La azúcar mala

[quote_recuadro]ESPECIAL: Medios y dictadura[/quote_recuadro]

Por Lucas del Bianco

Un fantasma recorre el paisaje de cañaverales y chozas de adobe que irrumpen en el desierto gris del norte argentino; El Familiar tiene mil rostros, un acuerdo con el patrón y muchas muertes.

Diablo, familia y propiedad (1999), realizado por Fernando Krichmar, denuncia la explotación que sufren los pueblos originarios durante la zafra de los ingenios Ledesma y San Martín Tabacal. El documental, que puede y debe ser leído en clave antropológica, reconstruye el proceso de triple dominación económica-étnica-cultural que sostiene el crecimiento de las empresas.

Sin embargo Krichmar no se detiene sólo en la explotación de mano de obra aborigen, sino que narra ese sistema de producción como una de las formas históricas del funcionamiento capitalista y deshumanizante de las industrias azucareras. Desde las marchas forzadas de los pueblos originarios hasta los cortes de rutas de desocupados en los 90, pasando por la “Noche del apagón”, el proyecto termina por dibujar el perfil de los ingenios como estructuras de poder que reproducen la forma de ser de una vieja élite aristocrática y paternalista.

La sangre de los obreros

“No me perdonan que sea un hombre de éxito,tanto como empresario, por haber sido capaz de llevar a Ledesma donde está hoy después de haberla conducido durante más de cuarenta años”. 
Carlos Pedro Blaquier.

La industria azucarera necesita, durante la cosecha, mano de obra extensiva que, históricamente, fue reclutada de las comunidades aborígenes del Chaco. Frente al avance militar sobre sus tierras, que suprimió los medios de subsistencia, los pueblos originarios se vieron obligados a asalariarse. El reclutamiento por parte de los nacientes ingenios, era atroz: antes de la llegada del tren, los “nuevos zafreros” caminaban durante dos o tres meses, desde el Chacho hasta los cañaverales. Muchos no soportaban las condiciones inhumanas de esa marcha y caían muertos en el camino.

Para los que llegaban, la situación de desprotección recrudecía. Según Bialet Massé, en su informe El estado de las clases obreras argentinas, “la explotación era atroz y absorbía todo el producto del trabajo obrero, pagado en vales. El jornal que se pagaba era 30 pesos y la ración nada buena ni abundante. Los ranchos de ese ingenio son verdaderas pocilgas, estrechas, bajas, permeables”. Muchos no soportaban las condiciones inhumanas de producción y caían muertos en los ingenios.

Krichmar se pregunta por estas muertes a través detestimonios de miembros de las comunidades Wichis, Toba, Tapieté y Chiriguana. Aquí radica el principal aporte del documental: los aborígenes atribuyen estas muertes a El Familiar. Según el mito que fue transmitido de una generación a otra, El Familiar puede ser “un hombre alto con sombrero y capa larga”, “un viborón”, “una mujer que no deja ver su rostro”, “un perro o gato montés”, “una figura detrás del volante de una camioneta de Prefectura”.

Como explica el realizador en una nota publicada en Página|12, “los demonios no son un invento de las empresas. Son una construcción cultural que, según se deduce de los testimonios aborígenes, fue bien aprovechada por los patrones, conformando una dialéctica muy especial entre amos y esclavos”.

Según el mito que fue transmitido de una generación a otra, El Familiar hace un pacto con los patrones: a cambio de prosperidad exige sangre de los obreros. Los muertos son un indicativo de la bondad de la futura temporada de zafra. Así, los trabajadores producen la riqueza de los ingenios y la pagan con sudor. También con sangre. Y represión. Y desaparecidos.

El apagón

Entre el 20 y 26 de julio de 1976, las localidades de Libertador General San Martín y Calilegua sufrieron sucesivos cortes en el suministro de energía. Ambas ciudades estaban sitiadas; durante los apagones, el Ejército y la Prefectura cargaron a más de 400 militantes populares. Todavía hoy, 30 de ellos permanecen desaparecidos.

El ingenio Ledesma fue cómplice intelectual y operativo de la represión militar: denunció y entregó a los trabajadores y militantes que luchaban por los derechos laborales, dispuso los cortes en el suministro de energía, puesto que la misma empresa estaba a cargo de su distribución, y empleó los propios vehículos del ingenio para el traslado de los detenidos/desaparecidos.

