Plagiando a la dictadura genocida: Milei y el huevo de la serpiente

Por Carlos Ciappina

La tercera década del siglo XXI se asemeja cada vez más a la tercera década del siglo XX, porque la sociedad mundial se ve azotada por varios fenómenos al mismo tiempo: la pandemia 2019-2022 y sus efectos sociales y humanos; el despliegue de una nueva recomposición capitalista que genera una súper riqueza de unos muy pocos asociados al boom tecnológico-virtual-comunicacional y un crecimiento espeluznante de la desigualdad social en todos los países (aún en el otrora «modelo escandinavo»); los/as ricos/as del mundo exhiben obscenamente sus lujos mientras miles de millones de personas apenas si tienen como comer y cientos de millones ni siquiera eso, simplemente se mueren –literalmente– de hambre.

Este contexto desangelado debe ser mirado en perspectiva histórica: la caída del Muro de Berlín y el colapso soviético inauguraron el siglo XXI, abriendo el camino para una nueva recomposición capitalista sin el «miedo» que, a partir de 1945 y el triunfo soviético en la Segunda Guerra Mundial, había contenido a las potencias capitalistas y las había obligado a construir una economía guiada por el Estado y orientada a la construcción de un modelo keynesiano. La caída del Muro terminó con ese «temor» y el capital –en su nuevo formato neoliberal– comenzó una recomposición que seguimos experimentando (y sufriendo) día a día. A tal punto ha llegado la «privatización del mundo» que hasta la carrera espacial (antes, un asunto estrictamente estatal) se ha privatizado y los súper ricos y famosos compran pasajes para viajar al espacio exterior, a la Luna y a Marte. Y no pareciera imposible que ocurra.

¿Cuál es el correlato político de este retorno de largo plazo del capitalismo en sus formas más despiadadas? Como en las décadas del veinte y treinta del siglo XX, el correlato político es la derechización fascista. Una derechización que parece nueva pero tiene todos los ingredientes –aggiornados comunicacionalmente– del fascismo tradicional: racismo, machismo, clasismo, colonialismo, control social, hegemonía basada en el supremacismo racial, desprecio por las minorías y por las agendas de género.

¿Cuál es el correlato político de este retorno de largo plazo del capitalismo en sus formas más despiadadas? Como en las décadas del veinte y treinta del siglo XX, el correlato político es la derechización fascista.

Donald Trump en Estados Unidos, Boris Johnson en Gran Bretaña, Jair Bolsonaro en Brasil, Víctor Orban en Hungría, Andrés Dudaj en Polonia (para mencionar a los que llegaron a la presidencia de sus países) o los altos índices de votantes de personajes como Marie Le Pen (cómoda segunda fuerza en Francia) o de la Liga del Norte en Italia nos demuestran el alcance profundo de modalidades políticas que ya no podemos caratular solo como «neoliberales», pues además de esa agenda económica proponen una agenda que va mucho más allá: la construcción de sociedades basadas en la lógica del fascismo.

En América Latina, la experiencia nacional-popular del período 1998-2015 pareció iniciar un camino de retroceso permanente para el neoliberalismo vernáculo, nacido en las dictaduras genocidas de la Seguridad Nacional de los años setenta y expandido en las «democracias» neoliberales de los noventa.

Sin embargo, a partir de 2008, con el levantamiento terrateniente en la Argentina, seguido en 2009 con el golpe a Manuel Zelaya en Honduras, el intento de golpe a Correa en Ecuador de 2010, el golpe a Lugo en Paraguay en 2012 y el golpe destituyente a Dilma Rousseff de 2016, las derechas latinoamericanas iniciaron un proceso de reconfiguración que se verá coronado con los triunfos electorales en Ecuador (Lenín Moreno), Argentina (Mauricio Macri) y Brasil (Jair Bolsonaro), para señalar los más significativos. No olvidemos tampoco el golpe de 2019 contra Evo Morales en Bolivia.

Golpes de Estado «blandos» y triunfos electorales apañados por una alianza estratégica entre medios masivos hegemónicos y Poder Judicial, funcionando como partido de la derecha y el poder económico, le dieron a la derecha latinoamericana nuevos horizontes, insospechados –digamos– si uno se paraba en la región en el año 2010.

Ya no podemos caratular a estas modalidades políticas solo como «neoliberales», pues proponen una agenda que va mucho más allá: la construcción de sociedades basadas en la lógica del fascismo.

