Por Gabriel Ilieff
Apenas pasada la medianoche del sábado, Kevin Sanhueza, cadete de la empresa Glovo, recibió dos disparos en un intento de robo en la puerta de un edificio de 16 e/ 42 y 43. El joven, de veintisiete años, oriundo de Neuquén y estudiante en la Universidad Nacional de La Plata, permanece en estado grave en el Hospital San Martín. Este episodio forma parte de una serie de delitos y accidentes que vienen involucrando a los repartidores de Glovo y PedidosYa hace meses.
Esta semana, la aplicación Rappi desembarcó en La Plata, convirtiéndose en el tercer servicio de reparto de la ciudad. Una empresa que viene de despedir en Capital a varios trabajadores que decidieron sindicalizarse para reclamar mejoras en las condiciones de trabajo. Día a día, más de mil cadetes viven casos de inseguridad y precarización laboral en la ciudad de las diagonales. Muchos de ellos son estudiantes universitarios, impelidos a cumplir con una tarea más que arriesgada para poder mantenerse y seguir avanzando como puedan con sus carreras.
Camilo, de veintidós años, procedente de Tunja, municipio próximo a la capital de Colombia, llegó al país hace dos años y vive en La Plata hace uno. Se mudó de CABA porque el dinero le rendía un poco más en la capital de la provincia. Cursa el primer año de Medicina y es repartidor part time de PedidosYa hace cinco meses. Está en el turno noche, que va desde las 18 a la una de la mañana. En esa franja tiene que trabajar al menos cuatro horas para cubrir el total de las veinticuatro horas semanales que estipula su contrato. Una agenda que le permite un franco a la semana.
Camilo se mantiene solo. La flexibilidad horaria del trabajo tiene el contrapeso de que hay jornadas en las que vuelve a la una de la mañana al departamento que comparte con su hermano mayor. Ambos trabajan para la misma empresa y estudian la misma carrera. Llega y repasa hasta que el cansancio le cierra los ojos. Al rato se levanta para asistir a la clase de las 8. A veces ni siquiera desayuna para llegar a tiempo a la Facultad. Cursa cuatro veces a la semana, menos los miércoles, que es cuando aprovecha para ponerse al día con las materias. Se lamenta cuando el franco de la Facultad y el del trabajo no coinciden.
Camilo conoce a muchos compañeros extranjeros que están en su misma situación, bajo las mismas condiciones. La única manera de cumplir con el propósito de estudiar es ayudándose con trabajos como este, donde el riesgo de asalto es constante. Para evitar cualquier pérdida, sale a trabajar sin sus pertenencias, sin celular ni documentos. Usa el celular que le da la empresa.
El 16 de octubre se viralizó el robo a punta de pistola que sufrió Andrés Cortez, empleado de Glovo, en la puerta de un edificio mientras esperaba a que el cliente bajara. “El caso se dio a conocer porque había registro, una cámara que lo filmó, sino nadie se enteraba”, dice Camilo, quien también asegura que hay muchos casos que no se visibilizan, justamente porque no hay pruebas.
La entrega de los pedidos, especialmente a la noche, son situaciones de mucho nerviosismo. “Rogás internamente que el cliente baje o salga rápido, al tiempo que mirás a todas partes para ver si viene alguien”. Si ese llega a ser el caso, Camilo prefiere dar una vuelta, ir hasta la esquina, esperar a que la persona se aleje para volver al domicilio de entrega. “Das el pedido, agarrás la plata y salís rápido de ahí. Recién cuando se está en un lugar seguro es recomendable sacar la plata y verificar la cantidad”.
“Rogás internamente que el cliente baje o salga rápido, al tiempo que mirás a todas partes para ver si viene alguien”
Antes de trabajar en PedidosYa, Camilo estuvo varios meses en Glovo. “Sos extranjero, llegás a un país, a una ciudad que no conocés y necesitás trabajar. Entrás a algo como Glovo porque necesitás ganarte unos pesos y poder salir un poco adelante, pero no tenés las garantías de un trabajador”. PedidosYa apareció en la ciudad a mediados de abril y junio, cuando Glovo comenzó a reclutar gente descontroladamente y sacó el fijo de 100 pesos la hora. En PedidosYa los repartidores están blanqueados. Aun en las horas muertas, cuando no hay pedidos, te pagan un sueldo básico dependiendo las horas que trabajes a la semana. Te descuentan la ART, la obra social, la jubilación y otros aportes. En Glovo estás librado a tu suerte. “Todos esos chicos de Glovo varados en las esquinas están perdiendo el tiempo. No hay demanda por la cantidad de gente que admitieron. Y si no te entran pedidos, no generás ingresos”.
