“La guerra en la sangre”: teatro para un mundo herido

Por José Welschinger Lascano

Con La guerra en la sangre, el dramaturgo y novelista platense Nelson Mollach propone un viaje atemporal hacia la Primera Guerra Mundial, ahondando en los efectos y el legado que dejó sobre nuestros días aquel conflicto que trastornó a la humanidad para siempre. Partiendo desde una postura crítica que considera las cifras de la guerra como una mera estadística fría y sin contenido, la obra indaga puntualmente en lo que le sucedió, y le sucede, a los cuerpos que atraviesan ese trauma.

No se trata, sin embargo, de una reconstrucción histórica de los hechos, ni de una ficcionalización de la realidad. La guerra en la sangre busca hablar de cómo aquel conflicto marcó el estilo de los nacionalismos, de la segregación étnica y del uso explícito de la ciencia como un arma. Sí se trata, en cambio, de una obra fuerte e intensa, que confronta al espectador en todas las dimensiones posibles, invadiendo incluso su olfato.

Con una puesta en escena muy elaborada, pero que dispone de algunos pocos elementos para desarrollar todo el relato, la obra construye su sentido al margen de la información histórica, utilizando para el caso a un elenco de seis actores que, entre música y cantos, narran sus personajes tanto en francés como en alemán. Así, traza un viaje atravesando los datos que llueven desde el escenario para llegar hasta la raíz de las emociones de aquellos que vivieron las distintas caras del conflicto.

Nada en la obra es casual: un tomate muy rojo destaca sobre el oscuro escenario da cuenta de la significación del título, cuando se explica que las armas químicas desarrolladas hace cien años para combatir al enemigo hoy son utilizadas como productos agrícolas para fumigar los cultivos, haciendo que luego de toda una vida de consumirlos todas las generaciones lleven «la guerra en la sangre». Todos los recursos, desde la intensidad de los diálogos hasta la disposición del espacio, responden a una meticulosa reflexión, donde el teatro, en estado puro, emplea sus propias armas para hacerle frente al horror de la tragedia bélica.

-¿Cuánto tiempo de trabajo demandó la construcción de La guerra en la sangre?

-Preparar la obra demandó más de un año de lectura, en el que habré leído unos cincuenta libros sobre el tema. Para mí la investigación es muy importante, capaz porque estudié Letras y tengo esa formación. Luego convoqué a los actores, empezamos a trabajar, y estuvimos en eso prácticamente un año y medio, hasta llegar a esta instancia.

«CREEMOS QUE UN ENUNCIADO COMO ‘10 MILLONES DE MUERTOS’ NO DA CUENTA DE TODO LO QUE OCURRIÓ DURANTE LA GRAN GUERRA, Y ENTONCES QUISIMOS RECUPERAR LO QUE LES SUCEDIÓ A LOS CUERPOS.»

-La obra toca muchísimos temas. ¿Se trabajó desde algún material en especial?

-No trabajamos con un texto previo, sino que se fue construyendo a medida que la investigación avanzaba. Propusimos algunos ejes, y buscamos una matriz de trabajo que nos permitiera sostener la totalidad de lo que queríamos hacer. Una vez que eso estuvo, apoyamos todo lo que realizamos encima de la matriz; y algo que surgió como fundamental fue el desfasaje entre el cuerpo y la palabra. Nosotros creemos que un enunciado como «10 millones de muertos» no da cuenta de todo lo que ocurrió durante la Gran Guerra, y entonces quisimos recuperar lo que les sucedió a los cuerpos. Ese texto que habla de «10 millones de muertos» queda entonces desfasado, pasa a quedar esa otra instancia, que tiene que ver con la extenuación. A partir de ese punto comenzamos a construir la obra, sin intenciones de vincular el relato a través de una historia, sino más bien como un montaje donde la totalidad no está dada por la capacidad del espectador de acceder a algún sentido puntual, sino que tiene que ver con la asignación de sentido que cada cual pueda hacer. Hay múltiples posibilidades de sentidos que se le puede asignar a la obra, por su carácter de montaje, y lo más importante es que la articulación del sentido la hace quien mira, porque decide qué es lo que quiere leer sobre lo que está viendo.

-¿Fue importante ese factor a la hora de preparar la obra?

-Eso es algo fundamental, porque es ahí donde nosotros entendemos al espectador como un sujeto activo, que da cuenta de la experiencia. Nadie puede venir a ver esta obra e irse con la tranquilidad de que yo le resolví los problemas; cada cual tiene que abrir sus propias preguntas e irse con sus propias inquietudes. Esa es, para mí, la finalidad del teatro, y también la del arte.

-Además de la conmemoración de su centenario, ¿por qué surgió esta necesidad de hablar de la Primera Guerra Mundial?

-Cuando pensamos en trabajar sobre la guerra, yo no quise hacer una reconstrucción de los hechos, sino más bien tratar de entender qué es lo que la guerra dejó en todos nosotros. Por eso la obra no se sitúa cien años atrás, sino que viaja demencialmente en el tiempo; y al final todo termina estando fuera de lugar, porque lo que se está contando ocurre en el ahora y le ocurre a los actores. Eso también fue necesario encontrarlo. Yo viajé a Francia en 2014, justo cuando se realizaban las conmemoraciones de aquellos hechos. Ver todo eso me marcó, me dio ganas de seguir leyendo; porque en definitiva me hizo pensar en la historia de mi familia, de mi madre, y todo aquello de alguna manera está contenido en la obra.

-¿Es el teatro, entonces, el mejor lenguaje para hablar sobre todo esto?

-El teatro es el lenguaje de los cuerpos, y yo particularmente creo que aquí lo discursivo pasa por los cuerpos. En esta obra hay muchísima información, y el objetivo de que haya tanta información, en definitiva, es que tengas que desentenderte de ella para que al final sólo te puedas quedar con lo que le está pasando a los cuerpos. Es muy difícil que una persona, en una hora y diez minutos de espectáculo, pueda absorber la cantidad de información que los actores transmiten. Entonces, en paralelo, se construye el discurso sobre el espacio de los cuerpos, que siempre terminan, en esta obra, agotados y extenuados.

 

El espectáculo se presentará en el Espacio La Grieta, en 18 y 71, los viernes 21 y 28 de octubre, con un descuento especial para estudiantes y jubilados.


 

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