Patriarcado y cultura de la violación

Por Juan Obregoso*

Nos toca manifestarnos nuevamente por otro caso de feminicidio. Ya es de conocimiento público la tragedia acontecida en Montañita, balneario costero de Ecuador. Dos jóvenes mendocinas, que se encontraban viajando durante sus vacaciones fueron halladas sin vida, sus cuerpos abandonados entre la maleza que linda con el mar. De este lamentable suceso se han hecho eco múltiples medios de comunicación, y, como suele suceder en estos casos, sus posturas replican la violencia ejercida sobre los cuerpos de las mujeres. Otra vez se deposita en las víctimas y sus familias la responsabilidad del suceso.

María y Marina tenían 22 y 21 años, respectivamente. Eran de clase media. Participaban en la fundación Puente Vincular, en la que hacían trabajos de caridad –cenas de Navidad gratuitas para desocupados y gente en situación de calle, trabajo con personas con problemas de drogadicción; eran, por definirlo de algún modo, y entre muchas comillas, “modelos a seguir”.

Sin embargo, la construcción que los medios realizaron sobre el caso se encargó de acusarlas, a ellas y a sus familias, peguntándose cómo podía ser posible que las dejaran viajar “solas”; que sus familias, en un acto de ingenuidad, inconsciencia, o irresponsabilidad, les permitieran recorrer este mundo peligroso en libertad. Lo curioso es que ellas no estaban “solas”: eran dos personas mayores de edad, acompañándose. Esa adjetivación capciosa, ¿habría sido usada si los viajeros asesinados hubieran sido varones?

Es fácil encontrar noticias en portales de internet donde se mencionan casos de feminicidios con indignación, mientras en una esquina de la página se exhibe el cuerpo de una mujer como un mero objeto de consumo.

En los medios se comenta que María y Marina eligieron pasar la noche en casa de uno de sus asesinos porque no tenían dinero para hospedaje, insinuando que eso habilitó de alguna forma el proceder brutal de sus victimarios. El sentido común no cuestiona las bases sociales y culturales, las estructuras de poder que permiten que los feminicidios sucedan, sino que las naturaliza, y llega a acusar a las mujeres que gozan, por herencia histórica, de presunción de culpabilidad: la odiosa frase heredada de la última dictadura, “algo habrán hecho”, se reactualiza.

La cultura de la violación es un concepto que empieza a desarrollarse en la década del setenta, en la llamada segunda ola feminista, y diagnostica una patología cultural en la que la mujer vive en perpetuo estado de peligro. Una serie de instituciones trabajan en connivencia para reproducir el statu quo patriarcal: fuerzas policiales, Poder Judicial, instituciones educativas, medios de comunicación, entre otros. Es fácil encontrar noticias en portales de Internet donde se mencionan casos de feminicidios con indignación, mientras en una esquina de la página, como nota relacionada, se exhibe el cuerpo de una mujer como un mero objeto de consumo. Esta clase de esquizofrenia mediática es parte del substrato cultural que tiene al feminicidio como última o primera forma de colonización del cuerpo de la mujer.

La mujer, como alteridad, al margen del pacto patriarcal que propone la igualdad entre todos los hombres, no tiene el derecho de recorrer el mundo “sola”, y, si lo hace, ha de atenerse a las consecuencias: deberá saber que puede ser violentada, abusada, eventualmente asesinada. La mujer sale del seno del hogar bajo su propio riesgo, y si algo ha de sucederle, será su responsabilidad.


 

* Observatorio de Género de la Facultad de Periodismo, UNLP.

 

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