Gestionar el dolor (III)

[quote_recuadro]Tercera entrega:[/quote_recuadro]

Vicisitudes de la reconstrucción del lazo entre el Estado y las víctimas del terror de Estado: gestionar el dolor

¿Qué es el común?, si el punto de partida no es el “para todos” que marcha hacia un punto ideal. ¿Qué es el común?, si se lo entiende como aquello que surge de la “no relación sexual”, el Común brotando de la soledad sintomática en relación con el inconsciente, sin dialéctica ni superación alguna. O, dicho de otro modo, el Común como el verdadero término donde la Diferencia Absoluta puede jugar su partida.

Jorge Alemán, Soledad: Común. Políticas en Lacan

Por Fabiana Rouseaux*

Hay una forma de presentificación de ese horror, simultánea con el olvido también –el olvido como respuesta sintomática–, que tiene estatuto de efecto y mantiene relación directa y causal con lo actual, con lo que retorna en un tiempo anterior.

En cada testimonio de lo vivido, el relato que se forja, cobra una temporalidad actual, inespecífica, extraña, y se vuelve a producir un sentido, diría que en cada repetición hay una nueva marca. Quizás en términos de relato haya coincidencias discursivas, pero no en términos del acto subjetivo que implica, dado que cada vez que se vuelve a pasar por el testimonio se produce un encuentro con algo que antes probablemente no estaba o no era evidente para quien lo enuncia.

Ahora bien, frente a la magnitud de estas consecuencias, no hay posibilidad de una “respuesta sin lazo”, sin un Estado de Derecho, Reparador, que intente suturar el lazo devastado por el propio Estado en épocas de terror generalizado para acceder a la planificación de políticas reparatorias que logren incidir en alguna medida sobre lo provocado.

Es decir, un acompañamiento pensado desde la reconstrucción de un lazo social. El acompañamiento como discurso a construir. Cuando iniciamos esta experiencia, en el año 2005, había que construirlo justamente porque el Estado no había estado presente jamás en estos problemas. Y ninguna política de Estado que se ocupe seriamente del tema puede desconocerlo, como tampoco pueden desconocerse las consecuencias que pueden implicar el hecho de “reanudar algo que estaba roto”, porque hay que volver a confiar, volver a creer, volver a tomar un diálogo posible.

Es decir, haciendo un buen uso de los laberintos burocráticos inherentes a las políticas públicas, aun cuando en muchas oportunidades los intentos no alcancen o incluso terminen provocando lo que se pretende evitar, porque también debemos saber que la magnitud de las marcas hacen necesarios dispositivos que estén a la altura de lo dañado.

Como psicoanalistas, en esa función, al recibir a un sujeto que ingresa al dispositivo de asistencia como víctima y sale de allí del mismo modo, sin haber sido tocado siquiera por el interrogante acerca de su verdad, aun en el espacio desubjetivante de la invención del siglo XX como lo es el dispositivo concentracionario, que en nuestro país tomó el nombre de centros clandestinos de detención, nos coloca frente a un gran dilema ético. Una cosa es ser víctima del terror de Estado y otra es que eso sea el único nombre en la vida de un sujeto. Si no arriesgamos una dislocación del sentido, se puede profundizar la indignidad de las consecuencias de estos delitos.

No podemos olvidarnos que escuchamos precisamente a los dos sujetos en juego de modo simultáneo, a un sujeto que el Estado convirtió en víctima y a un sujeto del inconsciente, que es un sujeto que habla en nombre propio y que muchas veces puede decir “lo peor que a mí me pasó no es lo que todo el mundo supone, lo peor que a mí me pasó es otra cosa”. Y ¿cómo hacer lugar a esto en el Estado? Ahí el discurso que mide las políticas –y sus resultados– se hace insuficiente. Sin embargo, la invención de modos de respuestas, aun en el limitado marco de la cuantificación burocrática, medible y técnica de la ciencia y el discurso positivista que clama por definiciones categoriales, nos da un margen, siempre que estemos dispuestos a extremar un poco más esos sentidos.

Una respuesta posible a eso es la despatologización de la víctima. Recién allí emerge un sujeto que fue víctima de una situación provocada por el Estado y a la cual le suceden cosas diversas. Antes y después de eso también está el sujeto, trastocado desde ya por los episodios que tuvo que soportar a instancias de la responsabilidad del Estado, pero el arrasamiento subjetivo que puede darse en algunos casos no tiene un solo envoltorio. Hay una tentación importante, muchas veces, de tratar a un sobreviviente, que ha transitado por una experiencia concentracionaria, como un “paciente”.

Debemos ser cautos con la certeza del bien, porque el nazismo fue la consecuencia de la lógica del bien absoluto, y de eso hay que cuidarse mucho en la clínica también.

Por otro lado, la reapertura de los juicios en 2006 permitió reconocer la imposibilidad de llevar adelante este proceso por delitos de lesa humanidad sólo desde el discurso jurídico. Uno de los problemas fue que la prueba fundamental está basada en los testigos sobrevivientes del terrorismo de Estado. Testigos que, por otra parte, ya habían dado testimonio decenas de veces antes de estos juicios, tanto en el exterior, como ante organismos de derechos humanos que funcionaban en la Argentina. Muchas de estas pruebas fueron incendiadas, allanadas o inundadas en distintos momentos a lo largo de estos años. Los organismos de derechos humanos hicieron todo lo posible para mantenerlos intactos, pero muchos de esos testimonios fueron destruidos, lo cual exigió sucesivas reconstrucciones.

* Psicoanalista. Especialista en asistencia a víctimas de delitos de lesa humanidad; coordinadora del Área de Psicoanálisis y Derechos Humanos del Instituto de Investigaciones del Campo psi-jurídico; ex directora del Centro de Asistencia a Víctimas de violaciones de Derechos Humanos “Dr. Fernando Ulloa”, Secretaría de Derechos Humanos de la Nación.

El presente artículo está basado en el texto del libro de próxima aparición, Consecuencias subjetivas del terrorismo de Estado.


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