LOS FUEGOS INTERNOS | El documental que muestra la reinserción social de usuarios del Hospital de Romero

Por Javier Biasotti

Una singular película guionada, actuada y producida por tres pacientes que narran su proceso de externación del hospital neuropsiquiátrico “Alejandro Korn”, de Melchor Romero, está lista para su estreno en el circuito comercial y por estas horas afronta las mismas dificultades que cualquier otra producción convencional: conseguir los recursos necesarios que garanticen la logística para su distribución, la realización de copias y la promoción para alcanzar repercusión nacional.

Para ese fin, los realizadores de Los fuegos internos echaron mano al recurso del crowdfunding, o financiación colectiva de proyectos autogestivos. Y en ese tránsito se encuentran ahora: juntando las voluntades solidarias de quienes puedan aportar desde cien pesos en adelante para así solventar la última etapa de un proceso creativo que arrancó en 2012 y que para su concreción contó con el respaldo del Instituto Nacional de Cine y Artes Visuales (INCAA) y del Fondo Nacional de las Artes. Quienes deseen aportar, pueden hacerlo entrando a idea.me/losfuegosinternos.

El documental de 70 minutos de duración refleja el proceso de externación de tres usuarios del servicio de salud mental platense, quienes junto a un grupo de sanitaristas, artistas, técnicos del ámbito teatral y audivisual y otras personas internadas y dadas de alta del Alejandro Korn construyeron un film que exhibe sin tapujos el doliente tránsito de la cotidianidad en el manicomio hacia la vida social en el centro de La Plata, como personas comunes y corrientes despojadas del estigma de la locura e integradas naturalmente a la sociedad.

Los fuegos internos reconstruye la historia de personas que, tras conocerse en una sala de internación psiquiátrica, construyen una amistad que los sostiene en sus procesos de recuperación y salida del hospital. La película muestra la vida en el manicomio, las invenciones de cada uno para salir, los fuegos que iluminaron sus caminos.

El film tuvo como disparador “El Cisne del Arte”, un dispositivo cultural que funciona en el Centro Comunitario de Salud Mental “Casa de Pre Alta”, que no es otra cosa que una casa común y corriente del centro platense, en la que pacientes en condiciones de ser dados de alta del Alejandro Korn –con adecuada supervisión profesional– intentan reinsertarse en la comunidad.

Contexto dialogó con Laura Lago, coordinadora de “El Cisne del Arte” y productora de la película, quien reseñó el largo proceso de construcción del documental y destacó que “la película es resultado de un proceso de creación colectiva”, y definió al arte como “un camino” para ayudar a saltar los muros del manicomio. “La salud mental es cosa de todos, porque ¿quién puede decir que queda fuera de tener que arreglárselas con su síntoma en el mundo?», desafía la actriz y docente de arte.

¿Cómo fue el proceso de realización de la película?
Fue y es intenso. Con momentos de mucho disfrute y también de incertidumbre. Ambas cosas nos impulsaron a aprender, a conocer gente, trabajar días y horarios extra, equivocarnos y reorientarnos. La idea surgió en 2012, de modo que el proceso pasó por muchas instancias. La película es resultado de un proceso de creación colectiva. Tiene una pata en la institución de salud mental y otra en la comunidad. Sostuvimos el desafío de lo colectivo en sus múltiples articulaciones: hospital, voluntariado, organizaciones sociales, artistas. Y sabiendo que hay un punto de ilusión en “lo colectivo” que hay que saber dialectizar, bajar a tierra para que pueda materializarse. Lo esencial fue mantener la perspectiva de los protagonistas y de los otros usuarios del hospital con los que trabajamos. Y también que el proceso aportara nuevas herramientas al interior de “El cisne del arte”, que es el dispositivo de arte y comunicación del hospital, marco en el que se produce la película. Digamos que el proceso supuso un saber hacer con la dinámica de grupo y los procedimientos propios de lo audiovisual. Y esto no para, porque ahora tenemos el desafío de mostrar la película con todo lo que supone lograr el mejor encuentro con el público.

