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La complicidad empresarial con el terrorismo de Estado

Por Gabriela Calotti

Marcos Alegría y Leonardo Blanco sobrevivieron al Pozo de Banfield y a la cárcel. Ernesto Canga, en cambio, fue asesinado en diciembre de 1976. Su familia recuperó sus restos en 2011, tras ser identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), según sus testimonios ofrecidos el martes ante el Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata que lleva adelante el juicio por los delitos de lesa humanidad perpetrados en las Brigadas de Investigaciones de Banfield, Quilmes y El Infierno de Lanús, pertenecientes a la Policía bonaerense.

Con voz pausada y su reconocible acento, el chileno Marcos Alegría comenzó su declaración vía digital desde su ciudad de exilio, Grenoble (sur de Francia), en la que permaneció desde que fue expulsado de la Argentina, el 17 de febrero de 1977.

Bachiller recibido de la Escuela Normal, Alegría debió escapar de su país natal tras el golpe de Estado que derrocó al presidente socialista Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973. Entonces era responsable estudiantil y corría peligro. «Por cuestiones de seguridad y para escapar de la represión, en agosto de 1974 tuve la posibilidad de viajar a la Argentina, donde tenía un conocido» que vivía en Quilmes.

Enseguida obtuvo su DNI y en octubre de 1974 fue contratado en la industria metalúrgica Saiar, donde trabajaba en la línea de termotanques. «Trabajando en esa industria me integré bastante bien […] En el año 74 la industria estaba en pleno desarrollo de luchas sindicales por obtener el respeto de normas de seguridad, reivindicaciones en cuanto a mejoras de salario, y la producción era bastante importante», sin embargo debían trabajar horas extras sin ninguna paga a cambio.

Así describió las condiciones en las que trabajaban, a medida que iba creciendo la lucha social por mejores condiciones laborales y de seguridad. «Trataban de hacernos trabajar al máximo, con el menor costo posible», aseguró. Con 22 años, Alegría recuerda que «el pueblo argentino, la masa salarial de Saiar, me recibió muy bien, además había un sentimiento de solidaridad con Chile».

Saiar, recordó, estaba en la «vanguardia» en la región, puesto que coordinaban diferentes sectores que disputaban el liderazgo a la denominada «burocracia sindical» del sector metalúrgico, encabezado por la poderosa Unión Obrera Metalúrgica (UOM).

Alegría explicó, interrogado por un abogado querellante, que ya «desde 1975 la industria Saiar estaba muy controlada e incluso sospechábamos que la dirección de la empresa se reunía con elementos ajenos a la administración de la empresa y pensábamos que eran servicios de seguridad». El miedo era creciente. «Sabíamos que algo podía pasar, pero nunca imaginamos que iba a ser con esa saña».

Aunque no era delegado, era activista y participaba en una Coordinadora de Industrias de la zona sur. El 13 de abril de 1976, cuando el Ejército copó la fábrica y rodeó la manzana, llevando a todos los obreros al playón de entrada, su nombre apareció mencionado en una lista. La planta tenía más de 300 obreros.

«A todos nos llevaron ahí, y dos o tres oficiales, más el jefe de personal (Nota de la redactora: Martínez Riviére) fueron con una lista que tenía nombres y empezó a llamar de a uno […] Dentro de esos estaba yo junto con seis compañeros más: Nicolás Barrionuevo, Tomás Camdepadros, Horacio Codesal, Jorge Varela, Argentino Cabral y otro compañero, Mariano, que no me acuerdo de su apellido. Nos subieron en un camión y nos trasladaron a la 1ª de Quilmes. A partir de allí empiezo a pasar por diversos sectores de detención y secuestro», precisó. Allí sufrió su primera sesión de tortura e interrogatorio.

En ese tramo de su relato no pudo evitar que se le quebrara la voz porque ahí mismo alguien le dijo «‘no te hagai el huevón’ y me dije ‘mierda, es chileno’, y el interrogatorio pasó a otro nivel», relató Alegría, quien se reivindicó como integrante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).

De allí los llevaron al Pozo de Banfield, según pudo corroborar con otros compañeros hace más de 20 años, hecho que le permitió elaborar un plano de ese Centro Clandestino de Detención (CCD). En Banfield estuvo un mes y medio. «Yo leí sobre ‘El Infierno’ de Lanús, pero el infierno fue un poco en todos lados», sentenció. «En Banfield torturaban mucho. Nos torturaron mucho. Esa fue la parte más dura», alcanzó a decir antes de que nuevamente se le llenaran los ojos de lágrimas y bajara la vista.

