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Un año de (indi)gestión económica del PRO

Por Mauro Forlani

Hay quienes dicen que la gestión económica de Mauricio Macri tiene un solo objetivo: el despojo y el saqueo de los ingresos de los asalariados conquistados en el periodo precedente.

Se habría configurado un verdadero Estado –Depredador, cuya única función es absorber plusvalía al conjunto de las clases asalariadas y rentabilidades de pymes vinculadas al mercado interno para transferirla a los grandes conglomerados locales e internacionales. Actores privilegiados del nuevo gobierno quienes dolarizan sus hiper–ganancias exacerbando la denominada fuga de capitales.

Sin embargo, hay quienes señalan que si bien este diagnóstico, en términos estructurales, es certero, habría que matizarlo, problematizando e identificando diferencias o contradicciones internas hacia el interior del bloque dominante.

Cumplido el año del PRO en el gobierno, el saldo de su gestión económica, lejos del “ocho” con el que se autocalifica el presidente, es mediocre para abajo en términos de lograr algún indicio de recuperación de las variables económicas.

La actual elite gubernamental, a principios del año, tomó un sendero ortodoxo de mega–ajuste mediante una brutal devaluación, anulación de retenciones agropecuarias, liberalización cambiaria y financiera con el objetivo de otorgar gestos y señales contundentes a sus pares del establishment para que fueran ellos quienes relanzaran un proceso de inversión y acumulación sostenida en el tiempo en la economía argentina.

Pero esto no ha ocurrido.

Tras un año de gestión, el resultado negativo está a la vista:

Al tiempo que se fogoneó la inflación, se sumergió a la economía en una recesión que no tiene piso, con el consiguiente aumento de la desocupación y el agravante del incremento del déficit fiscal, no tanto porque haya aumentado el gasto público sino porque se desplomó la recaudación producto de la recesión inducida por el propio oficialismo.

Esto conduce a la Ceocracia gobernante a:

  1. Consumar ajustes feroces en áreas sensibles para el desarrollo, como lo son Ciencia y Tecnología.
  2. Posponer o paralizar la ejecución de la obra pública.
  3. Impedir que se elimine o reduzca el denominado impuesto a las ganancias, cuyo universo de asalariados afectado a esta obligación impositiva hoy más que duplica al afectado durante el gobierno kirchnerista.

Todo esto en función de que las cuentas oficiales no terminen en un descalabro.

En este escenario complicado y vidrioso, el presidente Mauricio Macri ha organizado eventos mega–empresariales, congresos, minidavos, foros, a lo largo del año, convocando a sus amigos del “mundo de los negocios” a convertirse en punta de lanza del crecimiento argentino. Les recuerda que ha resuelto muchas de las trabas que les imponía el kirchnerismo, un exceso de regulaciones y “cepos”, por lo que estarían dadas las condiciones para relanzar la inversión.

¿Respuesta del “círculo rojo” en términos de inversión a lo largo del año?

Poquito y nada.

Salvo algún sector de la oligarquía agraria que se lanzó a la compra de camionetas 4×4 o de insumos y maquinarias, el resto no muestra el espíritu empresarial e innovador que le correspondería como líderes de la sociedad capitalista que tan bien describió el clásico sociólogo alemán Max Weber, para sus homónimos en ciertos países del centro.

Al revés, como se dijo, se trata de una clase parasitaria y rentista que absorbe plusvalía de los sectores subalternos o de los plazos fijos de sus ahorristas en el caso de la Banca, los transfiere a la bicicleta financiera que le garantiza altos rendimiento en los Lebacs del Banco Central y los “fugan”.

Demás está decir que esto es posible porque cuentan con la colaboración de un gobierno que ha premiado claramente la especulación financiera por sobre la inversión productiva.

