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Ni bastones ni motosierras

«La historia no se repite pero nos enseña». Con esa advertencia, el Partido Justicialista recordó este 29 de julio un nuevo aniversario de la Noche de los Bastones Largos, cuando en 1966, la dictadura de Onganía reprimió brutalmente a estudiantes, docentes e investigadores por defender la autonomía universitaria. «¿El delito? Defender en las facultades la autonomía universitaria que la dictadura había suprimido por decreto», señala el comunicado, que no se limita al pasado, sino que traza un claro paralelismo con el presente.

Esa noche quedaron más de 300 heridos y 400 detenidos, pero también se abrió una herida profunda: «A partir de entonces comienza la fuga de cerebros más grande de la historia argentina: cientos de investigadores y académicos deben exiliarse para continuar sus carreras científicas». El ataque a la universidad no fue solo físico: fue institucional, simbólico y cultural.

Casi seis décadas después, la amenaza no llega con uniformes, pero sí con motosierra y desprecio ideológico. El gobierno de Javier Milei ha hecho del ajuste a la universidad pública una bandera, recortando presupuestos, estigmatizando a la comunidad académica y asumiendo una postura abiertamente anticientífica.

«La universidad y la ciencia argentina no necesitan bastones ni motosierras. Necesitan apoyo e inversión», cierra el posteo. Y ese señalamiento cobra cuerpo en los hechos. Desde el congelamiento presupuestario hasta la degradación de programas de investigación, becas y salarios docentes, el ataque ha sido sostenido. A ello se suma una narrativa hostil, que intenta reducir a las universidades a espacios de adoctrinamiento o corrupción, deslegitimando así su función crítica.

La histórica marcha universitaria del 23 de abril fue una contundente respuesta social. Millones salieron a defender una de las principales conquistas del pueblo argentino: una universidad gratuita, de calidad y con sentido público. Lejos de escuchar, el gobierno respondió con represión, provocaciones y persecución, consolidando una lógica que criminaliza toda forma de disenso organizado.

La memoria de aquella noche de 1966 no es un ejercicio nostálgico, sino una advertencia: cuando el poder político pretende someter al conocimiento, no solo se pierde libertad académica. Se erosiona la democracia misma. Ayer fueron bastones; hoy son motosierras. Pero la resistencia persiste. Porque como también enseña la historia, cuando se ataca a la universidad, el pueblo siempre responde.