Leticia Carelli: somos lo que queremos

Por Ramiro García Morete

“Duele estarse quieta/ o cuando escuchas música/ Duele no sentir deseo si el amor está/ Duele haber nacido y permanecer no más”. Aquel Citroën se antojaba como “una oficina de humo”, y con quince años escuchaba fascinada “El amor después del amor” en algún lugar de Benito Juárez. Su madre, que tocaba el piano, siempre odió a Fito Páez. Cerca de ese piano, hermanos y hermanas crecieron con la música como lenguaje común. Al punto de que los Felipe y Federico grabaran en Fosfeno (2014). Con Celina directamente hay una suerte de armonía cósmica, como si una cantara cada vez que la otra abre su boca. Como si las palabras –esas que en su obra escapan a la literalidad– cobraran su amplio e inasible sentido cuando se juntan. De hecho, fueron extraños fonemas los que cantaban en “Alecuá”, el primer hit de la primera banda. Sería un par de años después, debutando en el cine de Atilio Marinelli y colgándose el bajo, porque la ejecutante original tenía siempre algún motivo raro para no tocar.

“El amor después del amor” y ese rito íntimo eran una forma de despegarse del entrañable seno familiar, como lo sería su llegada a La Plata a los dieciocho, “a estudiar lo que sea, sólo para irme de Juárez”. No es casual que la primera carrera que eligió fue Ornitología ni que obviamente la haya abandonado al poco tiempo. Igual que sus próximas canciones –basadas en el beat y el desprejuicio propio–, su vuelo jamás se sintió a gusto con la narrativa cíclica que a veces queremos endilgarle a la vida. No siempre hay un estribillo ni un lugar al cual volver. “Hay cosas que a veces te perdés. Pasaste… y ya pasó la historia”, dirá en algún momento. Posiblemente habrá extrañado el Citroën o no, cuando en 2012 le costó un tiempo entender que no volvería a ese lugar llamado Monoaural. La banda –casi sin proponérselo– le había abierto puertas y forjado un nombre en la llamada escena platense. Pero algo se rompió con uno de sus socios musicales y otra vez se encontró algo perdida. Inclusive enojada. Pero, cuando se es de Leo –al parecer–, rendirse no es una opción viable. Y quizá como cuando tras boyar con Plástica en Bellas Artes se metió en la Escuela de Arte de Berisso, la respuesta otra vez fue la música. Como el amor después del amor, la música siempre vino después de la música. Sola o acompañada, dando clases o subida a un escenario, allí estaría como siempre. Y crean que al escuchar sus canciones, de sutil complejidad y sonido franco, una poética delicada y esa voz (oh, esa voz) tan cálida como fuerte, no quedan dudas. Con una pequeña ayudita de sus amigues, primero editaría Fosfeno y luego Adicto para confirmarla nuevamente como una artista talentosa y sensible capaz de soltar la melena fiera con la gracia de las aves: Leticia Carelli.

“Fosfeno me parecía más oscuro, porque es más introspectivo –compara sus trabajos pos Monoaural–. Algo más hermético, porque nace en mí sola. Y en cambio Adicto, si bien tiene algo más aguerrido, ya es grupal. Es un poco más para afuero, yo siento.” Y extiende: “El primer disco tiene el mérito de haber armado la banda que me acompaña. Los chicos son como invitados. Y ya en el segundo somos una banda. Lo hicimos en lo de Tincho (Casado), que es amigo. Lo grabó y lo mezcló él, en un clima muy casero”.

“No pienso lo que canto –expresa sin demasiados rodeos sobre su personal estilo vocal–. A veces me observo cuando alguien de afuera me hace ver tal cosa. Pero no sé, canto así.” Con las letras desarrolla un poco más: “A veces me pregunto si escribo pensando en algo o no. En general me pasa así: aunque crea que tengo razón trato de pensar que puedo estar equivocada para salvar lo que me puedo estar perdiendo. Y eso en el sentido de una frase o una metáfora encuentra un lugar en la música. Por eso trato de hacerlo abierto. Si bien a mí me puede parecer de una manera, puede ser otra. Entonces no es hermético.”

Mientras proyecta un nuevo disco de lo que sería Leticia Carelli en banda, también está armando un material de naturaleza electrónica junto a Fran Labaqui (Río Rabioso, donde ella toca el bajo desde el año pasado). “Formalmente se diferencia. No es sólo el sonido.” Y explica: “Hay mucha cosa amorfa deliberada. Sin estribillo necesariamente. Cuando yo le pido devolución a los chicos obviamente te empiezan a pedir desde ahí: ‘Leti, repetí algo’. Y yo primero les hago caso. Busco. Doy vuelta. Y no, extraño lo que yo había hecho. Esto para mí era así. Es un devenir de lo que está pasando, es como lo estoy viviendo ahora. No necesito repetir esto. En todo caso pongan de nuevo play. Hay cosas que a veces te perdés. Pasaste… y ya pasó la historia. Que también la música refleje eso. Que no sea todo forma. Bailar un beat y empezar a decir algo. Tengo así, tipo cadáver exquisito solo. Y también no enjuiciarme a mí misma. Por qué digo esto. No me importa. Lo voy a decir igual”.

Carelli continúa explicando un método que adquiere mayor significado: “En ese proceso creativo hay cosas que yo quizá las entienda mucho más tarde. Y las quiero dejar así aunque no las entienda nunca. No creo que sea lo que hay que hacer ni lo mejor que yo hice. Pero es lo que estuve necesitando. Como darme permisos. Total ya decidí seguir haciendo música siempre. Cómo y con quien pueda”.

Y cierra: “Yo podría ser un montón de otras cosas. Pero esto no puedo dejar de hacerlo. Puedo estar haciendo canciones en una escuela, en un jardín, en cualquier lado. Y no tener la necesidad de tocarlas. Pero no… tengo ascendente en Leo. Necesito tocar para otro. Como un león necesita mostrar la melena. No le alcanza con ser un león y listo. Algo así. Decidí que voy a buscar brillar”.

Este jueves a las 20 hs, Leticia Carelli se presenta junto a Agustina Paz en C´est La Vie (55 e/ 17 y 18). Y el 15 de marzo lo hará en formato banda junto a Umbra en Pura Vida (Diag. 78 e/ 8 y 61).


 

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