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P.O.V | Porque yo no quiero trabajar, pero…

Mac DeMarco, ícono indie de los pantalones holgados y las melodías desenfadadas, tiró una frase que se volvió titular: “Ahora soy plomero”. Lo dijo con la soltura que lo caracteriza, en una entrevista sin demasiada solemnidad. Tal vez fue una broma, tal vez un deseo real de bajarse del mundo de giras y festivales para volver a lo simple. En él no sorprendió: siempre pareció estar jugando con los límites entre el arte y la vida común.

Acá ya la habíamos escuchado, pero dicha sin comillas. Gustavo “Chizzo” Nápoli, voz y guitarra de La Renga, fue efectivamente plomero. También electricista, técnico en refrigeración y lo que hiciera falta. Él y sus compañeros hacían changas para bancar los primeros pasos de la banda. La música era el objetivo, pero no existía todavía como ingreso: había que inventarla mientras se pagaban los gastos. El trabajo manual no era un gesto irónico ni una búsqueda estética; era parte del camino.

Esa historia no es una excepción. Es, más bien, parte del paisaje de la música popular argentina. Un terreno donde artistas de todos los géneros han tenido que combinar su vocación con otros oficios. Antes de ser leyenda, Ricardo Iorio fue operario metalúrgico. Luciana Jury trabajó en tareas de limpieza. Andrés Ciro Martínez, antes de Los Piojos, trabajó fumigando casas y edificios. Sara Hebe fue animadora de fiestas infantiles. Germán Daffunchio, en sus años en Europa, trabajó de albañil en Alemania. Paula Maffía fue docente, artista gráfica, actriz, entre otras cosas. Pity Álvarez se desempeñó como encargado de higiene y seguridad en una fábrica. Lito Nebbia fue cadete en una relojería en Rosario. León Gieco ayudaba en tareas rurales en Cañada Rosquín. Barbie Recanati trabajó en distintas áreas autogestivas antes de fundar su sello. Vicentico tuvo empleos administrativos y de oficina. Y así, una lista larga de músicos y músicas que hicieron —y en muchos casos siguen haciendo— malabares entre la música y la vida.

Nadie de ellos presenta eso como un mérito. Tampoco como algo vergonzoso. Es simplemente parte de la historia. Parte del paisaje. Porque acá, muchas veces, la música no es una escapatoria al trabajo, sino otro tipo de trabajo. Uno que requiere tiempo, inversión, paciencia, frustración, logística. Uno que no siempre se ve desde afuera, sobre todo cuando se lo sigue imaginando como una bohemia con guitarras y luces suaves. A veces suena, en los recitales, esa línea que todo el mundo canta entre risas: “yo no quiero trabajar, no quiero ir a estudiar…”. Pero cuando baja la espuma, queda claro que casi todos trabajaron, estudian, o siguen haciéndolo mientras graban, giran o ensayan.

La frase del querido y genail Mac DeMarco, nos recuerda que, por estas latitudes, ser plomero y ser músico no son mundos tan distintos. Que en muchos casos fueron la misma persona. Y que detrás de cada canción hay, además de inspiración, horas de laburo. Y que por elección o por necesidad, no se puede tocar la guitarra todo el día.