En nuestro país, esa reconfiguración –de la mano de los medios comunicacionales oligopólicos, el Poder Judicial y el poder económico concentrado– alcanzó un triunfo electoral paradigmático en 2015: con una agenda neoliberal explícita, la Alianza PRO-Cambiemos-radicalismo derrotó a un frente peronista. El Estado fue colonizado por primera vez –mucho más allá que en el formato neoliberal menemista– por los dueños de empresas y los principales CEO. Quedó a cargo de las empresas en un proceso inédito por su magnitud: fue «capturado» y a partir de allí los cambios y los retrocesos en materia económica y social fueron vertiginosos.

Hoy nos hallamos frente a un peligro aún mayor. La derecha argentina busca dar un paso de mayor profundidad: el retorno de la dictadura por otros medios. Digámoslo y comencemos a tomar en serio a este personaje cuasi delirante que va creciendo enormemente en estos últimos meses. Javier Milei puede parecer un desaforado, gesticula, grita, insulta, no quiere debatir con nadie en los medios y lanza frases estúpidas y ridículas con la certeza de un gurú. Toda esa parafernalia que rodea sus actos y toda esa vehemencia que parece rebeldía esconden, cuando uno analiza detalladamente su discurso, el programa político-social de la dictadura genocida.

¿Exagerado? Basta con recorrer su discursividad para atisbar la oscuridad de su proyecto societario. Ya no se trata de llevar a cabo las reformas económicas que profundicen la agenda neoliberal. Eso va de suyo en su programa. De lo que trata Milei es de reconstruir el modelo societal de la dictadura. Aquello que en la alianza Cambiemos-PRO aparece en forma velada y, a veces, con algún tipo de mirada autovergonzante –en especial, en los segmentos radicales–, en Milei se expresa en forma abierta y contundente. Finalmente, la Argentina profascista encontró quien diga abiertamente lo mismo que decía la dictadura.

En el libreto de Milei, la política de género es otra forma del «marxismo cultural».

Veamos: «No habrá marxismo cultural en mi gobierno», disparó el candidato en la Feria del Libro (vaya contradicción) de Buenos Aires. Tras cartón, señaló: «Ministerio de la Mujer, chau. No voy a pedir perdón por tener pene».

En otra entrevista, consultado sobre el cambio climático, sostuvo que «el cambio climático es un invento del socialismo» y que «es otra mentira impulsada por el marxismo cultural».

Sobre el Ministerio de Educación de la Nación, su respuesta fue: «¿Para qué querés un Ministerio de Educación que no tiene escuelas?».

Y para completar su idea, ante la consulta acerca de las universidades públicas, la respuesta fue contundente: «Son centros de adoctrinamiento».

Para encontrar definiciones de este tipo, hay que retroceder hasta 1976/1977, unos de los años de mayor represión del Estado terrorista inaugurado por el golpe de 1976. Dice el ministro de Educación de la nación de la última dictadura, Juan José Catalán: «Sólo pueden comprenderse cabalmente el sentido, las implicancias, la diversidad de factores que intervienen y los reales fines de la agresión que sufre la República, si se los analiza en su real esencia, como parte de la agresión subversiva marxista a nivel mundial […] Esta agresión apoyada en una permanente, intensa, vasta y profunda acción psicológica a través de la educación, la cultura, los medios de comunicación social, etc., desarrolla sus estrategias particulares en los distintos ámbitos adecuándolos a los tiempos, a las características particulares de la sociedad a atacar».

Si quiere completarse la similitud con la discursividad de Milei, nos aclara el ministro de la dictadura: «Para lograr la subversión de la persona, a través de las etapas señaladas precedentemente, el marxismo se vale de los siguientes procedimientos: a) Transformación y orientación de su personalidad, mediante el adoctrinamiento. b) Destrucción del concepto tradicional de familia, (mediante divorcio, unión libre, etc.), reemplazándolo por otro que sirva a las necesidades políticas del partido […] integración se realiza, respecto a Organizaciones que actúan en la sociedad, aprovechando edades, sexo o vínculos de distinto orden (movimiento feminista, de juventudes, de ancianos, etc.)».

Publicado en 1977 por Juan José Catalán, ministro de Educación de la última dictadura cívico-militar.

En abril de 1977, el teniente general Roberto Eduardo Viola se refirió al «marxismo» en una entrevista publicada en el diario La Prensa el 20 de abril de 1977. Dijo el que luego sería presidente de facto: «Si deseamos preservar nuestra escala de valores, nuestra forma y estilo de vida, en paz, cristianamente, en libertad, gozando de la propiedad privada lograda con el trabajo honesto, no caben transacciones […] La lucha es global, total […] nada ni nadie queda excluido, ni debe excluirse […] El Ejército, apoyado por las otras dos Fuerzas Armadas, está derrotando a los activistas de la acción insurreccional de masas […] Sin embargo, debemos estar conscientes que los agentes marxistas seguirán intentando la erosión de nuestros valores y la captación de ingenuos entre nuestros obreros, nuestros estudiantes y hasta en los barrios».

