Cristina Pérez ganó el Martín Fierro a Mejor Conducción Femenina en Radio, y lo celebró con un discurso que pretendió enarbolar los valores de la República: habló de “igualdad ante la ley”, “libertad de expresión para todos” y defendió iniciativas como la Ficha Limpia. Pero lo que a primera vista podría parecer un alegato institucional, no resiste un mínimo contexto: la periodista se mostró días atrás en el palco de La Rural junto a Javier Milei, su marido es el ministro de Defensa Luis Petri y su flamante trabajo es en LN+, señal claramente alineada con el oficialismo libertario.
En su agradecimiento, Pérez no ocultó su cercanía con el poder: “A mi marido lo conocí haciéndole una nota en la radio. Hasta el amor se lo debo a la radio”. Un guiño personal que, sin embargo, también recuerda el nivel de cercanía —y de conflicto de intereses— que hoy atraviesa su labor. “Nunca tuve caretas y tampoco las voy a tener”, remató con énfasis. Pero justamente eso es lo que parece estar en discusión.
Porque lo que Pérez presenta como independencia, en los hechos funciona como militancia. Su desembarco en LN+ no es un movimiento neutro. La señal es el principal espacio de blindaje mediático del gobierno, donde la crítica es selectiva y los silencios elocuentes. En ese entorno, su “defensa” de la libertad de expresión pierde peso, sobre todo cuando su propio compañero de vida —el ministro Petri— no da conferencias de prensa.
Su viraje ideológico no es reciente. Ya durante los gobiernos kirchneristas, Cristina Pérez sostuvo posiciones visiblemente confrontativas. En 2013, mientras conducía el noticiero de Telefe, protagonizó una recordada tensión al entrevistar en vivo a Axel Kicillof, entonces viceministro de Economía, por la estatización de YPF. Las preguntas apuntaban más a un tono inquisitorio que informativo. En otra ocasión, frente a la cadena nacional de Cristina Fernández de Kirchner, se viralizó por sus gestos de desaprobación apenas volvía al aire el noticiero. También mostró su rechazo público a la Ley de Medios, cuestionando su constitucionalidad incluso después del aval de la Corte Suprema.
Ese historial confrontativo la posicionó como una voz opositora durante el ciclo kirchnerista, aunque desde entonces su discurso viró hacia una supuesta defensa de la “República”, el “mérito” y la “libertad”. En los últimos tiempos, sin embargo, esa narrativa se integró sin fisuras al relato libertario: Pérez ha elogiado las reformas de Milei, celebrado la motosierra al gasto público y defendido el rumbo económico del gobierno, omitiendo cualquier mención a sus efectos sociales.
Durante una entrevista reciente, afirmó que “la gente desliza la palabra ‘estabilidad’. Hay un consenso en no volver al pasado. El modelo que empobreció a la mitad de la población está agotado”. La frase repite sin matices los slogans oficiales. Más adelante, incluso afirmó: “La Argentina tiene cuatro pilares que pueden ser un gran viento para adelante: la soja, la energía, la minería y lo tecnológico. Somos el país de la región con mejor inglés”. Un optimismo que parece más un spot que una reflexión periodística.
Cristina Pérez intenta pararse en un lugar de integridad profesional, pero cada decisión que toma la acerca más a un rol militante. Su incorporación a LN+, su relación con un ministro del gabinete, su prédica republicana mientras comparte mesa con figuras del macrismo y del mileísmo, no hacen más que evidenciar una elección política deliberada.
Ese perfil parcial y tendencioso, que se construyó enfrentando al kirchnerismo, hoy se reafirma desde la vereda del oficialismo. El Martín Fierro 2025 la premió como conductora, pero la escena pública la encuentra como mucho más que eso: una pieza clave del dispositivo mediático de Javier Milei.