El problema, y aquí surgen a todas luces ciertas contradicciones o diferencias en el bloque dominante (como señala la segunda posición), es que:

Mientras las cúspides de las clases propietarias (en el sector privado local y extranjero) amasan las fortunas gracias a las “reformas” implementadas por su clase política (intelectuales orgánicos), sin brindar atisbos de actitud proactiva inversora como respuesta que contribuya al crecimiento económico, la dirigencia política del PRO debe ganar las elecciones del año entrante o al menos hacer un decoroso papel que no le licue la legitimidad de cara a lo que le resta de mandato.

Percibiendo que no aparecen los famosos “brotes verdes” esperados para este segundo semestre, que la gran burguesía no sale del letargo, el presidente Mauricio Macri se ve obligado a aumentar el gasto social a los sectores más vulnerables que representan los movimientos sociales, para que la “cuestión social” no le explote o se salga de la vaina a fin de año.

Esta situación ha llevado incluso a que miembros relevantes del oficialismo, como el jefe de la bancada de la cámara de diputados recomendara al mandatario presidencial sumar dirigentes peronistas con alguna visión más heterodoxa a la gestión del PRO.

En tanto, Macri sigue justificando, repitiendo y machacando que estos resultados de empeoramiento de los indicadores económicos y sociales son producto de la “maldita herencia” y que sus políticas si bien implican “sacrificios” no eran sino los únicos posibles para resolver los problemas, para “sincerarlos”.

Es cierto que el legado del gobierno anterior (a todas luces con un balance positivo en la mayoría de las variables laborales, salariales y sociales) tenía ciertos desequilibrios vinculados al clásico problema de “restricción externa” o “cuello de botella”, que no es otra cosa que la insuficiencia de divisas para proseguir un crecimiento económico perdurable dada la necesidad de las mismas para cubrir el importante componente importado.

Pero las soluciones del Pro no eran, ni de lejos las únicas posibles.

Aun si discutimos en su propio terreno y aceptando sus propios instrumentos de política económica, estas podrían haber sido aplicadas de manera tal que se minimizaran los costos sociales y económicos.

Ejemplo: Una vez consumado el pago a los “fondos buitres”, que el kirchnerismo no arreglaba porque no le daba el “estomago ideológico”, un acceso regulado al mercado financiero por un lado, sin liberar totalmente la venta de divisas por el otro, le hubiera permitido fortalecer las reservas del Banco Central, (evitando, de paso, caer en la ruleta financiera de las usurarias tasa de interés de las Lebacs que premia al capital “golondrina”). Reservas fortalecidas complementadas con graduales modificaciones al tipo de cambio hubieran estimulado a liquidar sus granos al sector exportador, puesto que habría alejado las expectativas de una brusca devaluación (que los beneficiara) al tiempo que otorgara competitividad a economías regionales.

Estas modificaciones, aun problematizando en su campo ortodoxo, hubiera evitado desplomar el mercado interno en un cuadro recesivo, al tiempo que alegaba el horizonte de restricción externa que obstaculiza el crecimiento económico propiciando un escenario más favorable para fortalecer o al menos conservar el auge económico heredado.

Recordemos que durante el último año del gobierno de Cristina Fernández con Axel Kicillof en el Ministerio de Hacienda, la economía creció un 2,7 por ciento según los mismísimos datos del Indec actual de Jorge Todesca. Un número nada despreciable en un contexto regional y mundial recesivo.

Sin embargo, el macrismo eligió una actitud de sobreactuación para beneficiar a sus amigos de la City y refundar una nueva “Era pos–populista”. Al tiempo que le pegó un sablazo a los ingresos populares congratuló a la Banca y al capital “golondrina” con intereses usurarios.

La macro–devaluación, el hiper–endeudamiento, la quita de retenciones, el tarifazo y la apertura comercial han sumergido a la economía argentina en una estanflación, la peor combinación de recesión más inflación con el consiguiente incremento del paro.

Estanflación que a esta altura del año seguramente dirigentes y militantes del PRO no esperaban. O al menos esperaban ver más cerca las luces de la salida del túnel, en la metáfora usada en los medios de comunicación hegemónicos por su vicepresidenta para explicar la salida de la “crisis”.


*Docente UNSL

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