La correlación no puede ser más explícita. Para Milei, hoy como ayer, el responsable de «envenenar» las mentes y las actitudes de la sociedad argentina es «el marxismo cultural». Desde 1983 para aquí, nadie se había atrevido a reivindicar la política cultural –correlato, complemento y fundamento del genocidio– del Estado terrorista como lo está haciendo Milei.

En la mirada de este novel diputado nacional, el feminismo, el ambientalismo, los programas destinados a mejorar las condiciones sociales de las mayorías, la intervención estatal contra la gula de las grandes empresas, la educación pública en su formato actual, todo lo que signifique poner mínimamente en cuestión el orden social establecido por el capitalismo de las últimas décadas en su modalidad más salvaje, todo eso es «culpa» del «marxismo cultural».

De este modo, Milei recupera el latiguillo fundante de la represión dictatorial (y de todas las represiones de un Estado totalitario fascista): cualquier expresión de disenso con el modelo societal capitalista es simplemente una trampa cultural nacida en el «marxismo cultural». El paso que sigue lo conocemos todos en nuestro país: señalamiento político de los «subversivos» para maestros, profesores/as, luchadoras feministas, sindicalistas, expresiones culturales cuestionadoras y alternativas, partidos políticos de izquierdas o de centro o cualquier partido político que reivindique la equidad y la justicia social. Todo se vuelve simple: hay una conspiración internacional marxista que pervierte la verdadera naturaleza de la sociedad argentina.

Milei parece «moderno», ¡pero atrasa más de un siglo! La retórica del «marxismo cultural» como cuerpo extraño de la sociedad occidental y cristiana hay que buscarla en el debate del integrismo católico europeo y latinoamericano cuando el triunfo de la revolución bolchevique. Había una conspiración «marxista, judía» que buscaba desarticular culturalmente a las bellas naciones cristianas y occidentales para conquistarlas. En aquel dislate, los judíos eran a la vez banqueros despiadados y marxistas convencidos. El nazismo llevó esta idea al rango de política de Estado y todos sabemos el resultado: holocausto y genocidios.

Milei recupera así el latiguillo fundante de la represión dictatorial (y de todas las represiones de un Estado totalitario fascista): cualquier expresión de disenso con el modelo societal capitalista es simplemente una trampa cultural nacida en el «marxismo cultural».

Milei no es tan burdo como para decirse antisemita –quizás no lo sea tampoco–, pero, salvo ese detalle de conveniencia, su mensaje es coincidente con aquel de las derechas fascistas: en las escuelas, en el Estado, en el teatro, en los medios de comunicación, en los cines, hay una conspiración marxista en marcha que impide la vida realmente «libre».

Y, como no podía ser de otra manera, el lugar de enunciación de la conspiración marxista es el de sentirse víctima. Él, Javier Milei, es una víctima de la casta política partidocrática (otra vez, releer los discursos hitlerianos) y, más importante aún, comparte ser la víctima con las vicisitudes del pueblo argentino, pues la pobreza, la miseria, la inseguridad y todos los males que sufre son el resultado de la aplicación de políticas públicas basadas en el todopoderoso y perverso «marxismo cultural». También es una víctima de la «ideología de género», basada en –sí, claro– «el marxismo cultural»: Milei se reivindica varón blanco (rubio) que no tiene por qué sentirse culpable de nada pues el patriarcado (una mujer muere en argentina cada 24 horas) es una patraña del –sí, otra vez– «marxismo cultural».

Milei podría ser una presencia pasajera. Es tal el nivel de ridiculez de sus dichos y sus modos de experimentar la política que podríamos imaginar que sea una moda pasajera. Pero luego, si lo pensamos dos veces, también parecían ridículos con su frases absurdas y sus poses melodramáticas Mussolini o Hitler (ambos votados para acceder al poder) y, más cerca en el tiempo, nos parecían burdos, torpes y ridículos Trump y Bolsonaro (presidentes luego de los dos países más poderosos de América).

Por eso, quizás debiéramos prestarle mucha más atención a este hombre que se mira al espejo y se ve rubio, que cree que no tiene que haber Ministerio de Educación, que piensa que su pene es de relevancia social y que sueña con derrotar a «la casta política» como si él no fuera diputado nacional. Un personaje que cree que hay ¡una conspiración marxista en el año 2022!

Un personaje que juega hábilmente con las palabras «libertad» y «libertarios» pero que en el plano discursivo acude a la enunciación de la última dictadura cívico-eclesiástico-militar. Un verdadero representante del neofascismo siglo XXI. Un peligro político y social. Nos propone «lo nuevo» y es el mensajero del pasado más oscuro de nuestro país.


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