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Música del futuro: ¿El fin del público?

Una startup inglesa acelera el lanzamiento de un dispositivo que promete “simular” el éxito musical y puede desatar un debate global

Que no panda el cúnico: jamás se vendieron tantas entradas a eventos musicales como ahora. Estadística tan tajante como que nunca en la humanidad hubo tanto dinero circulando. Ahora…¿todo el mundo tiene dinero? Entonces…¿todos los artistas están de buenas? La industria tecnológica podría estar a punto de sumar un nuevo capítulo en la relación —cada vez más tensa— entre creación artística, algoritmos y percepción pública. La empresa inglesa Byron & Moss Labs, una desarrolladora de entretenimiento inmersivo con sede en Londres, confirmó que está en la etapa final de Music Crew Experience (MCE): un sistema que combina una aplicación móvil y un set de cascos de realidad aumentada (Augmented Reality Headsets, la misma tecnología que trabajan Meta, Apple, Sony y Microsoft en sus líneas XR) diseñado para músicos amateurs, emergentes o de circuito under.

El concepto, que hasta hace meses circulaba en foros de desarrolladores como un experimento lúdico, tomó otra dimensión cuando trascendió que grandes compañías del sector —entre ellas Meta, Apple Vision, Google DeepMind y OpenAI— habrían mostrado interés en la patente del MCE.
Según fuentes internas, el prototipo MCE I ya funciona en fase cerrada y podría presentarse oficialmente en los próximos meses.

Cómo funciona MCE: tocar en la cocina pero ver el Madison Square Garden

La propuesta es simple y perturbadora a la vez:los usuarios compran un combo de cascos (en unidades o packs de 4 a 8) que deben usar mientras tocan música real —en una sala de ensayo, un garage, una habitación— y la aplicación recrea la percepción visual y sonora de un show multitudinario en el venue que el artista elija.

Los presets incluyen lugares mundialmente reconocidos como Madison Square Garden, Wembley, Luna Park o escenarios ficticios diseñados para “sensaciones específicas”:una taberna del Medio Oeste, un teatro europeo del siglo XIX, un club punk de los 80, una playa abarrotada al atardecer.
También pueden configurarse tipologías de público: íntimo, eufórico, disperso, culto, adolescente, hostil, entregado. Del  mismo modo, edades, vestimentas o lo que aquí llamaríamos tribus.

No reemplaza la música: reemplaza la percepción del público«

Al tocar, el artista escucha lo que toca —sin interferencias—, pero su cerebro procesa la presencia de una audiencia inexistente. No reemplaza la música: reemplaza la percepción del público.

Una respuesta en un mundo donde todos generan contenido pero casi nadie es escuchado

El dispositivo aparece en medio de una paradoja que ya es estructural en la economía musical contemporánea: en la supuesta “democracia” de las plataformas, donde cualquiera puede subir una canción, la realidad muestra que menos del 3% de los artistas concentran más del 90% de las reproducciones en Spotify, YouTube y Apple Music. Mientras tanto, miles de bandas venden pocas entradas, tocan para públicos mínimos o dependen de la viralidad efímera de los algoritmos. En términos materialistas, el impacto es la desigualdad económica. No olvidemos que los músicos son trabajadores que no ven remunerado su esfuerzo si no venden entradas o se escuchan sus canciones. Es decir que no se trata de vanidad, sino de sustentar un proyecto y validar una formación. Pero a la vez, la distribución desigual de la “atención” o el “suceso” no dista de un mal que potenciaron los redes sociales y que se llama “depresión digital”. Lo que antes era, por ejemplo, un tipo desempleado en un monoambiente viendo por la ventana pasar un vecino con un 0km y vestido de lujo, hoy es gran parte de la sociedad consumiendo 24/7 el éxito o la narrativa del éxito de otros.

En ese contexto, MCE ofrece —según sus creadores— “una experiencia emocionalmente reparadora” para artistas que sienten que su obra se pierde en un océano de oferta cultural cada vez más indiferenciada.

Byron & Moss Labs concibió MCE como un experimento doméstico, casi un “videojuego para músicos”. Pero cuando comenzaron a circular los primeros videos de prueba, analistas de distintas áreas tomaron nota de algo más profundo.

La socióloga Hanna Goldberg, investigadora de la Universidad de Ámsterdam, sostiene: “Si el público ya no distingue entre una canción hecha por humanos o por IA, si acepta lo que ‘suena bien’ y nada más, no sorprende que algunos artistas empiecen a preguntarse por qué necesitarían validación real.”

En la misma línea, el teórico cultural Tomás R. Winfield (Cambridge University) advierte:“Es perverso que la experiencia humana del proceso creativo se vea desplazada por tecnologías que imitan el reconocimiento. Pero también es perverso negar que muchos músicos fueron arrojados a una intemperie emocional y económica que los desalienta.”

Dentro del mundo musical under, la perspectiva es ambivalente. Algunos ensayistas consultados por la propia compañía valoraron la idea como una forma de sublimar la frustración en un contexto donde, para la mayoría, tocar ante 15 o 30 personas ya es un logro. Además no deberían lidiar con productores, «bolicheros» y demás intermediarios que muchas veces no favorecen a la música sino que la exprimen y vampirizan.

Otros la consideran una herramienta peligrosa, capaz de acostumbrar al artista a un público que no existe y, por ende, de debilitar aún más el tejido cultural real.

“Si el público ya no distingue entre una canción hecha por humanos o por IA, si acepta lo que ‘suena bien’ y nada más, no sorprende que algunos artistas empiecen a preguntarse por qué necesitarían validación real.”

La línea que viene: MCE II y los “fans virtuales”

Aunque el primer modelo aún no fue lanzado, trascendió que el MCE II ya está en desarrollo y sumará una capa adicional: vinculación con redes sociales, generación de bots-fans, periodistas virtuales, mensajes de apoyo y simulaciones de entrevistas para completar “la experiencia de ser reconocido”.

La compañía insiste en que no se busca crear rockstars sintéticos ni alimentar fantasías de fama, sino “acompañar procesos creativos en un mundo donde la exposición es tan violenta como la indiferencia”.

El siglo XXI y el trans humanismo se ha convertido en una tecno distopia donde todo puede ser falso. Inclusive, este mismo artículo.  Platón, Aristótoteles, Kant, Descartes, Hume podría orientarnos…hace miles y miles de años que la humanidad gira en torno a una pregunta:¿qué es real? La única certeza era la de poseer una conciencia…pero ¿qué ocurre cuando hasta las máquina prometen alcanzar la singularidad?  Winfield deja de lado todo el rigor y se pone metafísico: “Lo único real es la música. Lo demás, hoy, es relativo.”

En una época en la que la autenticidad se diluye entre algoritmos, filtros y simulaciones, MCE abre una discusión inesperada:¿puede un artista recuperar la esencia de la creación aun cuando el aplauso sea virtual? ¿Se trata de una trampa emocional o de un refugio legítimo?

El lanzamiento oficial del MCE podría responder algunas preguntas. O, quizás, multiplicarlas. Como la célebre “si un árbol cae en un bosque y no hay nadie para escucharlo, ¿hace ruido el árbol?”.  ¿Si nadie escucha una canción, es  acaso una canción? Quizá haya muchos artistas verdaderamente aclamados a los que solo le importa conseguir números, audiencia, aprobación, impulsados por grandes campañas y estrategias…pero poco les importa la canción. ¿No se parece bastante a una simulación?