Winfried Fallon Noriega, o cómo transformar la hostilidad en amor y paz

Por Manón Protto Baglione

El depto de Villa Elvira que comparte con un amigo está detonado, por lo menos para los parámetros que maneja una persona que es como una mezcla de Sheldon Cooper, de The Big Bang Theory, y Aang, de Avatar la Leyenda de Aang. Los pómulos y ojos de Winfried Fallon Noriega se han deshinchado un poco, el video y el pánico del martes, que le estrujaron el pecho a casi todo el país, van quedando atrás. Ahora siente que es Gokú, de Dragon Ball, sosteniendo una genki dama, el héroe convocando toda la energía de la humanidad para derrotar al villano, el esfuerzo paciente de acumular impulso y poder construir a partir del amor de todes el golpe letal, final e inapelable contra la discriminación.

«Con todo este tema me he convertido en un personaje público. Cuando era chiquitita yo iba al baño y hacía como que estaba en el confesionario y era mi reality. Era mi sueño, yo jugaba a eso. Pero ahora no es un juego, mi idea es aprovechar esta situación para visibilizar la violencia contra las personas LBTIQ+ o con Asperger y evitar que siga pasando», explicará Winfried. En este día, que debería ser un sábado de flojera, elle está emocionade, activx y tejiendo proyectos, entre el Estado y la sociedad civil, para evitar que a otras personas les pase lo mismo. Háblenme de resiliencia. 

Y es que cuando pensamos en las discapacidades y las identidades no hegemónicas en términos de matices y no de polos desconectados, podemos pensar que todes tenemos un poco de Asperger, o de bipolaridad, o tenemos conductas trans, o antipatriarcales. Casi nadie es absolutamente un opresor ni solamente un oprimido, absolutamente capaz o completamente inhabilitado. Pero en el caso de Winfried se conjugan muchos elementos que lo vuelven lo otro de lo otro de lo otro de lo otro. Solo su altura y sus ojos ridículamente azules parecen encajar en los patrones hegemónicos de lo bello, lo sano y lo moralmente aceptable.

Winfried remarcará en muchas ocasiones que la posibilidad de haber visibilizado su agresión no es el fin del asunto, sino el comienzo de un camino de militancia y participación. «Esto no termina acá, luego de la visita a Alberto, esto es algo nuevo, una nueva lucha, una nueva responsabilidad, un nuevo debate», dirá le estudiante durante la conversación, haciendo énfasis en su voluntad de representar a las dos comunidades de las que forma parte, el colectivo LGBTQ+ y el de las personas con Asperger. Parafraseando a Charly García, Winfried advierte que los carceleros de la humanidad no lo atraparán dos veces con la misma red.

Como solo toma té, le pido agua para el mate y la pone a calentar en una jarra. En realidad, para mí, está un poco distraíde: la reunión con Alberto fue un flash, el acompañamiento de la Facultad de Periodismo también le emocionó y su energía se mueve entre el vértigo y las ganas de comerse el mundo, la sensación de ser una hipercomputadora cuántica funcionando a su máxima capacidad y su vocación de permanecer con los pies en la tierra, para ser otre, pero no alguien que está por encima de les demás.

Winfried se mueve por su casa con sigilo y parsimonia, y tiene esa clase de presencia que a une le genera la impresión de que nada malo te podría hacer. Pero el viernes la película fue Une autista sueltx en Olivos, y tuvo comedia, acción y momentos emotivos. Conocer a Alberto, a la primera dama Fabiola Yánez, a la titular del INADI, Victoria Donda, a la decana de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social donde estudia, Andrea Varela, la posibilidad de colaborar en el diseño de políticas contra la discriminación. Su actitud osciló entre la fascinación y la responsabilidad de saber que la historia personal que buscaba visibilizar es la vida cotidiana de miles y miles de personas que son agredidas por el odio y la incomprensión. Tratar con mayor profundidad también fue una experiencia vertiginosa.

«La violencia trae odio, y el odio trae caos, y yo considero que las cosas no se resuelven con odio ni violencia, se resuelven con paz, pero con rectitud. Hay que respetar y hacerse respetar. Considero que dentro de quienes me agredieron hay mucho dolor y furia, y terminaron descargándolo conmigo», sintetiza Winfried.