La convivencia política con el terrorismo de Estado tenía su razón económica: acallar los reclamos y reivindicaciones de la clase trabajadora para acrecentar las ganancias. Como expresó Rodolfo Walsh en su Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar: “han retrotraído las relaciones de producción a los comienzos de la era industrial, y cuando los trabajadores han querido protestar los han calificados de subversivos, secuestrando cuerpos enteros de delegados que en algunos casos aparecieron muertos, y en otros no aparecieron”.

De las condiciones de esclavitud de los pueblos originarios a la represión de las organizaciones obreras. De las marchas inhumanas a las detenciones y desapariciones. El documental se esfuerza por demostrar que, desde sus orígenes, el crecimiento de los ingenios obedece a una práctica sistemática de explotación y desdén por la integridad humana de los trabajadores aborígenes o criollos.

Desde un “viborón o perro o gato montés” hasta la “figura detrás del volante de una camioneta de prefectura”, la imagen de El Familiar —como justificación abstracta de la muerte— articula un relato deshumanizante y deshistorizante, y Krichmar nos desafía a leer la denuncia de ese relato que circula de manera subrepticia en el documental.

La persistencia obrera

El legado de la última dictadura militar es la implementación de un proyecto económico precario y excluyente de las mayorías populares que condicionó, primero, la estabilidad del gobierno radical de Raúl Alfonsín y alcanzó, durante el mandato neoliberal de Carlos Menem, su momento más acuciante: la entrega de los recursos del Estado, el desmantelamiento de la industria y la precarización laboral.

El documental Diablo, familia y propiedad cierra el recorrido por la historia de explotación de los ingenios Ledesma y San Martín Tabacal con los cortes de rutas protagonizados por los desocupados que, en ese momento, emergen como práctica de visibilización de los sectores obreros y como expresión de sus reclamos.

Si, por un lado, el documental permite una lectura lineal que identifica la práctica sistemática de explotación por parte de los ingenios Ledesma y San Martín Tabacal como expresión del desarrollo capitalista y el crecimiento de las empresas como estructuras de poder oligárquicas y paternalistas. Por el otro, el film expresa, también, una segunda línea de lectura —manifiesta expresamente en la última secuencia— que reconoce la continuidad de las luchas sociales frente al despotismo de las industrias azucareras.

En ese sentido, la figura de Luis Arédez —una presencia siempre latente en el documental— ocupa un espacio determinante en la memoria popular de Jujuy. Arédez fue perseguido por la empresa de Blaquier, primero, por pedir, como médico del Ingenio, mejores condiciones sanitarias y recetar remedios a los trabajadores y, después, por demandarle, como Intendente de Libertador, el pago de impuestos a la Compañía Ledesma. Fue detenido el 24 de marzo de 1976 y permanece desaparecido.

Los mismos reclamos, la misma convicción, movilizaron los cortes de rutas de los desocupados exigiendo puestos de trabajo, reclamando dignidad para sus familias y enfrentándose a un modelo de exclusión socio-económica. Y, más acá en el tiempo, debemos mencionar la voluntad política de avanzar en la denuncia contra los cómplices civiles de la última dictadura militar como prueba histórica de la capacidad de los trabajadores para organizarse, para reclamar por sus derechos y para no olvidar.

En definitiva, estas reivindicaciones ponen de manifiesto que, a pesar de la persecución y la represión, los sectores populares persisten en la lucha por sus derechos y demuestran su capacidad política para replegarse y volver a emerger sosteniendo un vínculo identitario que los antecede y, también, los trasciende.

Una última mención en referencia al valor ético del documental. Diablo, familia y propiedad inicia con una placa negra que tiene impresa la siguiente frase del cineasta Jean-Luc Godard: “Contra un cine que hoy se cree liberado, para el que nada es tabú… excepto la lucha de clases”. Fernando Krichmar, desde el Grupo de Cine Insurgente, reconcilia el valor estético del cine con su valor político. Si, como expresaba Julio García Espinoza, “es necesario apoyarnos en la realidad para entender el cine”, el cine de denuncia debe entenderse como un arma para los que luchan, como información y como testimonio. Este documental se inscribe en esa apuesta.


 

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