¿Cuál es la trama?
Tres hombres que estuvieron internados en un psiquiátrico deciden hacer una película narrando los motivos más profundos de sus crisis, su vida en el manicomio, y cómo la amistad y el arte los acompañaron durante sus procesos de externación. Eligen los recursos que más los representan: la actuación, la poesía, la danza, el registro documental… nos muestran qué recursos institucionales y comunitarios les sirvieron. El documental recorre diferentes estados emocionales, habla de ese lugar subjetivo que abre posibilidades, que es a la vez decisión y potencialidad, que lanza al sujeto a la acción en nombre propio.

¿Tenían experiencia cinematográfica?
De entrada sabíamos que teníamos ganas de hacer una película, pero muy pocos conocimientos prácticos e insumos para lograrlo. Por eso nos armamos de situaciones de aprendizaje tanto para los usuarios como para los voluntarios y trabajadores del hospital implicados. Taller de escritura, ciclo de películas para comprender el uso de herramientas audiovisuales, taller de montaje cinematográfico, de producción, de corrección de color, de gestión. En el medio de esa vorágine a la que estaban invitados todos aquellos usuarios que se sintieran interesados más allá de ser los protagonistas de la historia, escribimos el guión, el tratamiento estético, los proyectos para buscar financiamiento, la planificación y los rodajes, la primera edición, etcétera. En algunas actividades participamos todos y en otras sólo algunos, siempre con el criterio de que la participación fuera voluntaria, causada por un interés o por un deseo. Pero a su vez consolidando un grupo núcleo que garantizara que la película se realizara, porque este desafío tenía ese objeto.

¿Qué es lo que quiere simbolizar “el fuego interno” de un paciente?
Se trata de una simbolización singular y luego colectiva que tiene para nosotros un cúmulo de significaciones, pero que esperamos sea lo suficientemente ambigua para interesar a los espectadores. En la preproducción de la película necesitábamos construir un relato y un sentido primero para convertir una idea en idea audiovisual. Nos orientamos por la escucha artística pero también clínica de los protagonistas. En las primeras reuniones uno de ellos quería explicarnos lo que a él le había sucedido, qué cosa no había muerto del todo durante su internación, y dijo eso, que “hay un fuego que no se había apagado del todo” y desde allí fue dando unos pasos. Después, con mucho humor dijeron que la película se trataba de eso, de tres fuegos internos. Eso tuvo una primer resonancia y entonces propusimos la frase ya un poco metafórica como título posible.

¿La construcción de una amistad entre tres personas institucionalizas puede resultar más efectiva que la medicación?
Lo que nosotros podemos decir es que en esta historia la amistad fue un lazo que hizo a la trama de cada uno, tanto para pasarla lo mejor posible como para salir de la internación. Es un lazo que no se compra ni sucede por el simple hecho de que lo pensemos; digamos que escapa de una prescripción al estilo de una receta médica, del consejo o de la imposición de un ideal. Se trata más bien de una invención que supieron hacer los protagonistas y que les permitió acompañarse en los diferentes caminos que hicieron. En ese sentido, amistad y medicación son categorías distintas, y en ese punto incomparables. Más que medicación, nosotros pensamos tratamientos donde una medicación puede tener un lugar, sin duda, pero lo que orienta no es el mejor o peor efecto de un esquema farmacológico en sí sino el trabajo que cada sujeto hace para arreglárselas con su síntoma. En este sentido es que pensamos que la salud mental es cosa de todos, porque ¿quién puede decir que queda fuera de tener que arreglárselas con su síntoma en el mundo? Pero volviendo a la película, el tema de la medicación fue elaborado en el grupo y creemos que encontró un lugar dentro del registro más clásicamente documental, ligado a los efectos del tratamiento manicomial que masifica a las personas desconociendo o apagando los fuegos internos tan propios de cada individuo.

