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Presidentes en pantalla

El reciente estreno de la serie Menem, dirigida por Ariel Winograd y protagonizada por Leonardo Sbaraglia, abre una nueva etapa en la representación audiovisual de líderes políticos argentinos. Producida por Amazon Prime Video, la ficción abordará los años de esplendor y controversia de Carlos Saúl Menem, una figura que marcó con su estilo personalista, su pragmatismo ideológico y su cercanía con la farándula, buena parte de la vida política argentina entre fines de los años ochenta y la década del noventa.

La serie se presenta como un ambicioso retrato de época, cargado de drama, ironía y reconstrucción histórica. El menemismo, con su vértigo neoliberal, sus indultos, sus atentados impunes y sus reformas estructurales, ofrece un terreno fértil para una narrativa que no necesita exagerar para resultar verosímil. Menem, el personaje, tiene todos los elementos de una figura de ficción: carisma, dobleces, espectáculo, tragedia. Pero no es el primero ni el único presidente argentino en llegar a la pantalla.

A fines de 1999 —curiosamente el mismo año en que Menem dejó el poder— Canal 13 emitió una miniserie pionera en este terreno: El Hombre, protagonizada por Oscar Martínez. Creada por Pol-Ka Producciones, la ficción presentaba al personaje de José Francisco Maciel, un ex neurocirujano devenido en presidente. Aunque no tenía nombre real ni filiación partidaria, resultaba evidente que estaba inspirado en el clima político de la época. El rodaje tuvo lugar en la misma Casa Rosada, con extras del Regimiento de Granaderos y el uso real del bastón de mando que había pertenecido a Alfonsín.

La serie apostaba a un tono sobrio, incluso solemne. Maciel era un hombre honesto, sensible, enfrentado a las tensiones internas del poder, a los intereses de los grupos económicos, a sus propias contradicciones familiares y morales. Algunos suspicaces entendieron la serie como un guiño a De la Rúa, quien antes de ser condenado por “aburrido” (como mínimo), llegaba al poder arrogándose la sobriedad como un bien necesario en contraposición a la excentricidad de menemato.

Sin embargo, la figura del presidente ya ha tenido otras presencias notables en el cine argentino. La más representada —con diferencia— es la de Juan Domingo Perón, especialmente a través de su relación con Eva Duarte. En Eva Perón (1996), con Esther Goris y Víctor Laplace, se retrata el conflicto político de los últimos años de Evita, donde Perón aparece como estratega y compañero de lucha. Más adelante, en Juan y Eva (2011), dirigida por Paula de Luque, se ofrece una mirada más íntima sobre el origen del vínculo entre ambos durante el terremoto de San Juan y los años previos al primer gobierno peronista. Nuevamente, Perón es humanizado y dramatizado desde su dimensión personal y política.

Una película singular en esta línea es Puerta de Hierro, el exilio de Perón (2012), también con Víctor Laplace, que encarna a un Perón maduro, alejado del poder pero con la mirada puesta en su retorno. Lejos de la pompa y el discurso, la película se concentra en los días grises del destierro, en los monólogos internos, en la construcción del líder que vuelve. Una especie de ficción meditativa que reinterpreta la historia desde la introspección.

Otro retrato presidencial, aunque desde la ficción pura, lo ofrece “El presidente” (2017), de Santiago Mitre, con Ricardo Darín como un mandatario argentino ficticio, Hernán Blanco. El film, ambientado durante una cumbre política latinoamericana, combina elementos de thriller y drama familiar. Blanco no lleva el nombre de ningún presidente real, pero sus gestos y contradicciones remiten a muchos: el cálculo constante, la fragilidad emocional, el doble discurso, la presión externa.

Incluso en la televisión, la figura presidencial ha sido abordada con humor e inteligencia. El episodio “El pequeño problema del gran hombre”, de Los Simuladores, plantea la posibilidad de que un escándalo involucre directamente al presidente, y cómo una operación de distracción cuidadosamente diseñada logra evitar la crisis institucional. En tono de comedia, la ficción muestra cómo el poder es sostenido por una compleja red de simulaciones y apariencias.

En otros casos, la figura del presidente ni siquiera aparece, pero su sombra lo impregna todo. En “Argentina, 1985” (2022, también de Mitre), aunque Raúl Alfonsín no es representado explícitamente, su decisión de avanzar con el juicio a las juntas militares define el marco ético y político del relato.

La ficción argentina, cuando se atreve a representar a sus presidentes, no lo hace nunca ingenuamente. A veces humaniza, otras parodia, otras investiga. El Hombre y Menem marcan dos extremos posibles: uno propone la mirada introspectiva sobre la responsabilidad de gobernar; el otro, el espectáculo de una época gobernada por la imagen, la ambigüedad ideológica y el cinismo institucional.

Ambas, en su distancia temporal y tonal, dan cuenta de una misma pregunta que atraviesa las democracias latinoamericanas: ¿quién es, realmente, el presidente? ¿El que actúa por convicción o el que sobrevive con astucia? ¿El que encarna un proyecto o el que se adapta al poder? En el teatro de la política, la ficción parece tener tanto para decir como la historia misma.

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