Stella y Fidel

Por Julio Ferrer y Héctor Bernardo

– ¿Cómo se dio su vínculo con el comandante Fidel Castro? 

– Al comandante Fidel Castro lo seguí desde el triunfo de la Revolución. Siempre tuve una gran admiración por él. Aquel triunfo fue tan maravilloso… Poco tiempo después él estuvo en Buenos Aires, pero lo recibieron los que creían que la revolución que comenzaba en Cuba era como la que aquí se autodenominó Revolución Libertadora. No podían estar más equivocados. En aquel momento yo sólo pude verlo desde lejos. Mucho tiempo después, cuando triunfó la Revolución sandinista, tuve la oportunidad de conocerlo de cerca en Nicaragua, pero no pude hablar con él.

– ¿Viajó a Cuba antes de su exilio? 

– No. Yo no era viajera en ese entonces. Estábamos muy metidos acá, haciendo muchas cosas. En el país se respiraba un momento político tremendo. Desde aquel golpe de 1955 vivimos una dictadura tras otra. Fue una época muy dura, pero todo eso te ayudaba a comprender lo que era la Revolución cubana, el ejemplo que significaba en ese entonces.

– A pesar de eso, no tardó en viajar a Cuba.

– Siempre estaba por ir a Cuba y nunca podía concretar el viaje. Después me casé, tuve a mis hijas y todo se hizo más complicado. Ya exiliada, pude conocer a Fidel en Nicaragua. Después seguí viéndolo, pero me acerqué mucho más cuando se realizó en Cuba el encuentro por el tema de la deuda externa, en 1985. Éramos muchísimos en ese encuentro. Después, en 1986, gané el Premio Latinoamericano de Periodismo José Martí y entonces fui a Cuba. Ahí charlamos más y se generó una relación más cercana. Luego fui jurado en dicho premio. Eduardo Galeano, Rogelio García Lupo y yo nos reunimos con Fidel. Allí estuve un rato apartada, junto a Nora Parra y él. Esa charla fue maravillosa. Pasó mucho tiempo con nosotras. Fue ahí cuando él me preguntó qué me gustaría saber. Le contesté: «Me gustaría saber con qué sueña». Él me retrucó la pregunta y me dijo: «¿Y con qué sueñas tú?». A lo que yo le respondí con una broma, diciéndole que no podía contarle lo que soñaba porque si lo hacía me iban a sacar del Consejo de Estado. La conversación se dio de una manera muy distendida. Él se sintió muy cómodo y contó que soñaba permanentemente con la Sierra Maestra. También me dijo algo muy bonito, que refleja hasta qué punto es fiel a su gente. Me dijo que en sus pesadillas él se veía fumando un cigarro y pensaba: «Yo estoy fumando y le digo a la gente que no fumo más y que fumar es malo. ¿Cómo puedo estar haciendo esto?», y entonces se despertaba angustiado. Hasta qué punto llega ese nivel de compromiso que no se podía imaginar ni siquiera en sueños sin cumplir con su palabra.

– ¿Fue ese día que le contó la anécdota de Superbarrio? ¿Nos la podría repetir? 

– Esa charla fue derivando en muchas cosas. Charlamos de forma muy distendida y en un momento le conté la historia de ese personaje que había aparecido en México: el Superbarrio. Se trataba de una historia increíble. Se trataba de un muchacho un poco gordito que usaba un traje parecido al de Superman. Cuando había un desalojo en algún barrio carenciado, se presentaba para impedirlo. Después se agregó Lupita Barrio y el Superbarrito, que era el hijo. Eran un ejemplo de resistencia popular. En aquel momento la gente comenzó a organizarse y a realizar cadenas telefónicas para que, cuando estuviera por producirse un desalojo, Superbarrio supiera y se hiciera presente. Después aparecieron varios gorditos que se disfrazaban igual y aparecían en cada barrio que los necesitaba. A Fidel le encantó esa historia. No lo podía creer. Llamó a alguien que estaba en la embajada de México y le dijo: «Oye, ¿tú sabés quién es el Superbarrio?». Cuando el diplomático le dijo que sí, él le contestó: «¿Y por qué nunca me contaste esa historia? Esas son las cosas que a mí me interesan saber». Fue maravillosa esa conversación, hablamos de todo: de comida, de anécdotas… Creo que esa fue la conversación más linda y suelta que he tenido con el comandante Fidel Castro.

– Él tuvo palabras muy elogiosas sobre su libro Operación Cóndor.

– Un día, cuando me preguntaron sobre el libro Operación Cóndor en una entrevista con Prensa Latina dije que América Latina debería juzgar a los cubanos que habían intervenido en los crímenes de las dictaduras. Fidel vio eso y me hizo llamar por teléfono para que fuera a Cuba. Fotocopió el libro Operación Cóndor y lo llevaba a donde iba. Después se decidió hacer la edición cubana. El día de la conferencia sobre terrorismo abrimos el encuentro con él y con Alicia Herrera, entre otros.