¿Considera la película como un hecho artístico o como un acto terapéutico?
Si es un hecho artístico esperamos que lo diga el público, ¡ojalá! Los usuarios dejaron claro que querían que el producto final tuviera calidad. Pero es cierto que tiene una pretensión en el sentido de que los procedimientos que usamos son del mundo del cine, y eso lo coloca en el lugar de lo artístico. A su vez, el documental es tanto el resultado de una intervención clínica-comunitaria como un registro audiovisual artístico de un momento histórico en la transformación del modelo de atención acorde a nuestra Ley de Salud Mental. La película sigue la línea de otras producciones de «El Cisne del Arte», que se propone como espacio de montaje clínico-artístico ofreciendo instancias de creación, promoviendo el lazo social a través de la entrada de cada uno en un discurso –el del arte– que ponga a circular algo de lo propio en lo social con un plus de valor.

¿El arte puede sacar a una persona del manicomio?
Habría que ver qué es para esa persona salirse del manicomio, estar en él, si la palabra manicomio lo representa, qué busca, qué padece, en fin… no hay recetas ni fórmulas que puedan aplicarse a una población en general. Nosotros fuimos siempre por la vía del sujeto, y, si se quiere, un paso atrás, para dejarnos orientar primero por las respuestas de esa persona y recién luego hacer nuestras propuestas o intervenir. Y así nos dejamos intervenir nosotros mismos enriqueciéndonos como artistas y trabajadores de la salud mental. Pero, volviendo a la pregunta, me sale responder con una anécdota: Oscar, un señor muy inteligente y mejor persona que vivió internado muchos años, nos relató cómo al comienzo de su internación se levantaba de noche y se escapaba del pabellón para correr entre los árboles y salir a la ruta. Siempre lo iban a buscar unos cansados guardias que lo traían otra vez a la sala. En una de esas huidas, Oscar cuenta que se detuvo, se quedó agachado con el frío y la desnudez a cuestas escuchando la noche y pensó: “Así no salgo más, este no es el camino”. Una fuga, aquí, no era una salida. Oscar dice que a partir de allí pudo construir algo, con mucho esfuerzo porque las condiciones no ayudaban, pero sí pudiendo hacer uso de los recursos que encontró en la institución, en la sociedad, con los otros. Él decía que había sufrido, que había mucho estigma dando vuelta, mucho prejuicio, pero que le parecía importante transmitir las historias de cómo habían superado sus dificultades, haciendo sus propios caminos distintos a los cíclicos que, como en la anécdota, los devolvían al mismo lugar. Pensamos que la vía del arte es un camino; hay otros, para armar esos otros recorridos simbólicos y materiales alternativos a las nominaciones y los cuerpos que el manicomio fabrica, tal como describió Foucault, por ejemplo. Desde ese lugar de sujetos podemos pensar luego, como Oscar, una estrategia, nuestra vía. Nuestra modesta pero sostenida apuesta es al arte, como un cierto saber hacer que permite incluirnos en un discurso que gracias a su función estética, como bien y bellamente formaliza el psicoanalista Sergio Zabalza, logre disipar algo de la ajenidad que a todos nos habita.

El “Melchor Romero”

El hospital neuropsiquiátrico Alejandro Korn –más conocido como “el Melchor Romero”, por su localización geográfica– fue creado en 1884, a sólo dos años de la fundación de La Plata, con la misión de atender «a los pobres de solemnidad, sean hombres, mujeres o niños, atacados de enfermedades comunes o de demencia”.

En sus más de 160 hectáreas, originalmente alojó a los pacientes en barracas de madera, las que con el paso de los años fueron reemplazadas por salas para hombres y mujeres, y llegó a contar con más de 3.000 pacientes institucionalizados. En la actualidad, y en el marco de lo normado por la Ley Nacional de Salud Mental, promueve la externación de aquellos pacientes que puedan ser acogidos en su medio social. Pero unos seiscientos permanecen internados por la imposibilidad de contar con familiares o dispositivos oficiales o comunitarios que los acojan y acompañen.


 

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