Virgen de Copacabana: cultura boliviana en La Plata

Por Alejandro Palladino

La fiesta de la Virgen de Copacabana se celebró ayer en la plaza e Iglesia que llevan el mismo nombre, como una marca de su influencia en la gente y en el barrio. Fue en Tolosa, en 20 y 525. Es una de las devociones más antiguas de América Latina. Los fieles bolivianos resignificaron históricamente la figura de la Virgen de la Candelaria desde el siglo XVI, creada por un escultor descendiente de incas sobre una creencia española anterior.

La jornada se inauguró con una misa dada por el sacerdote de la parroquia. Luego, la procesión recorrió las calles del barrio con la estatuilla al frente, para terminar su recorrido nuevamente en la plaza y dar lugar a los coloridos grupos de baile que desfilaron circundando la plaza hasta las seis de la tarde.

La fiesta tiene una gran relevancia en cuanto a la composición social del barrio: en la zona que abarca las cuadras entre 32 y 515, y 19 y 25, se encuentra un alto índice de migrantes y familiares bolivianos que se radicaron en La Plata, sobre todo desde los años setenta, con la cuarta gran oleada de migración, que coincide con la construcción de la capilla (del bolsillo y la mano de obra de los vecinos) y los inicios de la fiestas unos años después, en 1985.

Allí se han tejido lazos de solidaridad entre los vecinos, como por ejemplo para aquellos recién llegados del país hermano que buscan trabajo. La capilla, la plaza y la Virgen, con su fiesta, permiten desde la religión y la cultura construir los espacios de sociabilidad para dar cobijo a sus compatriotas.

La capilla, la plaza y la virgen, con su fiesta, permiten desde la religión y la cultura construir los espacios de sociabilidad para dar cobijo a los compatriotas.

La fiesta se hace el primer fin de semana de agosto todos los años, aunque esta vez se adelantó por las elecciones del próximo 9 de agosto. El sábado por la noche es la vigilia, una fiesta menor como antesala de la gran fiesta que el domingo moviliza a los bolivianos del Gran La Plata y zonas aledañas del Gran Buenos Aires.

La misa comenzó a las 11hs, con los bancos de madera desplegados sobre la calle y repletos de fieles de todas las edades, e incluso bailarines ya vestidos para alinearse con sus equipos un rato después. Mientras el sacerdote ofrecía la hostia, a pocos metros la música sonaba a todo volumen, las cervezas rebalsaban los vasos y el humo de las frituras del chicharrón y el pique se alzaban en el cielo limpio del mediodía. El fervor de la fiesta convivía con la ceremonia católica, le fijaba límites, la transformaba en un detalle de toda aquella atmósfera popular y alegre.

La procesión

Terminada la misa, la Virgen de Copacabana fue alzada por un grupo de devotos para dar inicio a la procesión. Detrás del pequeño santuario a cuestas, caminaban mujeres y hombres mayores con rostros surcados que oraban bajo, con imágenes de la Virgen tomadas con las dos manos y aferradas al pecho. El sacerdote recitaba canciones que aludían alternativamente a María, a Cristo y a Copacabana. Cada dos cuadras, frenaba y bendecía con agua a los más cercanos.

Más atrás, los grupos de danzas bailaban bajo el sol al ritmo de la música, uno tras otro. La procesión avanzó por la avenida 19, dejando atrás las viviendas del Plan Federal de 526 y los monoblocks de 19 y 528, de los cuales asomaban las cabezas curiosas entre las cortinas para ver el cordón ceremonioso pero festivo, con un silencio sólo interrumpido por el sacerdote delante, y las máscaras y disfraces que con su música rompían la quietud de domingo.

Una mujer de pelo corto se acercó a la Virgen en la mitad de la calle, la tocó con su mano, depositó un objeto en ella y se alejó emocionada en llanto. Al mismo tiempo corría el agua bendita del cura y la alegría de las bailarinas de primera fila que se llevaban las fotos. La Iglesia católica y su sello en el cura, actor secundario en medio de aquella fiesta popular.