De su cautiverio en Banfield recuerda a un tal «sargento Omar y su esposa, ellos decían que eran dirigentes de Sanitarios, a un compañero médico que tenía una rodilla hecha pedazos, y a un compañero Pérez que era cordobés, de la industria metalúrgica», precisó.

La situación sanitaria era inexistente y de comida ni hablar. De Banfield los sacaron varias veces. Cree que iban a un lugar de campo y mencionó Puente 12, otros CCD. Pero los volvían a llevar a Banfield. Supo tiempo después que otros compañeros de Saiar también habían pasado por ese centro de tortura y exterminio.

Interrogado por la querella acerca de si había algún médico o enfermero durante los interrogatorios, aseguró que había alguien que decía «‘a este pueden seguir dándole’, ‘déjenlo respirar’, ‘puede aguantar otra’… Porque ahí había todo tipo de tortura. Porque después de esa visita a esa ‘cámara del horror’ nuestro organismo se había acostumbrado. Ahí tenían parrilla, submarino, picana… la verdad, horrible», recordó Alegría antes de explicar que «le reventaron la palma de la mano» y tardó muchos años en Francia para poder curarla.

Tal como contaron otros sobrevivientes, la llegada a Devoto, a fines de mayo, y a la Unidad 9, a fines de septiembre, fue a puro golpe. Pero allí entendieron que estar a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN) era «salir vivos».

Estando en la U9 recibió «una vez» la visita de su padre y su hermano, que viajaron desde Chile. Cree que fue su padre quien hizo gestiones para que pudiera obtener el asilo en Francia. «Creo que eso me permitió que tuviera un decreto de expulsión». A mediados de noviembre de 1976 lo llevaron a Coordinación Federal y luego a la Alcaidía, donde en diciembre «me hicieron firmar una renuncia a la empresa Saiar», al igual que a otros compañeros según pudo reconstruir después.

«El 16 de febrero de 1977 de la Alcaidía fui expulsado a Francia y me liberan en el avión, donde me sacaron las esposas y le entregaron un certificado a uno de los oficiales del avión […] Llegué hecho pedazos, con lo puesto. Con la ropa que me habían levantado».

Al ser preguntado por una de las abogadas querellantes sobre su vida después, arrancó diciendo «es la parte más agradable». «El pueblo francés fue bastante solidario con la lucha del pueblo chileno y argentino y latinoamericano».

Allí fue su compañera, con quien tenía previsto casarse el 30 de abril de 1976, pero que por suerte, cuando él fue secuestrado, todavía seguía en Chile. Inclusive tenían previsto vivir en un barrio de Quilmes, donde poco después fue secuestrado su compatriota Luis Jaramillo.

Alegría pudo terminar de estudiar en Francia y trabajar en empresas de semiconductores y hoy, a los 69 años, tener una buena jubilación.

La voz de una hermana

Ernesto Enrique Canga «tenía 20 años y trabajaba en Hilandería Olmos. Parece que el dueño tenía muchos problemas con los delegados gremiales. Mi hermano era delegado gremial», sostuvo Liliana al declarar el martes en el marco de la Audiencia 24.

El 25 de septiembre de 1976 irrumpieron en su casa en City Bell. Allí su mamá tenía un almacén, pero el jefe del hogar era Ernesto. «A los gritos lo buscaban a él. Nos taparon con frazadas. A él le empezaron a pegar. Lo vendaron, lo maniataron y a mí me corrieron a un lugar. Yo tenía 14 años. Me corrieron a un lugar y me preguntan la edad y uno dijo ‘no es muy chiquita’».

Les robaron mercadería del almacén y les cortaron el cable del teléfono. «Después de cinco minutos vimos que había varios autos en la puerta, entre ellos un Falcon verde».

Su madre fue al otro día a la comisaría pero no le hicieron caso. Recién el lunes un abogado conocido pudo presentar un Hábeas Corpus. Con el tiempo se fue enterando lo que había pasado, escuchando testimonios de sobrevivientes, «me enteré años después de que él había estado con los chicos de la Noche de los Lápices en el Pozo de Banfield». Según sus averiguaciones, su hermano Ernesto estuvo allí hasta «al menos el 29 de diciembre de 1976».

«Ahí quedó hasta 2010, cuando me acerqué al Equipo Argentino de Antropología Forense. Dimos la muestra de ADN y en 2011 me llamaron porque habían identificado los restos en una tumba NN en el cementerio de La Plata», sostuvo. En noviembre de ese año «recuperé los restos y le di sepultura como corresponde», respondió Liliana a una pregunta de las querellas, antes de asegurar que haber recuperado sus restos les permitió «cerrar un círculo» a ella y a su mamá, que hoy tiene 91 años.

