganada”.

El docente e investigador y doctor en Física, Diego Hurtado (UNSAM-CONICET), puso esa afirmación en escala temporal, remontándose en la historia a los años noventa. “Es lo mejor que le pasó a nuestro país en términos de ciencia y tecnología desde 1810. Este Congreso –igual que la movilización del 27 de octubre– está demostrando claramente que no estamos en la década de los noventa, que no vamos a permitir que se recorte el presupuesto de ciencia. No porque sea un problema de presupuesto, sino porque detrás del presupuesto están las condiciones de posibilidad para seguir sosteniendo un sistema científico tecnológico en crecimiento”.

Hurtado utilizó un giro discursivo: “Están dadas las condiciones para que podamos no permitir” los recortes, la mirada de la ciencia como emprendedorismo, basada en los valores individuales y un ministro de ciencia que coquetee con dicha idea. Que cada doctor –que sale del sistema científico-técnico– pueda crear una nueva empresa no tiene absolutamente nada que ver con la misión de la comunidad científica”, y aclaró: “no se trata de estigmatizar al emprendedorismo. O que no nos involucremos con las empresas y la economía, por supuesto. Esto es lo que aprendimos en los últimos doce años. Pero debemos hacerlo desde las políticas públicas y desde un proyecto de país inclusivo. La idea última de la finalidad de nuestras Universidades y nuestro campo científico y tecnológico es la justicia social. Así de cortito y claro”.

Walter Robledo, ministro de Ciencia y Tecnología de la provincia de Córdoba, también presente, no dudó en “comprometer a la ciencia y ponerla al servicio del desarrollo social y económico”, y desafió el estándar proclamado en este último tiempo –que vincula la innovación tecnológica al emprendedorismo– diciendo: “Yo me siento un emprendedor en el espacio colectivo en el que me tocó vivir”, en directa alusión a las marcas que dejó la dictadura militar en el funcionamiento y regulación del sistema científico y tecnológico, y, más aun, dentro de las Universidades.

Volviendo a las nociones sobre las que hoy descansa el discurso oficial, Diego Hurtado reflexionó recordando que en la década del noventa “la idea de lo lícito y lo ilícito se desdibujaba porque el éxito personal no estaba vinculado al trabajo. Teníamos como hoy alta desocupación, trabajo precarizado o vinculado a una explotación que nadie quiere. En esa época, la ciencia y la tecnología no tenían ningún papel o lo tenían en términos de legitimación ornamental o cultural. Y en eso se dirimió el rol de la ciencia, de los científicos, de los tecnólogos e ingenieros”.

«¿Quién tiene la verdad?», se preguntó la representante de CYUA y politóloga Luz Ruffini, quien se basó en varios momentos en las once tesis (sobre Feuerbach) que Karl Marx escribió en 1845. “En una democracia es central la definición de quién tiene la palabra legítima, la capacidad de definir qué es la verdad, y en este campo de disputa es donde la ciencia tiene un rol clave. Pero, claro, estamos ante la discusión de qué ciencia. El conocimiento científico y cómo se construye es un espacio en el que debemos participar y estar presentes. El planteo es cómo nosotros estamos entendiendo la disputa política en el campo de la ciencia, la forma en que estamos construyendo este campo de lucha que tiene un montón de aristas y dimensiones posibles, y de qué manera nos estamos parando en esta coyuntura. Todo esto dirigido a aportar a la construcción de un entramado de sentido alternativo al que se está construyendo de manera hegemónica desde los medios masivos, que legitima un sistema que empobrece, margina y destruye”.

Al cumplirse un año de la contienda electoral (y de la creación de CYUA, donde desde este colectivo decidieron “poner el capital simbólico que tiene la ciencia al servicio de una intervención política colectiva”), Ruffini reafirmó como propio el deber y la responsabilidad de los científicos por utilizar el prestigio de esta comunidad y el trabajo de investigación diario “en disputar los sentidos legítimos que están sosteniendo un orden de cosas que creemos injusto y desigual”.

“Estamos convencidos de que es un entramado simbólico el que sostiene el consentimiento de las mayorías y se basa en la naturalización de lo que está dado, de un mundo que se piensa que no puede ser de otra manera. Es nuestro deber tensionar con esas construcciones de sentido común.”

Parafraseando al filósofo Slavoj Žižek, Ruffini dijo: “Hay actos que más que una intervención en el dominio de lo posible cambian las mismas coordenadas de lo que es posible, y así, retroactivamente, crean sus condiciones de posibilidad. Tensionar los límites de lo que se cree posible y así intentar lo que ahora se cree que no es posible. Las batallas culturales y las disputas por el sentido común son claras y trascendentales en cualquier intento de transformación social”.

A continuación, la Dra. Mirta Iriondo expresó: “Estamos en la era del conocimiento. Hemos dejado atrás la era de la tecnología y esto no es menor cuando hablamos de desarrollo, soberanía y políticas públicas. Esto es: ciencia y política; la educación en todos sus niveles y la integración entre industria pública y privada y los sectores académicos. Ahí entramos nosotros: desde la Universidad, desde el Instituto de Ciencia y Tecnología y de lo fundamental que es que el Estado nacional tenga programas que permitan traccionar esta generación de conocimientos y estas vinculaciones. Cuando hablo de conocimiento, hablo de todo el conocimiento, porque la división entre ciencias puras y aplicadas ya está obsoleta. Hoy más que nunca vamos a hablar de proyectos interdisciplinarios”.

