Celso Amorim: «Brasil parece acorralado entre la actitud insana de Bolsonaro y los militares que exaltan el golpe»

La pandemia provocada por el COVID-19 ha profundizado la crisis política en Brasil. La imagen del presidente ultraderechista Jair Bolsonaro parece derrumbarse y el mandatario se refugia en los sectores más reaccionarios que componen su núcleo duro.

Sectores de las Fuerzas Armadas comienzan a cuestionar el liderazgo de Bolsonaro, los partidos de izquierda piden su renuncia y el juez del Supremo Tribunal Federal (STF), Marco Aurélio Mello, pidió suspender al mandatario por 180 días.

Para entender lo que sucede en Brasil, Contexto entrevistó a Celso Amorim, ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Luiz Inácio «Lula» da Silva (2003-2010) y ministro de Defensa durante el gobierno de Dilma Rousseff (2011-2014).

¿Cuál es la situación de la democracia en Brasil?
Es el punto más bajo en el que estamos desde hace muchos años, desde el golpe militar del 64 que se prolongó durante veinte años. En algunos sentidos estamos aún peor que en el final del gobierno militar, porque en esa época se vislumbraba que habría cambios, teníamos más esperanza.

Hoy estamos en una situación muy mala en todos los sentidos. Eso se refleja de manera especial en la cuestión del combate a la pandemia y en las medidas que son necesarias para reactivar la economía. Es un momento muy malo.

¿La pandemia ha desnudado el pensamiento del presidente Jair Bolsonaro?
No creo que se pueda hablar de pensamiento. Lo de Bolsonaro es una actitud de profundo egoísmo mezclada con megalomanía. Él cree que sabe más que los científicos, más que cualquier persona. No se entiende bien qué lo inspira a tener esta actitud, porque si hay un agravamiento de la pandemia, que seguramente lo va a haber, el que más debilitado va a salir va a ser él.

Aún tiene un grupo de fanáticos que lo apoyan y él cree que ese grupo le alcanza para mantenerse en el poder. De qué manera se va a mantener en el poder es una gran incógnita. Hay una creciente oposición, no solamente de la izquierda, también de mucha gente que se podría llamar de centro (si es que hay un centro), de gente que no está alineada con el pensamiento progresista, pero que sí está preocupada por la vida, por la salud y la supervivencia de la población, por los empleos.

Hay una combinación muy pérfida entre las actitudes de Bolsonaro y las de su ministro de Economía, Paulo Guedes, que sí tiene una visión claramente ultraneoliberal. A Guedes no le importa si cae una bomba de neutrones y desaparecen los seres humanos, solo le importa salvar una teórica economía.

Aunque algunas medidas positivas han sido aprobadas por la Cámara y por el Senado, nadie sabe cómo va a ser la ejecución de ellas porque ese equipo económico no está ahí para hacer medidas anticílicas, medidas sociales. Por eso hay un gran temor en relación con ese tema.

En el último tiempo hubo muchos rumores de que sectores el Ejército habrían tomado una actitud crítica hacia Bolsonaro y hacia cómo él ha abordado el tema de la pandemia.
Muchos miembros de las Fuerzas Armadas han buscado marcar una distancia en relación con Bolsonaro, en especial en tema de la pandemia. Dado que los generales tienen que cuidar a los soldados que están en los cuarteles y que también es cierto que las Fuerzas Armadas tienen una cultura de ayudar a la población en situaciones de emergencia, ellos buscaron alejarse de Bolsonaro sin criticarlo explícitamente, pero sí implícitamente. Incluso ignoraron las orientaciones de Bolsonaro y siguieron las del Ministerio de Salud y de la Organización Mundial de la Salud.

Por otra parte, hoy, 31 de marzo, es el aniversario del golpe de Estado de 1964. Por primera vez hay un comunicado conjunto del ministro de Defensa y de los tres jefes militares, de los comandantes de las diferentes fuerzas, afirmando que el golpe militar fue un marco importante en la democracia brasileña.

Todo eso es muy desesperante. Brasil parece acorralado entre la actitud insana de Bolsonaro y los militares que exaltan el golpe.

Para compensar un poco el cuadro, hay manifestaciones positivas de los partidos progresistas, una declaración firmada por Fernando Hadad, Ciro Gómes y el PCdoB, lo que representa cierta unidad de la izquierda. Pero que si esa unidad no se mueve a algún tipo de alianza hasta el centro no se va a lograr cambiar la situación. 

¿Cómo se entiende que el Brasil de Lula da Silva y Dilma Rousseff, ese Brasil que recuperó tantos derechos para su pueblo, hoy se encuentre en esta situación?
Es muy difícil explicarlo. Hay explicaciones sociológicas que tratan de analizar por qué una gran parte de la gente más pobre, de la gente que rozaba la pobreza absoluta, se acercaron las iglesias evangélicas que tienen una connotación política muy a la derecha (no todas, pero sí gran parte de ellas). Las fuerzas progresistas no percibimos que esas tendencias estaban ahí. Quizás deberíamos haber trabajado más en el nivel de la conciencia popular.

