Alfredo Calvelo: el beneficio de la duda

Como cada mañana, Alfredo Calvelo está en la sala de control de Estudios Hollywood. «Generalmente estoy acá, editando, mezclando, siempre hay algo que hacer», dice con lúcida tranquilidad, es el valor agregado que muchos músicos buscan cuando graban con él. Lo espera una sesión de guitarras para el próximo disco de Embajada Boliviana, el primer trabajo de estudio del grupo en quince años. «Vos grabaste el último, tenés que grabar este», le dijeron, como alentándolo a reactivar la historia después de Soñando locuras (2000).

«Una mirada obsesiva sobre algo puede generar una perfección que no es atractiva.»

Nada de lo que pasa en el rock de La Plata parece ajeno a Calvelo: desde aquellos años de rock de secundaria –»Acá no había lugares para tocar, teníamos que inventarlos»- a su rol como engranaje clave en la consolidación y despegue de bandas como Estelares o Adicta, hasta su actualidad como reputado productor e ingeniero, sumado a sus trabajos en teatro y cine. «La parte que más me gusta de la música es la composición, porque me impone el desafío de sentarme y buscar. Me gusta más eso que salir a tocar», asegura. Sin embargo, su reciente incorporación como quinto miembro de Mostruo! lo devuelve a escena, iluminando un nuevo perfil de uno de los artífices esenciales del rock platense de los últimos años.

¿Cómo te incorporaste a Mostruo?

Ellos estaban buscando a alguien hace un montón. Si me lo hubiesen dicho antes quizás no hubiese aceptado, pero se dio ahora y sentí que tenía ganas de tocar. Mostruo! siempre tuvo a alguien más, como Juan Ravioli en su momento, y ellos sentían que en los vivos a veces les faltaba algo de lo que habían grabado en los discos.

Ya eras una especie de miembro fantasma, estuviste desde los inicios trabajando con ellos, ¿cuál es tu rol ahora?

Sí, por eso fue más fácil, no me era ajena su música. Pero sí me era ajeno ensayar, por ejemplo. Sin exagerar, hacía veinte años que no lo hacía. Mostruo es una banda muy consolidada, así que es mucho más sencillo todo; está súper trabajada, son músicos fenómenos. Mi rol fue sumar cosas que agranden pero que no se vayan del estilo. La banda no cambia mucho conmigo, la esencia se mantiene. Hay un complemento musical, que ojalá suene mejor.

Muchos músicos que han grabado con vos destacan tu aporte más allá de lo técnico, ¿cómo concebís tu papel en la grabación de un disco?

El rol de alguien atrás de una consola interviene a la banda necesariamente, porque son miradas. Sucede que, como soy músico, muchas veces tengo una mirada más de músico, más allá de decirte si el bombo está agudo o grave. Es inevitable. Grabar es algo tan complejo… las decisiones que tomás van por un montón de lugares. Y es un hecho estético: no hay algo que esté bien o mal. Es como la pintura. Después hay apreciaciones: se entiende o no, gusta o no, está resuelto o no. Mi postura como productor es influir lo menos posible y hacer brillar lo que la banda tiene. Como lo que intento hacer en Mostruo!: no busco hacer solos de teclado porque eso no tendría sentido, para eso están ellos. Lo que hago es, desde atrás, hacer que el solo luzca más.

¿Cómo se logra empatía con los músicos, cuando se trabaja con tantos?

Grabar un disco es una situación de stress muy grande. Es un lugar de exposición, al que vas con muchas dudas. Es escucharse y encontrarse con una realidad que tal vez no esperabas. Con el paso del tiempo, te vas dando cuenta de algunas cosas. Pero sigue siendo así: he grabado con Cacho Castaña sus últimos discos, por ejemplo, y hay que sentarse con un tipo así, que grabó más de cincuenta discos. Pero vos ves que aparecen las dudas. Porque si no las hay es porque sos un boludo, o un necio: si no dudás te estás limitando. Hay cosas técnicas que uno sabe que funcionan, pero también hay que ir por otro lado porque si no es todo igual. Yo no sé cómo se ve de afuera, pero todos los discos que hago los encaro distinto; con toda la experiencia acumulada pero de manera distinta porque son distintos. Me parece que diferentes artistas necesitan diferentes aproximaciones.

