En el corazón palpitante del hip hop argentino, dos trayectorias que nacieron en mundos distintos pero hermanos acaban de cruzarse. Duki y Malajunta Malandro —el mainstream global y el under con raíz popular— se juntan en “No Confundan”, una colaboración tan inesperada como poderosa, que encierra un mensaje profundo: el rap sigue siendo un refugio de verdad en tiempos de sobreproducción, fake news y pos humanismo digital.
Malajunta, antes conocido como “El Perroh” y hoy apodado también como «El Joven Sandro», es un artesano de la jerga barrial oriundo de Zona Norte . Representa esa estirpe de raperos que surgieron mucho antes de que el trap explotara como tendencia. Consciente de su historia y su territorio, supo reinventarse sin perder la identidad. Con el tiempo, incorporó bases más modernas, pero sin resignar contenido ni dejar de habitar esa estética que mezcla humor negro, crítica social y códigos callejeros. Desde los márgenes y sin las luces del mainstream, Malajunta construyó una escena paralela que hoy tiene su propio público fiel: los “jolgorios”, sus shows cargados de liturgia y sentido de pertenencia. Ha incursionado en ritmos del pop ochentero, el country, el rock (ferviente admirador del Indio Solari) y tuvo su gran salto masivo con una colaboración junto a La T y la M. Pero siempre bajo sus reglas, acercando a los artistas a su búsqueda, sin concesiones artísticas.
Del otro lado, Duki es el fenómeno cultural urbano más grande que haya dado el país. Nacido en el Quinto Escalón, Mauro Lombardo cargó con el peso de ser el rostro del trap argentino. Conquistó el reggaetón, se metió en las listas globales, llenó estadios europeos. Pero cada vez que decide “volver” al rap, lo hace con una contundencia que recuerda por qué se ganó su lugar: no fue por la moda, sino por el talento. En “No Confundan”, lo confirma. Su flow se adapta al beat, suelta líneas filosas con actitud, sin necesidad de recurrir a los recursos del hit fácil.
La producción musical de “No Confundan” , a cargo de Zulu en equipo con Yesán, también tiene su propio discurso. Comienza con un beat crudo, que roza el boom bap clásico, casi como un homenaje al ADN del rap de los ’90. Pero hacia el final, hay un quiebre: entra el autotune, las métricas se flexibilizan, y la canción vira hacia un sonido más trapero. El gesto no es gratuito. Es como si ambos dijeran: “Sabemos dónde estamos parados, dominamos ambos lenguajes, pero no confundas quiénes somos”.
En tiempos en que el trap se ha instalado como género comercial —repetitivo, estetizado, muchas veces desprovisto de contenido—, este giro final funciona como una especie de cierre irónico o lúcido. El rap, aquí, emerge como el género que sigue hablando desde la realidad. En un contexto de miseria, desorientación, violencia y simulacro mediático, la lírica directa y sin filtros vuelve a tener sentido. No es nostalgia: es una necesidad.
El videoclip refuerza este mensaje. Repleto de caras conocidas del under y OGs del rap nacional, funciona como una reivindicación de los orígenes. Hay respeto, hay comunidad. No se trata solo de una colaboración musical: es un acto político dentro de la música. Duki, en lo más alto de su carrera, baja al barro sin disfraz. Malajunta, con su calle a cuestas, lo recibe sin solemnidad, como quien conoce las reglas del juego hace rato.
¿El trap está muerto? No sabemos, pero el rap no morirá jamás. «No confundan», insisten. Y no es solo un título. Es una advertencia.