La mira en la mochila amarilla
Lucio, de veinticuatro años, de Mar del Plata, vive en La Plata desde 2013. Estudiante de cuarto año de Plástica en la Facultad de Bellas Artes, acostumbrado a las changas y laburos ocasionales del verano, es la primera vez que tiene que trabajar en época lectiva para poder mantenerse. Recibe una ayuda económica de sus padres para pagar el alquiler de un monoambiente, pero el resto de los gastos dependen de él. “Es bastante ajustado, no puedo hacer la misma plata todos los meses”.
Pasó el último verano con su pareja en Europa. Trabajó en Deliveroo, compañía británica de entrega rápida de comida, repartiendo por las calles de Londres. Su regreso a Argentina en abril para el inicio de las clases coincidió con el arribo empresarial de Glovo a La Plata. Pensando que no habría mucha diferencia con el servicio que brindaba del otro lado del Atlántico, se metió. “Es verdad que podés acomodarte con los horarios, pero allá funciona mucho mejor la cosa. Hay más demanda, te pagan mejor y, algo clave, no está el tema de la inseguridad”. Dice que la mochila es un reflector andante. “Hay chicos que empezaron a salir sin las cajas y a usar mochilas normales. Las cajas son muy llamativas, especialmente las de Glovo. Ese amarillo fosforescente es visible a casi doscientos metros.”
Lucio también asegura que, desde lo sucedido con Andrés, el chico del video, hubo varios asaltos más. Muchos glovers empezaron a asustarse por la creciente ola criminal. “Eh, ¿qué está pasando? Es uno por noche, no puede ser”, se preguntaban en el grupo de WhatsApp integrado por más de 250 glovers, donde se intercambian consultas e información sobre las distintas zonas de la ciudad. “Están todo el tiempo hablando, sí, pero sirve, porque también están pendientes del otro. Si a alguien le roban salta la ficha al toque.” Así fue como todos se enteraron del asalto a Kevin, cuando un cliente avisó por el grupo que le habían disparado.
PedidosYa también tiene un grupo particular desde el que se dan informes y transmiten advertencias. “Somos extremadamente precavidos. Cualquier cosa que a nosotros nos parezca sospechoso lo publicamos”, explica Camilo. Por ese medio también se avisan de los retenes, de los inspectores de tránsito. “A veces estás en medio de un pedido y te retienen por veinte minutos.” Esa demora implica un descuento por parte del sistema de la aplicación.
Glovo les cobra 244 pesos a sus empleados por la utilización de dos semanas de la aplicación. La caja mochila y un cargador portátil son 400 pesos, que te los reembolsan cuando dejás de trabajar.
La compañía no se hace cargo si te pasa algo. Si te roban el celular, perdiste: te quedás incomunicado y, además, no podés seguir trabajando. Si te roban la plata que acumulaste con los pedidos de distintos clientes, tenés que sacarla del bolsillo propio y devolvérsela a la empresa (PedidosYa, en cambio, sí responde a estas pérdidas). En ambas compañías, si te roban la moto o la bici, te quedás a pata, por cláusula no te lo reponen.
La administración de Glovo en La Plata está ubicada en el complejo de oficinas privadas Mondo 739, en 7 e/ 46 y 47. Si querés hacer una denuncia de robo, presentar una queja o, simplemente, renunciar y recuperar la plata del alquiler del equipo, antes hay que pedir un turno. Por ahora, convenientemente, dejaron de darlos por tiempo indefinido. Y cualquiera que se acerque al lugar para alguna consulta será rápidamente rechazado por la secretaria a través del timbre con cámara.
El caso de Andrés Cortez no trascendió más allá de un breve intercambio de correos con la administración de la empresa, donde el cadete dejó constancia de la denuncia de robo. Le pasó varias veces de ir a un turno para reclamar y que le dijeran que el encargado estaba de viaje o había salido. Al día de hoy siguen sin darle una solución. Algo que no pueden permitirse con Kevin Sanhueza, ya que se harán cargo de los gastos de internación, del traslado y la estadía de la familia.
En Glovo todo se trata del puntaje, que determina los horarios que se muestran disponibles a los empleados. Los de mayor puntaje (que puede llegar hasta el nivel 5) tienen la ventaja de poder elegir la franja horaria antes que los demás. “Al principio, cuando arrancás, no te queda otra que trabajar de noche, o estar atento a que alguien suelte una hora y vos puedas cubrirla. En ese sentido, es muy competitivo”, explica Lucio. Las horas de alta demanda se dan los fines de semana, de las 20 a 23 hs. Son los únicos días que verdaderamente se suma puntaje. No trabajar en esas horas es lo peor que te puede pasar porque los puntos bajan después de unos días.
