Hollywood tiene nueva estrella. No viene de un casting multitudinario ni de una academia de teatro, sino de un servidor. Se llama Tilly Norwood, fue creada íntegramente por inteligencia artificial en el estudio Xicoia y ya debutó en la comedia AI Commissioner, producida por Particle6 Productions. Sus creadores aseguran que quieren convertirla en “la próxima Scarlett Johansson o Natalie Portman”, y en el Zurich Film Festival adelantaron que varias agencias de representación estarían a punto de contratarla.
La noticia, que podría leerse como un truco publicitario, encendió sin embargo un debate que recorre desde hace años a la industria cultural: ¿hasta dónde puede llegar la tecnología sin un marco ético y político que la contenga?
Las reacciones en Hollywood no tardaron en llegar. Actrices como Melissa Barrera (Scream) tacharon de “asqueroso” que un agente pueda representar a un avatar, y Mara Wilson (Matilda) preguntó con crudeza: “¿Y qué pasa con las cientos de chicas reales cuyos rostros se usaron para crearla? ¿Ninguna merece un papel?”. Kiersey Clemons (Flash) pidió nombres de las agencias interesadas, mientras que otros intérpretes optaron por la ironía: Lukas Gage bromeó con que Tilly llegaba tarde al set y Odessa A’zion inventó un altercado donde la actriz virtual le arrojaba café.
Del otro lado, la creadora Eline Van der Velden defendió el proyecto asegurando que Tilly “no es un reemplazo, sino una obra de arte, como lo fue la animación o las marionetas en su momento”. Según Van der Velden, la IA permitirá superar limitaciones de presupuesto y abrir “nuevas posibilidades creativas”.
La aparición de Tilly Norwood no ocurre en un vacío. Apenas dos años atrás, las huelgas de guionistas y actores en EE.UU. paralizaron Hollywood precisamente para regular el uso de la inteligencia artificial. La tensión nunca se resolvió del todo. Hoy, con esta “actriz sintética” a punto de firmar contratos, la herida vuelve a abrirse.
Detrás de la fascinación tecnológica se esconde otra verdad menos glamorosa: cada avance que se adopta sin debate social ni regulación suele favorecer a los dueños de los medios de producción, no a quienes trabajan en ellos. En un contexto de crisis económica global, la promesa de “menos costos y más creatividad” significa, en realidad, menos puestos de trabajo para actores, técnicos y artistas de carne y hueso.
Pero sería ingenuo cargar toda la responsabilidad en los estudios. La sociedad entera —espectadores, usuarios, plataformas— contribuyó a este escenario. Primero al relegar la experiencia colectiva del cine a la comodidad del hogar, y luego al aceptar la inteligencia artificial como un juguete curioso, sin preguntarse qué implicancias tendría en el terreno laboral, cultural y humano.
Al final, lo que está en juego excede a Hollywood: se trata de cómo queremos que la tecnología se integre en nuestras vidas. La pregunta no es si podemos crear actrices virtuales, sino a quién beneficia hacerlo.
Surgen algunas preguntas…¿Puede usted distinguir entre una obra maestra del cine y un producto de catálogo de Netflix? ¿Reconoce la diferencia entre un texto escrito por una pluma destacada y otro generado por una IA? ¿Sabría decir si las lágrimas de una actriz son verdaderas o solo píxeles? ¿Y si este este mismo artículo fue resuelto con la ayuda de una IA?