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Stranger Things 5: los viejo funciona

Pocas series definieron tanto la conversación global de la última década como Stranger Things. Cuando se estrenó en 2016, fue leída como un experimento simpático de los hermanos Duffer: un collage ochentoso, un cuento suburbano con bicicletas y misterio, un homenaje a Spielberg y King. Nueve años después, con su quinta temporada en camino, el experimento terminó convertido en uno de los universos más influyentes de la cultura pop contemporánea. Y también, como sucede con los cierres grandes, en un momento de revisión: qué hizo tan poderosa a esta historia y qué promete su última vuelta.

Desde el inicio, la serie construyó un lenguaje propio con piezas reconocibles: la desaparición de Will Byers, los pasillos húmedos del Laboratorio de Hawkins, la irrupción de Eleven como niña-llave del relato y la grieta entre realidades que se abría con el Upside Down. Durante las cuatro temporadas, la trama tomó forma de espiral: cada amenaza nueva era más grande, pero también más emocional. No se trataba solo del monstruo del año; se trataba de cómo crecer en un pueblo donde la fantasía se mezcla con el trauma, donde la amistad es plan de rescate y donde el terror se vive entre luces navideñas, walkmans y centros comerciales abandonados.

La quinta temporada retoma ese punto exacto donde terminó la cuarta: Hawkins devastado, el Upside Down filtrándose hacia la realidad y el grupo dividido entre su adultez incipiente y la necesidad de enfrentar una fuerza que no entiende de edades. Vecna, ahora plenamente consolidado como villano total, crece como amenaza no solamente física sino espiritual: su objetivo es convertir el trauma en arma, manipular los recuerdos, torcer la identidad misma de los protagonistas. La quinta temporada centra su  narrativa en los vínculos, con especial foco en el lazo quebrado entre Eleven y Mike, la culpa de Will como portador involuntario del origen del desastre, y la madurez forzada de personajes como Dustin o Lucas, que ya no son chicos jugando a los héroes sino jóvenes conscientes del costo de cada paso.

La estructura de esta temporada (cuyo «Volumen I» cuatro capìtulso están disponibles, el sgundo llegará el 25 de diciembre y el cierre nada menos que el 1 de enero) contiene menos viajes paralelos, menos ramificaciones y más condensación dramática: la vuelta al espíritu de la primera temporada, pero atravesada por la escala descomunal de la cuarta. El conflicto mayor gira en torno a un Hawkins en estado de sitio, una frontera donde lo sobrenatural ya no es una dimensión oculta sino una invasión abierta. Y en ese escenario, el grupo debe reformarse después de las fracturas internas del último año: las tensiones entre Hopper y Eleven por su nueva libertad, el futuro incierto de Max, la relación entre Jonathan y Nancy al borde de una definición, y la pregunta inevitable de cuántos sobrevivirán a este cierre.

El universo estético vuelve a ser central. Pocas series contemporáneas lograron un catálogo tan claro de referencias: sintetizadores a lo Carpenter, sombras azules y magentas, tipografía roja salida de un manual de Stephen King, ropa que va del algodón gastado al glam metal, y una iluminación que siempre parece estar a medio camino entre película VHS y pesadilla. Pero más allá del gesto nostálgico, Stranger Things reescribió los 80 sin imitarlos exactamente: fabricó un pasado alternativo donde conviven el miedo nuclear, el satanic panic, la cultura gamer primitiva y una sensibilidad emocional muy contemporánea.

Los datos coloridos también se multiplican en esta despedida. Hay secuencias que combinan efectos prácticos con sets enormes diseñados para representar un Hawkins partido en dos; un salto temporal leve para justificar los crecimientos físicos del elenco; se confirmó que la temporada incluirá muertes significativas pero no “shockeantes por deporte. A eso se suma la expansión del ecosistema: un podcast oficial para acompañar cada capítulo, una obra teatral ubicada décadas antes de la serie y una catarata de merch, libros y productos que hacen de Stranger Things un fenómeno total.

En algún punto, incluso sus repeticiones forman parte del ADN: el grupo separado que debe reunirse, la criatura que regresa en forma cada vez más grotesca, el pueblo chico convertido en vórtice del terror. Quizás la quinta temporada vuelva a pisar terreno conocido, pero ese es también el método Netflix: exprimir la fórmula que funciona. Stranger Things siempre jugó a ser variación sobre un mismo tema y es justamente ese loop, esa nostalgia reproducida y reescrita, lo que la convirtió en un  éxito inmediato.