¿Cómo era tu trabajo en los noventa, cuando grabaste Extraño lugar, de Estelares, por ejemplo?

Era otra forma, absolutamente. Antes te concentrabas un mes, eran sesiones largas. Ahora es todo mucho más fragmentado, se tarda mucho más en sacar un disco. Había tres limitaciones básicas. Primero, la edición digital casi no existía, era muy rudimentaria. Eso hacía que, necesariamente, tu preparación antes de grabar fuera mayor. Tenías que llevar las cosas más resueltas. Después, los estudios eran emprendimientos comerciales, con un dueño que buscaba sacar la mayor renta posible, así que tenían turnos de doce horas, uno de día y otro de noche. Eso hacía que las sesiones fueran interminables. Lo que más recuerdo de esa época es estar saltando gente, porque se grababa bajo una presión fulminante, luego de la cual los músicos caían como moscas. Entonces yo pasaba por encima para seguir grabando a los demás. Ahora es un ratito, nos juntamos, volvemos. Es distinto. Todo se arma y se desarma, se vuelve a revisar. Y a veces no es bueno que se dilate tanto: una mirada obsesiva sobre algo puede generar una perfección que no es atractiva.

¿Y cómo fue trabajar en un disco tan íntimo y solitario como Ciudadano Toto?

Fue un desafío gigante. Toto grabó todo el disco en 16 canales, todos repletos. Estaban ocupados todo el tiempo. Es muy difícil pensarlo ahora, pero antes cada cosita que ponías en un canal era un pote de la consola. Y en cada cachito Toto había metido una guitarra, o un trombón o un hi-hat. Era un disco que si lo armabas tenía como 140 canales, pero él metió todo en 16. Así que mezclar ese disco fue muy difícil, y lo hicimos juntos, con un sistema que inventé para automatizarla, porque si no hubiese sido imposible.

Participaste del recital homenaje a Toto que se hizo este año, ¿cómo fue esa noche?

Fue dificilísima. Pero fue un acierto muy grande hacer ese show, a pesar de que yo dudé en un principio. Fue un acierto porque sirvió económicamente para algunas cosas que la familia de Toto necesitaba resolver, y porque hizo que nos reuniéramos todos los que alguna vez pasamos por Adicta, desde asistentes hasta músicos, y fue muy sanador. Yo sigo estando mal por lo de Toto. A mí me llamó dos días antes de morir. Me parece que fue algo innecesario. Cuando se organizó el homenaje me preguntaron qué quería hacer, dado que había producido varios discos de Adicta y co-mezclado Ciudadano Toto (2003). Y yo necesité cantar. Es muy difícil cantar temas de Toto pero hice «Soy animal» en el registro original, incluso cantando notas que no puedo cantar.

¿Por qué dudaste?

Porque Adicta no había terminado del todo bien. No quería que se leyera como una cuestión de prensa, en ese sentido estaban mis reservas. Muchas cosas habían pasado. De hecho tuve dudas hasta la prueba de sonido. Pero cuando se abrieron las puertas y empezó a entrar la gente, la onda de los camarines, todo eso fue un cambio de energía que estuvo buenísimo. Y la devolución de la familia de Toto fue como lo sentimos nosotros, así que me quedé re tranquilo, dentro de lo que se puede. Lo de Toto me parece una lástima, una pérdida importantísima. Y hay cosas que te dan pena, como Calamaro que le dedica un premio cuando ya está muerto. Buenísimo igual, pero hubiese sido mejor que lo hiciera antes. Toto es uno de los artistas más honestos con los que me crucé. Un tipo cero especulador, que hacía lo que sentía. Tenía honestidad, no podía hacer otra cosa que no fuera lo que sentía. Lo conocí mucho, desde que me traía los casetes con lo que estaba haciendo y que a mí me parecían increíbles. Su voz era tremenda y se animaba a hacer cosas que nadie hacía. En el contexto de los noventa, lleno de posturas, nosotros nos juntábamos a hablar de temas de Sandro, de Leonardo Favio, de José Luis Perales. Era una locura en ese momento. Ahora es cool, pero él fue el primero al que no le importó, que asumía que eso le parecía bueno. Y eso era un hecho subversivo importante. Eso es convencimiento, que es lo que tiene que tener un artista.

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