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POV | Del mito tumbero a las series globales

Tras el lanzamiento de “En el barro”, repasamos el vínculo entre la producción audiovisual argentina y el complejo sistema penitenciario

Las cárceles en la ficción argentina no buscan ser documentales. Si bien parten de un territorio reconocible —los muros, los pasillos, las jerarquías invisibles—, la mayoría de estas obras se permiten licencias narrativas: lo fantástico y lo onírico en Tumberos, la crudeza estilizada e impactante en las series de Netflix, el dramatismo íntimo en el cine. El resultado es un mapa de prisiones que hablan menos de procedimientos judiciales y más de las heridas de la sociedad que las produce.

En 2002, América TV sorprendió con Tumberos, la serie que inauguró una mirada descarnada y popular sobre el mundo carcelario de la mano de Adriàn Caetano. Rodada en la ex Cárcel de Caseros y protagonizada por Germán Palacios, Belén Blanco y Carlos Belloso, narraba la caída de Ulises Parodi, un abogado de clase alta injustamente acusado de asesinato. Su recorrido por los códigos de la prisión —entre rituales de poder, violencia y hasta guiños sobrenaturales— abrió la puerta a una estética que después se volvería tendencia. Con picos de 20 puntos de rating, fue un fenómeno de época que capturó cierta herencia del llamado «Nuevo Cine Argentino» y esa serie bisagra llamada «Okupas».

En 2016, Sebastián Ortega retomó el pulso del encierro con El Marginal. Estrenada por la TV Pública y luego comprada por Netflix, convirtió a la ficticia cárcel de San Onofre en un ícono exportable. Juan Minujín, Nicolás Furtado y Claudio Rissi encabezaron un elenco coral que combinó drama policial, humor negro y la radiografía de una sociedad paralela dentro de los muros. Con 13 premios Tato y dos Martín Fierro, globalizó el género carcelario argentino y puso en circulación un lenguaje que hablaba de exclusión, corrupción y sobrevivencia.

El fenómeno se reeditó en 2025 con En el barro, spin-off femenino de El Marginal, lanzado por Netflix con producción de Underground y Telemundo Studios. Protagonizada por Ana Garibaldi, Rita Cortese, Lorena Vega y Valentina Zenere, narra cómo cinco mujeres, tras sobrevivir a un traslado accidentado, deben negociar su lugar en La Quebrada, una prisión que funciona como reflejo de las tensiones sociales del presente. En menos de una semana, se convirtió en la serie no inglesa más vista del mundo en Netflix, entrando al Top 10 en 69 países.

En el cine, la obra más decisiva es Leonera (2008), dirigida por Pablo Trapero y presentada en competencia oficial en Cannes. Protagonizada por Martina Gusmán junto a Rodrigo Santoro y Elli Medeiros, cuenta la historia de Julia, una joven que ingresa a prisión acusada de homicidio y atraviesa su maternidad entre rejas. Trapero evitó el efectismo y construyó una narración íntima, dura y realista sobre el vínculo madre-hijo en condiciones extremas, convirtiendo la prisión en un espacio simbólico donde se debaten el destino, la maternidad y la marginalidad social. La película consolidó a Gusmán como actriz internacional y fue clave en el reconocimiento del cine argentino de la década.

La representación femenina en prisión tiene antecedentes notables. En 1964, René Mugica estrenó El octavo infierno, cárcel de mujeres, con Rosita Quintana, Leonardo Favio, Lautaro Murúa y Lydia Lamaison: un drama sobre el sacrificio maternal y el sistema judicial. Más tarde, en 1986, Emilio Vieyra entregó Correccional de mujeres, un thriller con Edda Bustamante, Julio de Grazia y Thelma Stefani, donde el encierro se transformaba en escenario de motines, fugas y corrupción, bajo el prisma del policial erótico.

De Tumberos a Leonera, de El Marginal a En el barro, las ficciones argentinas han usado las cárceles como un laboratorio narrativo. No se trata de reproducir fielmente la institución, sino de ponerla en tensión: mostrar jerarquías, pactos de silencio, violencia estructural y la delgada línea entre lo legal y lo ilegal. En cada celda narrada late una metáfora del país. Y quizá la popularidad creciente de este género, en tiempos de crisis sociales y políticas, diga más de nuestra realidad que de la ficción misma.