A eso se suma el total oportunismo de la élite económica y la élite seudointelectual de Brasil e incluso de los medios que hoy están preocupados. Si uno le pregunta a Folha de Sâo Paulo o incluso a Globo si están de acuerdo con lo que dicen los jefes militares, tienen que decir que no. Pero como su obsesión era sacar del poder al Partido de los Trabajadores (PT) y en especial a Lula, trabajaron juntos y aceptaron que las fuerzas más oscurantistas de la sociedad tomaran el poder. Hoy esos grupos también están con un problema grave.

Se llega a esta situación por lo que puede haber sido una falla de percepción de nuestra parte de tendencias en nuestra sociedad y por el interés de las élites nacionales e internacionales para dar un golpe contra Dilma y Lula y luego generar las condiciones que permitieron el triunfo de Bolsonaro.

Aunque ha perdido mucho apoyo, Bolsonaro sigue teniendo ese núcleo duro de gente que ataca las normas civilizatorias, las leyes laborales, los derechos humanos, los derechos de los negros, de las mujeres, de los sectores LGBT, etcétera. Son muchas esas personas que están llenas de odio y encontraron en Bolsonaro una voz con la que se identifican.

¿Considera que los golpes de Estado contra Manuel Zelaya (Honduras), Fernando Lugo (Paraguay), Dilma Rousseff (Brasil), Evo Morales (Bolivia), la persecución mediática judicial contra Cristina Fernández (Argentina), Lula da Silva (Brasil), Rafael Correa (Ecuador) y la constante agresión hacia Venezuela son parte de la respuesta de Estados Unidos a aquel «No al Alca» que parte de estos gobiernos le dieron en 2005?
No solo del «No al Alca». De hecho, en aquel momento George W. Bush salió de Mar del Plata, vino a Brasil y tuvo una reunión muy buena con Lula. Pero era otro el contexto: Estados Unidos estaba muy preocupado por Medio Oriente, estaba interesado en relanzar las negociaciones comerciales multilaterales. Yo viví todo eso. Los sectores más oscurantistas del poder en Estados Unidos no estaban tan activos. Pero con el tiempo fueron recuperando influencia.

Creo que luego surge una gran preocupación geopolítica: los vínculos con China, la propia unidad latinoamericana que se expresa de manera notable en The Economist, donde aparece el mapa del hemisferio de cabeza y bajo el título: «América Latina no es más el patio trasero de nadie»; y el hecho de que teníamos también el Consejo de Defensa Suramericano, que en Brasil se descubren los yacimientos petroleros del Pre-Sal, se crean los BRICS. Todo eso en conjunto desató una ofensiva norteamericana y, hay que decirlo, con mucho apoyo interno de personas que nunca estuvieron conformes con la actitud independiente de los países, con las reformas sociales de Néstor y Cristina Kirchner, de Lula y otros. Esa gente se apoya en las acciones norteamericanas y lanzan los procesos de lawfare y todo lo que ya conocemos.

Sin embargo, Bolsonaro no tiene comparación en la historia moderna. Representa la negación de la ciencia, la negación de la razón. Desgraciadamente hay un movimiento general para dar golpes e instalar gobiernos de derecha en América del Sur, pero en Brasil se ve lo peor de eso.

Tras el golpe contra Dilma Rousseff, y con la llegada de Mauricio Macri al gobierno de Argentina, se abandonaron o se destruyeron los espacios de integración que se habían construido o reformulado durante la primera década del siglo XXI: Unasur, Celac, Mercosur, etcétera. ¿Cómo se pueden recuperar esos proyectos integradores?
Primero, tenemos que vencer al coronavirus. Hoy eso es lo indispensable, porque es la vida. Sin la vida el resto no existe. Tenemos que vencer el coronavirus con creación de empleo, con manutención de ingreso para la gente pobre. También trabajar para revivir esos organismos. Son importantes los líderes como Alberto Fernández, de quien soy amigo al igual que de Cristina. A mí me gustaría que el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, tuviera una actitud más extrovertida, aunque hay que reconocer que México ha tenido posturas muy buenas, por ejemplo, en la OEA.

Deberán recuperarse todos esos organismos porque incluso un país como Brasil no es lo suficientemente grande para un mundo de bloques como el que vamos a tener. Para poder negociar con Estados Unidos, con China, con Rusia o con la Unión Europea tenemos que estar unidos.

Pero eso no se va a dar en lo inmediato, y nuestra tarea más urgente hoy es la defensa de la vida, la salud, la libertad y los empleos. En ese sentido, yo quiero felicitar a Alberto Fernández por el liderazgo que está ejerciendo en Argentina, que ha sabido contener esa gran amenaza que pesa sobre todos nosotros.


 

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