– También fue a visitarlo en 2008, cuando estaba enfermo.

– Sí, creo que fui una de las primeras mujeres extranjeras que fue a verlo cuando estaba enfermo. Estaba en una conferencia sobre el tema de los derechos humanos cuando alguien a quien quiero y respeto mucho vino a buscarme. Dimos una vuelta por La Habana y luego fuimos a un hospital donde para mi sorpresa y emoción me encontré con el comandante y su esposa. Charlamos mucho en esa ocasión, pero por una cuestión de principios no grabé la entrevista; me parecía infame ir a visitar a alguien que está enfermo y grabar la conversación. Si yo estuviera enferma y alguien me viene a visitar y me pone una grabadora pensaría muy mal de esa persona. Con esto reivindico que antes de la periodista que soy, tengo un compromiso humano con mi manera de enfrentar la vida. Pero cuando iba saliendo, él me dijo: «Todo lo que hablamos puedes decirlo». Algo de eso publiqué en el diario La Jornada, de México. Han sido muchas, muchas, las charlas en las que estuve escuchando al comandante.

– En esas conversaciones deben haber aparecido infinidad de temas.

– Charlamos muchas cosas. Le conté sobre la guerrilla que surgió en Paraguay en los años 1959-1960, de la que nadie habla. Me contó lo importante que había sido el Che para él. Que le había dolido mucho su ausencia. Y que, sobre todo, le hacía falta esa enorme sinceridad del querido comandante Guevara. Hablando de los temas del poder, él decía que era muy importante decir la verdad, aunque guste o no. Hablamos sobre lo que tuvieron que enfrentar para mantener la Revolución. Porque la gente desde afuera no se puede imaginar lo que significa para una isla sufrir ese bloqueo. Alguien que está en el continente no lo puede ni imaginar. Me contó cómo tuvieron que prepararse para enfrentar los huracanes, cosa que inventaron en el camino, ya que esos fenómenos naturales, cuando arrasan sobre un país bloqueado, lo golpean mucho más. Además, después hay que reconstruir todo lo que fue destruido y a veces no tenían con qué hacerlo. Cuando me habló de estas cosas es cuando vi al Fidel más inmenso. Ahí pude advertir claramente qué cosas le preocupan, qué cosas le duelen y cómo está todo el tiempo creando y recreando, porque constantemente está pensando cómo se va para adelante.

– Fidel ha sabido adaptarse a cada una de las circunstancias que le tocó vivir.

– Un ejemplo claro de ello es que ahora este Fidel renovado hace una magnífica lectura del mundo en el que vivimos, y la vuelca como un aporte fundamental a través de esas maravillosas reflexiones. Ahí se ve la grandeza de él, que rápidamente supo adaptarse a estas nuevas circunstancias. Los discursos de Fidel son silenciados, como sucedió con ese gran discurso que dio para Naciones Unidas, o con «La historia me absolverá», su alegato de defensa ante el tribunal que lo condenó por el asalto al cuartel Moncada en 1953. Pero él, desde su enfermedad, ha vencido ese silenciamiento. Ha podido reconstituirse en un hombre que le da al mundo la lectura permanente de la realidad a través de sus reflexiones, que, como ahora son consideradas noticia, los periódicos no tienen otra alternativa que publicar. Creo que es la persona con más capacidad para ver y analizar todo lo que pasa en el mundo. Esa enorme experiencia, esa gran inteligencia y esa capacidad dialéctica de interpretar rápidamente las realidades son únicas.

– Si tuviera que destacar un aspecto en particular que le haya impresionado de Fidel, ¿cuál remarcaría?

– La personalidad humana que es Fidel Castro. Mucho más que todas sus otras grandes características. Esa capacidad de emocionarse por las cosas que le pasan a la gente, al punto tal que no puede traicionar ni en sueños a su pueblo. Y si uno registra sus discursos comprueba que ni una sola vez le ha mentido a su pueblo. Fidel, en medio de todas sus obligaciones, siempre está pensando cómo estará el otro. Recuerdo que cuando yo estaba en Bolivia me enfermé y Fidel llamó para ver cómo estaba. A mí, que no soy un personaje importante. Así como ha hecho conmigo, él actúa siempre. En otro aspecto en que se ve esa grandeza es en la gran preocupación constante para mejorar la vida de su pueblo. Dar el salto y salir del pozo en que lo ha sumergido este bloqueo inhumano al que Estados Unidos ha sometido a todo el pueblo de Cuba. También la permanente preocupación que tiene por los Cinco Héroes Cubanos, estos muchachos que están injustamente presos en Estados Unidos. Yo lo miro y veo un inmenso ser humano que se desdobla hasta más no poder, pero que siempre es el mismo Fidel. Y América Latina es uno de sus grandes amores.


 

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