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Para no olvidar: María Seoane y el periodismo al servicio de la memoria

Por Roberto Alvarez Mur

Todo o nada. El burgués maldito. El dictador. La obra de María Seoane no parece ordenarse por separado, sino acaso como capítulos de un mismo relato gigante y único, dedicado a sacudir el polvo de los pasillos más complicados de la historia argentina. La lucha armada, el intento de Perón por reconstruir un modelo de país, el rostro del terrorismo de Estado que arrasó con todo. Seoane supo aplicar la más rigurosa investigación sobre los temas «cancelados» por los pactos de silencio impuestos por el poder en democracia: desde el «capitalismo nacional» de José Ber Gelbard (publicado en plena etapa de «relaciones carnales» con Estados Unidos y neoliberalismo rabioso) hasta la compleja experiencia guerrillera de Mario Roberto Santucho, el «alucinado soñador» del ERP que llevó la utopía revolucionaria hasta las últimas consecuencias.

Además de los años como columnista de Página/12 y su etapa al frente de la mítica Caras y Caretas, sus galardones a nivel nacional e internacional, Seoane forjó una trayectoria de oficio puro y duro en todas las etapas del retorno demorático a esta parte, desde el diario Sur a Clarín, pasando por la revista Noticias y El Periodista de Buenos Aires. Entre medio, en la larga marcha que fue de la «primavera» de los ochenta a la primera década del siglo XXI, aportó también un puñado de libros de investigación que hoy son piezas históricas clave, no solo por los personajes y hechos sobre los cuales decidió construir su narrativa, sino también por el peso simbólico de los temas que decidió desempolvar del olvido.

«María, como tantos otros periodistas de esa época, dejó una síntesis de periodismo con compromiso social, fundamentalmente basado en la investigación. Todo lo que tuvo que averiguar María requería horas de biblioteca o en la calle, recorriendo lugares y hallando a los protagonistas. Periodismo puro es lo que practicaba», señaló a Contexto Carlos Guerrero, ex decano de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, quien supo entregarle el premio Rodolfo Walsh a Seoane en el año 2002.

Además del valor periodístico en el rigor investigativo y la precisión en la pluma, Guerrero destacó a Seoane por su importancia como cronista de la historia para una generación de jóvenes que, ante el vacío provocado por el terrorismo de Estado, estaban huérfanos de testimonios. «Muchos de quienes nos metimos en el periodismo y en la política lo hicimos en una época en que no teníamos con quién hablar. Entonces nos abrazábamos a los libros que nos contaban esas experiencias. Con una lectura ágil y fácil de comprender, María nos retrató una época que los jóvenes no habíamos vivido», resaltó.

Entre discusiones por lo trágico de la derrota reciente y la chance de que en el horizonte no todo estuviera perdido del todo, así recuerda el periodista Jorge Bernetti los días en México donde conoció a Seoane. Ambos exiliados por causa de la dictadura argentina, la joven periodista aún cargaba consigo la experiencia de su militancia en el PRT (cuya lectura afilada luego volcaría en Todo o nada) y firmaba artículos con el seudónimo Laura Avellaneda, en referencia al personaje de la novela La tregua, de Mario Benedetti.

De vuelta en Argentina, ambos integraron la redacción de El Periodista, en la etapa final de aquel viejo semanario político de izquierda. «Intentaba ser el Primera Plana de izquierda», bromea Bernetti en diálogo con Contexto, al recordar la publicación donde participó Seoane cuando volvió al país y se instaló en la vieja oficina de Horacio Verbitsky, en la zona porteña de Tribunales.

Al igual que Guerrero, Bernetti pone el acento en los trabajos de investigación histórica que produjo Seoane. «Fue una trabajadora muy consecuente y muy honesta. La biografía de Santucho fue muy importante, ese hombre delirante en algún sentido, que recorría la Argentina en un Citroen para hacer la revolución. También fue muy importante la biografía de José Gelbard, el burgués maldito. Ahí captó una figura clave del gobierno peronista en los setenta», cuenta Bernetti, y agrega: «Trabajó mucho con una lectura crítica para construir una perspectiva nacional, popular y progresista».

Ambos libros citados, el dedicado a Santucho (1992) y el respectivo a Gelbard (1998), han sido destacados como obras centrales de análisis político sobre dos símbolos, aunque contrapuestos (un guerrillero de izquierda y un «burgués» judío y empresario nacional), son contracaras cruciales para comprender las convulsiones por el destino del país en la década de los setenta. Publicados en la década de los noventa, ambos libros aparecen como espinas en el inicio y las postrimerías de una época en que el mentado «fin de la historia» proponía una democracia de borrón y cuenta nueva, a fuerza de consumismo, dólares y olvido colectivo.

En esa misma línea, Guerrero recuerda lo cautivante al momento de llegar a las páginas de El dictador, biografía de Jorge Rafael Videla lanzada en 2001, acaso como voz de fondo de ese año en que el mismo modelo colonial inaugurado por la represión explotó por los aires. «Es el único libro que hay que narra a Videla. Hay libros dedicados a la resistencia o la oposición, como Massera, o sobre los secuestros. Pero es de los pocos que hace hincapié en la figura de Videla, en su catolicismo, de su conservadurismo social y político y sus políticas neoliberales, que son las mismas que se están aplicando ahora», remarcó. 

Esa brújula que construyó Seoane sobre la política, el poder, el peronismo, la izquierda, la dictadura y la democracia seguramente estaba también presente en Cristina Fernández de Kirchner cuando mencionó a Gelbard en la presentación de Sinceramente en 2019, en plena decadencia del gobierno de Cambiemos. «El último gran dirigente que tuvo el país fue José Ber Gelbard», mencionó en esa ocasión la expresidenta, de cara a un país que sentía en carne propia el castigo de un gobierno orquestado por empresarios especuladores.

Seoane falleció este miércoles 27 de diciembre de 2023. Envió sus condolencias Daniel Filmus. También la recordó Florencia Saintout y Miriam Lewin. También H.I.J.O.S. y Abuelas de Plaza de Mayo. «Querida María, te vamos a extrañar mucho», dijo la propia CFK en redes sociales. Tenía 75 años. Su legado ahora es memoria viva.

Un guerrillero. Un burgués con perspectiva nacional. Un dictador. Cientos de páginas narradas con una precisión obsesiva. Piezas de un rompecabezas maldito de la historia argentina que Seoane, a fuerza de oficio y compromiso social, reconstruyó desde las cenizas. Ahora es un legado que queda para las próximas generaciones: un periodismo al servicio de la memoria. Un antídoto para no olvidar. 

Gracias, María.