El gobernador bonaerense Axel Kicillof votó pasadas las 10 de la mañana en la Escuela Superior de Sanidad “Floreal Ferrara” de La Plata, acompañado por su esposa, Soledad Quereilhac. Entre saludos y selfies, se tomó su tiempo para el ritual cívico y, al salir, dejó algunas frases que resonaron con el clima de época: “Es una elección crítica, en medio de una situación compleja que se empieza a resolver en las urnas”.
Con su habitual tono profesoral, defendió el sistema de votación tradicional frente a la boleta única, y dejó una puerta entreabierta —o más bien, un teléfono encendido— hacia la Casa Rosada:“Siempre estoy dispuesto a dialogar con Milei. Tienen mi teléfono, úsenlo”.
Un rato después, en la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri también emitía su voto y, acaso sin saberlo, hacía eco de la misma frecuencia:
“Él sabe mi número. Si necesita algo, me va a llamar”.
El expresidente buscó mostrarse colaborativo, aunque marcando distancia. “Estoy a disposición para ayudar a generar gobernabilidad”, aclaró, pero advirtió que no hay conversaciones por cargos ni pactos sellados.
La colorida coincidencia en ambas declaraciones expresa no solo la incapacidad del oficialismo de entablar cualquier dialogo de tipo institucional con fuerzas opositoras sino las fracturas internas o mejor dicho la extrema endogamia que le impide inclusive acercar posiciones con las alianzas que impulsaron su llegada al poder.
Claro está que hay un llamado que deberá atender: el que hoy hagan sonar las urnas.