No obstante, explicó que cuando empezó a hacer los trámites para que le entregaran los restos de Ernesto le dieron un certificado de defunción, según el cual «su cuerpo apareció en 32 y 119 en la vía pública un 23 de diciembre con un orificio de bala en la nuca. Pero cuando el Equipo de Antropología me entrega la autopsia, ésta indica orificios de bala en brazos, piernas y tórax. Entonces fue acribillado. Con lo cual el famoso criterio de enfrentamiento no tiene sentido. Fue directamente una masacre», sentenció.

«Esto no va a terminar hasta que el último responsable tenga su merecido por vía de la justicia», sostuvo Liliana Canga.

El secuestro de Leonardo Blanco meses antes del golpe

Leonardo Blanco militaba en la Juventud Peronista. Durante su declaración contó que había puesto toda su energía en la campaña de regreso al país del general Perón.

Pero meses antes del golpe fue secuestrado, el 7 de noviembre de 1975, de su casa en Lanús junto con su hermano, Néstor Eduardo, que era militante del PRT-ERP. Secuestrados por hombres que vestían uniforme policial. «El ejército estaba afuera, según contaron después los vecinos, habían rodeado la manzana».

Primero fueron llevados a la Comisaría 2ª de Lanús y luego, vendados, los trasladaron a la Brigada de Banfield. «Ese fue un lugar de tortura. Mucha gente en el piso. Era la sala de torturas. Se escuchaban gritos permanentemente y un maltrato según la persona que sea. Vendados y atados con las manos atrás. No sabíamos si era de día o de noche. Solamente por pájaros o aviones» podían darse cuenta.

De allí los llevaron al Pozo de Quilmes, donde estaban en celdas individuales. Desde el inicio a él le pusieron cinta adhesiva en los ojos y le ataron las manos atrás con una corbata.

Del Pozo de Banfield recuerda a los hermanos Garrido, a los Acuña, a Godoy, que era de Zárate o de Campana, a Alcides Chiesa y «había una chica. Éramos siete u ocho».

«El lugar de tortura fue en Banfield. En Quilmes estuvimos aislados […] Ahí en Quilmes escuchábamos que torturaban a otras personas». «La comida era más seguido y nos daban de comer en la boca», contó Blanco, quien recordó a uno de los verdugos al que le decían Javier, quien un día les dijo «pónganse contentos que murió Franco» en alusión al dictador español que murió el 20 de noviembre de 1975.

Él y su hermano estuvieron en cautiverio «un mes más o menos». El 11 de diciembre los llevaron a Devoto, donde «al llegar nos golpearon mucho». Y a los pocos días los trasladaron a una cárcel en Resistencia, Chaco, donde estuvo con Ramón Tobeñas, afirmó respondiendo a una pregunta de las querellas.

El 7 de noviembre de 1981 salió de la cárcel, donde pasó exactamente seis años. Para Blanco, quien más sufrió su secuestro y sus años de cárcel fue su hijo. «De repente desaparecí», aseguró. Su esposa se tuvo que ir de la casa. Ella formó otra pareja. No obstante, con los años volvieron a tener una buena relación y él se hizo amigo del marido de su exmujer. «Íbamos juntos a Mar del Plata. Incluso con mi hijo quedó todo bien, por suerte», comentó cuando le preguntaron qué consecuencias tuvo para él y su familia el secuestro, la desaparición y la cárcel.

El juicio por los llamados Pozos de Banfield, Quilmes y Lanús comenzó el 27 de octubre de 2020, varios años después de que las tres causas centrales fueran elevadas a juicio, con sólo 18 imputados y con apenas dos de ellos en la cárcel, Miguel Osvaldo Etchecolatz y Jorge Di Pasquale. El resto está cómodamente en sus casas.

Por esos tres CCD pasaron 442 víctimas. Más de 450 testigos están previstos en este juicio oral y público que debido a la pandemia se realiza de forma virtual, ante un tribunal de jueces subrogantes integrado por Ricardo Basílico, Esteban Rodríguez Eggers, Walter Venditi y el cuarto juez, Fernando Canero.

Las audiencias pueden seguirse en vivo cada martes por diversas plataformas, entre ellas el canal de YouTube de La Retaguardia y el Facebook de la Comisión Provincial por la Memoria. La próxima será el martes 4 de mayo a las 9:30 con el testimonio, entre otros, de Pablo Díaz, uno de los cuatro sobrevivientes de la Noche de los Lápices.


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