El soporte de Glovo está en Perú y se maneja principalmente vía chat. Cualquier duda o inconveniente con respecto a un pedido que un glover pueda llegar a tener, como por ejemplo un retraso o una cancelación, es respondida desde un call center ubicado a casi 40.000 km. Hay ciertos aspectos a tener en cuenta a la hora de tomar un pedido: la dirección, el perfil del cliente y la hora. Existe una modalidad de robo en la que se hacen encargos con perfiles falsos y cuando el glover llega a la dirección es acorralado. Un glover es blanco fácil porque nunca anda con menos de 2.000 o 3.000 pesos.
Manuela, de treinta años, es de Bahía Blanca y estudia Historia del Arte. Después de no poder anotarse en PedidosYa, empezó en Glovo el 1° de noviembre. “Ante la desesperación de no tener laburo, terminás acá”. Como todavía su puntaje no es muy alto, tiene que trabajar mayormente por las noches. Sale a repartir con miedo. “Ni siquiera la misma aplicación te cuida, en el sentido de no mandarte más allá del radio del centro”. Cuando el viaje parece peligroso, los glovers tienen la opción de reasignarlo. Una vez a Manuela le hicieron un pedido falso en el barrio El Mondongo, en una dirección que no era. Estuvo media hora parada, sin saber qué hacer, sola, expuesta. Después de esa experiencia reasigna todo el tiempo pedidos de zonas inseguras.
A Manuela no le gusta laburar con la caja amarilla porque sabe que llama la atención. “El problema es que hay muchos locales socios de Glovo que, si no entrás con la mochila, no te dan el pedido.” Relata con bronca que muchos negocios hasta pusieron carteles en las puertas previniéndolos de que, si no usaban la mochila, se irían sin nada para llevar.
Carolina, de veintitrés años, es de Colombia y lleva cuatro años en Argentina. Vive hace casi más de un año en La Plata. Actualmente cursa enfermería en la UBA, en Avellaneda. Hasta hace poco, antes de dejar dos materias, tenía que ir todos los días y estar presente a las ocho de la mañana. Se tomaba el tren de las siete desde La Plata y cursaba hasta las 12. Al volver a la ciudad platense, dependiendo las horas que le salieran, ya que apenas cubre los días de alta demanda, se ponía a trabajar para Glovo.
Carolina reparte pedidos a la noche solamente los martes, día de franco facultativo. El resto de los días lo hace a la tarde. Pedalea hasta la hora de ingreso a su otro trabajo como moza en un restaurante familiar, establecimiento al que asiste desde las 20 hasta las 2, a veces hasta más tarde. Le falta un año y medio para recibirse. Su plan es terminar la carrera y empezar Medicina en La Plata.
Debe materias porque estudiar y trabajar le demanda mucho tiempo. Se supone que para este año tendría que haber terminado la carrera, pero las ocupaciones y los vaivenes no se lo permitieron. “A una no le da el tiempo ni la energía para todo. El cuerpo no da. Y sí o sí hay que trabajar porque, sino, ¿quién te va a mantener? Mis papás ya están grandes y no pueden ayudarme tanto.”
Muchas veces pensó en abandonar la Facultad y volver a Colombia con su familia, pero recordar el esfuerzo que sus padres hicieron para que ella esté en el país la recompone. “En esos momentos de crisis lo pienso y me digo que no puedo dar mi brazo a torcer”.
Una de las razones por las que todavía conserva su trabajo en el restaurante es porque quiere evitar repartir durante los horarios nocturnos que Glovo establece. “Es exponerse. Nosotras, como mujeres, somos más susceptibles a que nos pasen cosas. Es más complicado”. Carolina está ansiosa por entrar a PedidosYa, pero por ahora, por tiempo indefinido, las convocatorias no volverán a abrirse.
El reclamo de los repartidores
Al día siguiente del asalto a Kevin, un grupo de casi cincuenta repartidores de Glovo y PedidosYa se congregaron frente a Plaza Moreno y cortaron 12 y 53 para visibilizar la situación y reclamar por mayores medidas de seguridad, como, por ejemplo, la implementación de una tarjeta de débito para evitar el traslado de efectivo.
“La única manera que nos queda es esta”, se lamenta Néstor Caballero, glover de 44 años. “Cortar una calle para ver si hay una reacción o algo. Primero fue una puñalada (a un joven en 60 y 31), ahora dos tiros. ¿Hasta que no muera uno no van a hacer nada?”, se queja.
El domingo, Kevin evolucionaba en el Hospital San Martín.
NOTA: la mayoría de los entrevistados prefirieron que sus nombres no fueran revelados por temor a que las empresas para las que trabajan los bloqueen o despidan.