Tanto en Pico Truncado, donde creció, como en Necochea y La Plata, hogares de su adolescencia y su juventud, le joven estudiante de Periodismo aprendió que la paz y el amor no son la opción moralmente aceptable, sino la forma más inteligente y lógica de ordenar nuestro paso por este mundo. «El tiempo nos dará la razón», parece decir su actuar, como si fuera consciente de haber tomado el camino más largo y más duro, pero sin falsos atajos ni espejismos de llegadas.

Una vez un profesor lo felicitó por preparar un final con mucha antelación. «Se nota que estudió mucho, es un placer poder notar ese compromiso», dirá el docente. Winfried en realidad le había dedicado cuatro horas a la materia. Pasa que su cerebro lee y procesa información a una velocidad superlativa, y por momentos pareciera que la diferencia es más cualitativa que cuantitativa: no solo piensa más rápido, sino que piensa distinto. Mantiene el foco, conserva el objetivo claro, planifica y construye métodos para todo, permanentemente.

¿A qué le tiene miedo alguien que ya superó situaciones de agresión física, simbólica, de todos los calores, por múltiples razones? «A lastimar a las personas que quiero, a que en este momento de visibilización haya amigues o familiares que sientan que los expongo, no sé. Es algo nuevo para mí, tener la posibilidad de construirme como una voz representativa de dos comunidades, sé que puede tener sus costos, pero siento la responsabilidad de intentarlo», explicará Winfried, admiradore de Evita y fan de Harry Potter. 

Winfried practica kickboxing; su mejor golpe son las patadas, y la giratoria en su caso es devastadora. Tranquilamente podría haber reaccionado con violencia y lastimado a sus agresores. No devolver la violencia fue una decisión: en el fondo no tenía miedo, «porque sabía que no les había hecho nada malo, solo quería que a mi mamá no le pasara nada».

Cuando llegó a la ciudad de las diagonales, como quien dice, con una mano adelante y la otra atrás, una serie de eventos inesperados le terminó depositando en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social. «Es como que el sombrero seleccionador de Hogwarts me dijo ‘esta es tu casa’, y ahí encontré un terreno seguro, un montón de aprendizajes que mejoraron mi capacidad de comunicarme», recapitula Winfried. La anécdota de cuando se negó a cederle el asiento en un acto a Florencia Saintout se la tiene que contar elle, porque a mí no me sale tan graciosa, pero fue como que Hermione Granger no supiera que Dumbledore era el decano y le dijera, respetuosamente, «volá de acá».

«El autismo no es una enfermedad, es un trastorno en la comunicación que nos hace a veces no poder entender determinadas normas sociales», explica Winfried. Los discursos sociales disponibles en la industria cultural en torno al autismo, como la propia The Big Bang Theory, Atypical, no denigran, pero sí exageran. «Que existan esa clase de personajes es algo positivo, porque sirve como referencia», comenta le joven.

Resalta que existe mucho debate en el ámbito de la comunidad de personas con autismo: «Yo vivo el Asperger como yo lo vivo, hay espectros, patrones, pero no todos lo vivimos de igual manera».

Su perspectiva con respecto al punitivismo es clara. «La Justicia tiene que tomar las medidas adecuadas, las personas pueden cambiar, los agresores pueden transformarse, pero es necesaria una pena y un castigo para que haya un ejemplo. No les deseo el mal, solo pido justicia, por mí y por mi madre», explica Winfried.

No eran loquitos. Quienes atacaron a Winfried no fueron un grupo de marginales. Si bien es poco común que personas agredan a un discapacitado, esas prácticas se fundamentan en imaginarios que siguen mucho más vigentes como marcos de inteligibilidad y comprensión del mundo que lo que nos permite pensar los discursos dominantes políticamente correctos. La segregación es el menú de todos los días para cientos de miles de personas en nuestro país.

Lo que le pasó a Winfried pasa todo el tiempo. Está pasando, ahora. Mientras escribo, mientras leen. Falta muchísimo para que en estas sociedades, donde la discapacidad puede ser algo conmovedor en una foto con Lionel Messi y la diversidad sexual una serie de Netflix, sea respetada plenamente la vida y la dignidad de las personas que, por razones que escapan a su decisión o por elecciones de vida, se apartan de las normas sociales. 

No maltrates nunca la fragilidad ni la rebeldía, no domestiques los deseos ni virtudes, no compares los dones, no te asumas la norma, cuidá a quien te cuida: así se hace un mundo de respeto, dignidad y cuidados para todes. Ese asunto está ahora y para siempre en las manos de Winfried, ¿y en las nuestras?


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