Diego Hurtado ya había remarcado que “en los países en desarrollo, la inversión pública es la que valida los proyectos en ciencia y tecnología”. En ese sentido, hablando de los noventa pero extrapolando la sentencia al momento actual, Hurtado agregó: “Se nos decía de una manera vaga: la Argentina tiene que ser un país de servicios. Entonces, hablar de industria era desprestigiado, anacrónico. Así quedaron anulados personajes e instituciones como Aldo Ferrer o la Escuela de Pensamiento Latinoamericano (ESLAI), junto a los textos de (Jorge) Sábato y (Oscar) Varsavsky que parecían enterrados. Nunca nadie en los noventa explicó qué significaba esto. Ahora le escuchamos decir alternativamente al Presidente que el modelo es la India… Luego, Australia. Y uno está esperando ver a los cerebros del Gobierno para que nos traigan y nos muestren dónde están las analogías, los paralelismos. Dónde están aquellos proyectos que pueden validar pensar en qué nos parecemos los unos con los otros”.

Daniel Filmus fue quien tuvo la última intervención, que recogió el espíritu de todas las anteriores. Utilizó un ejemplo para graficar el papel que juegan los científicos con respecto a la sociedad. Y, por ende, el rol de la Universidad en el momento que nos toca vivir. En ocasión de un encuentro a poco de asumir su primer mandato como presidente, el brasileño Lula le dijo: «Nosotros tenemos 40 millones de hambrientos. Pero si vas a la Universidad, en las carreras de dietología están viendo cómo adelgazar a los ricos y no cómo engordar a los pobres». Filmus no pudo evitar la correlación: “Cuando nosotros asumimos (2003), teníamos dos de cada tres chicos con problemas de alimentación que iban a la escuela a comer. Teníamos un país con más desocupados que votos (25% contra 23%) y un PBI asimilable por lo bajo al que hubo durante la Guerra de Malvinas. A mí, recientemente nombrado ministro de Educación, Ciencia y Tecnología, no se me ocurría pensar que ningún presidente, en ese marco, pudiera poner la ciencia como prioridad, ni aun pensando en un país a mediano y largo plazo. La ciencia es esencial para un país soberano e igualitario”.

“Es verdad que la principal desigualdad es la de la riqueza. Pero esa es la que genera la desigualdad en el acceso al conocimiento y no al revés como nos quieren hacer creer. La ciencia es la esencia para un país soberano e igualitario En este sentido, tenemos una responsabilidad que nos vuelve a nosotros fundamentales”, refiriéndose a los científicos. “Existe la idea de que algunos producen conocimiento y otros lo distribuyen. Esto fue así por los siglos de los siglos. Porque el conocimiento evolucionaba cada tantos siglos, entonces no había un tiempo dado entre la producción y la distribución. Hoy, el conocimiento evoluciona a una velocidad tal que, si la distribución no va en paralelo, uno está estudiando la historia de la ciencia y no la ciencia. En este sentido, es cierto que hay países que producen y otros que distribuyen, hay Universidades que producen y distribuyen. Y este es el problema central. Esa es la segmentación que tenemos a nivel superior”.

Sobre el final, Filmus trajo otro ejemplo. Mencionó cuando el ex director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, dijo «nuestro ministro no sabe de ciencia», aludiendo al actualmente en funciones Lino Barañao. “Lo que Horacio quiso decir fue que no se sabe de ciencia si no se sabe que la ciencia tiene una función social que cumplir y no se discute respecto de esa función. El que crea que la ciencia no tiene ninguna vinculación con un proyecto social de país o no tiene ninguna función social específica es que no entiende la esencia de la ciencia, que es, fundamentalmente, aportar a un tipo de modelo”.

Las palabras de Filmus nos permiten hacer un enroque en términos de lo que representa hoy considerar la ciencia como noticia o hablar de noticias de ciencia. Es larga y diaria la lista de las innovaciones, descubrimientos y aplicaciones que nuestros científicos encuentran y realizan en el pasaje de la investigación básica a la aplicada. De todo ello podríamos escribir. Más otro silencioso porcentaje de teoría pura proveniente de las distintas disciplinas del conocimiento, circulando en papers publicados y en proceso de edición. También es cierto y merece esta reflexión que la ciencia argentina, por ninguna de las razones anteriormente mencionadas, merece hoy un espacio en la revista Science (www.sciencemag.org/news/2016/11/argentina-s-scientists-engulfed-budget-crisis), tal vez la más conocida a nivel global por el público en general. A nivel local, necesariamente intervenimos en un corrimiento hacia la reflexión por la ciencia, que desplaza la idea de noticia científica en todo el país. Y esa es la noticia de la que, creemos, importa dar cuenta en estos días. Porque apremia.


 

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