La fiesta y la identidad cultural boliviana

Zulema Henríquez es comunicadora indígena, hija de migrantes bolivianos, docente y militante del Frente Patria Migrante. Sobre la fiesta y su importancia cultural y política para la comunidad boliviana en Argentina, sostiene que “a partir de la creación de la capilla, creció el barrio, con más casas para los vecinos, como así también la plaza tuvo un peso mayor. A raíz de la Virgen se fue organizando el colectivo migrante en función de la fiesta. La Virgen es un símbolo de la reorganización de las identidades indígena y boliviana”.

«A raíz de la virgen se fue organizando el colectivo migrante en función de la fiesta. La virgen es un símbolo de la reorganización de las identidades indígena y boliviana.”

Evo Morales es una continua referencia en las palabras de Zulema, por ser el pilar político desde el cual los bolivianos reivindican su cultura contra los ataques excluyentes de sectores de la sociedad argentina reacios a la fortaleza entre países de Latinoamérica.

El punto central en cuanto al sentido de la fiesta es para Zulema  el sincretismo cultural y religioso que contiene: “El colonialismo y su religión invadieron los pueblos y los aculturizaron. Contra esto, los bolivianos y migrantes se apropian de la Virgen en la fiesta, y  partir de esto trasforman y resignifican su historia. Por ejemplo, muchas de las danzas que se presentarán hoy tienen raíces indígenas, como la diablada, un tipo de baile que está cargado de cuestiones tradicionales indígenas. La diablada es una pelea entre el ángel y los diablos, que terminan ganando los diablos, en medio de la fiesta de una Virgen”. Por eso los diablos desfilan a pocos metros de la Iglesia católica y de la estatuilla de la Virgen de Copacabana.

Las raíces de la cultura indígena, andina y boliviana están presentes en Tolosa. Zulema cierra: “Lo interesante de la fiesta es cómo a través de la devoción a la Virgen, la cultura indígena y sus tradiciones se mezclan con la religión oficial y la transforman.”

Organización de la fiesta y los patrones del baile: los Caporales

Vilma y su madre Julipa son las encargadas de la comisión que le da forma a la fiesta en los últimos años. Vilma corre para todos lados solucionando problemas. Sus padres, desde chica, la llevan a la plaza en agosto para estar cerca de la “Santísima Mamita”. Tras la muerte de su padre en 2009, se alejó por un tiempo de todo lo relativo a la fiesta. Después recurrió a la Virgen para continuar y decidir dar un vuelco y meterse en la organización, poniendo toda su energía e incluso su casa para las reuniones.

Su madre Julipa permanece toda la tarde junto a la Virgen, apoyada a un costado de la parroquia. Después de la procesión, una escena ininterrumpida se repite: una larga cola de creyentes esperan para dar su ofrenda y besar a la Virgen. Julipa no se despega y arroja incienso debajo de la figura.

El último tramo de la fiesta consiste en el desfile de los grupos de baile. Uno de los más reconocidos son los Caporales, bailarines de cuyas piernas resuenan cascabeles con historia de explotación. Miguel Tarifa, fundador del grupo Caporales Centralistas Cruz del Sur, de cincuenta integrantes y que participaron en Cosquín y Villa María, entre otros festivales, cuenta que “Caporales es una parodia a los ricos y a la clase media”.

El último tramo de la fiesta consiste en el desfile de los grupos de baile. Uno de los más reconocidos son los Caporales, bailarines de cuyas piernas resuenan cascabeles con historia de explotación.

“Caporal –continúa– es el capataz elegido entre los esclavos por el patrón en la época colonial para hostigar y explotar a los trabajadores. Es un una danza que tiene cuarenta años de historia pero que retoma aspectos de la Zaya, música de los esclavos que vivían en las Yungas, cerca de La Paz. Los cascabeles son, por un lado, el resonar de las cadenas por los movimientos que hacían los esclavos para seguir el ritmo de los tambores; y, por otro lado, tienen que ver con los cascabeles que los caporales-capataces llevaban en su vestimenta, que seguía la línea española, que hacían sonar sobre el suelo y las cabezas de los esclavos para que se levanten a trabajar”.

La fiesta terminó con la conducción de dos animadores sobre un escenario y los continuos desfiles de grupos de baile diversos en colores, músicas, edades e historia, que se extendieron durante toda la tarde.


 

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