Escuchá, Europa

Por Stella Calloni

Cuando la luchadora guatemalteca Rigoberta Menchú, premio Nobel de La Paz, salió de su país en 1982, después del asesinato de sus padres y otros familiares, durante una entrevista realizada en Managua murmuró con la voz quebrada por la tristeza: «¿Hasta cuándo seguirán matando la semilla del hombre?».

Era el siglo pasado. Hoy, en 2019, debemos seguir preguntándonos lo mismo, como si nada hubiera sucedido desde entonces, a pesar de los cambios, de las revoluciones tecnológicas, de los grandes y asombrosos avances que nada han hecho por la humanidad.

La destrucción ambiental deja cenizas en los paraísos, y han regresado las guerras coloniales dejando millones de muertos, ciudades y pueblos destruidos, reinstalando abiertamente la tortura, las cárceles secretas y el terrorismo global, disfrazado de «salvación democrática o humanitaria».

La otrora orgullosa Europa ha caído en un abismo profundo, al cerrarle las puertas a miles de seres humanos a los cuales los gobiernos europeos, como cómplices y subordinados a Estados Unidos, han dejado sin hogar, sin trabajo, sin país, sin vida, sin futuro. ¿Y aún se atreven a decirnos a nosotros cuáles son las «reglas humanitarias y democráticas»?

Basta de cinismo, de hipocresía, de engañar a sus propios pueblos, para no decirles que se han rendido livianamente a los poderes imperiales en su período de mayor decadencia.

Desde América del Sur necesitamos que nos escuchen como descendientes que somos de pueblos originarios, de europeos, de negros, configurando un sincretismo racial, cultural, religioso, único en el mundo. Necesitamos que recojan nuestra voz, que está hecha de múltiples voces. Que entiendan nuestro derecho a la independencia y, por lo tanto, admitan nuestra dependencia de la potencial imperial de estos tiempos, de la que tenemos derecho a liberarnos definitivamente.

Nuestra América recibió a miles y miles de inmigrantes europeos, a pesar de que los pueblos originarios fueron víctimas de un holocausto nunca mencionado, con millones de indígenas asesinados por los llamados “conquistadores”, que no conquistaron nada, sino que asaltaron y saquearon a pueblos que desarrollaban sus propias y asombrosas culturas.

Somos hijos de toda esa revoltura. Somos hijos del dolor de la dominación, de las mujeres tomadas como una posesión, y somos sus descendientes, aunque mal les pese.

Por eso, como mujer latinoamericana hija de todas esas doloranzas y pasiones, de las sumisiones y de las rebeliones, les pregunto: ¿hasta cuándo permitirán que sus gobiernos sigan siendo cómplices de los que en nuestro continente han asesinado a sus hijos, a los hijos de sus hijos, a los nietos de sus hijos, a su descendencia?

¿Seguirán siendo cómplices de los crímenes de lesa humanidad cometidos contra pueblos indemnes en todo el mundo, enviando sus ejércitos secretos de mercenarios solo para apropiarse de nuestras tierras, nuestros recursos infinitos, nuestras culturas, nuestros sueños?

¿Esperan que nos rindamos para transformarnos en colonias de un imperio decadente? ¿Nos piden eso? ¿Eso es lo que quieren para sus hijos y su descendencia?

Como aquel Escucha yanqui: la revolución en Cuba, el libro que el sociólogo estadounidense Wright Mills escribió en 1970, y respetuosamente, inspirada en aquel llamado, escribo y digo hoy “Escuchá, Europa”.

Una vez siquiera, gobernantes europeos, escuchen nuestras voces, nuestras demandas. Ustedes han permitido que Estados Unidos convierta a sus países en una inmensa colonia «civilizada» que simplemente obedece las órdenes de un imperio terrorista, como inevitablemente son los imperios, porque de dominar por la fuerza criminal se trata.

Por eso estamos viendo a sus propios pueblos en las calles reclamando como nosotros. Es hora de que vuelvan los ojos a estos territorios, donde sus hijos y sus descendientes son masacrados, humillados, desaparecidos, convertidos en esclavos modernos por los nuevos esquemas de cooptación, desculturización, propagados mediante una violencia infinita, porque también la guerra psicológica es perversamente violenta y ustedes lo saben.

Como un símbolo de un nuevo tiempo colonial, los pueblos originarios son atacados, perseguidos y degradados. Los verdaderos dueños de estas grandes extensiones de tierra, a los que diezmaron hace más de quinientos años, como también lo hicieron en África, en Asia, adonde llegaron como imperios coloniales, destruyendo avanzadas civilizaciones y condenando a los sobrevivientes de ese holocausto inmenso a ser hijos de la noche, de la discriminación y el olvido.

Esos sobrevivientes que han mantenido lo profundo de sus culturas vuelven a ser víctimas, porque su presencia en territorios que la ambición imperial necesita explotar hoy –al costo ambiental más grande de la historia– «molesta» a los nuevos colonizadores.

La persecución contra los pueblos originarios está más activa que nunca, otra vez. Y nos preguntamos: ¿podrán sentir ustedes, es decir, podrán emocionarse ante cualquier relato que toque lo más profundo del ser humano después de haberse prestado, gastando millones de dólares, a sostener las nuevas guerras coloniales del siglo XXI, que están asolando a regiones cercanas como el norte de África, Medio Oriente, Asia?

Es la misma guerra bajo distintos disfraces y modelos que están librando contra nuestra América Latina, contra nuestra Abya Yala, que es el nombre real en kuna y significa «tierra madura», «tierra viva», «tierra que florece o en florecimiento», lo que para mí es sinónimo del resplandor que nos ampara.

Ustedes son «partícipes necesarios» de los crímenes de lesa humanidad que en este siglo han significado nuevos genocidios contra pueblos que nunca les hicieron nada. ¿O es que todavía piensan que nos deslumbran con sus falsos espejos detrás de los cuales siguen girando en una ronda los nuevos «condenados de la tierra», en otro tiempo al que llaman neocolonial, para esconder la mano que tira la verdadera piedra colonial del siglo XXI?

¿Qué hicieron en Yugoslavia, en Afganistán, en Irak, en Libia, en Barheim, en República Centroafricana? ¿Qué hacen en Yemen, en Siria, país donde continúa una resistencia heroica hasta estos días?

En esos pueblos no solo mataron al hombre y su semilla, sino también destruyeron las cunas de la civilización, se robaron los más hermosos recuerdos culturales de la humanidad.

Siria, Cuba, Nicaragua, Venezuela, Bolivia, la resistencia heroica de nuestros pueblos en América Latina los ha obligado a mostrar el rostro agrietado por la avaricia y la decadencia, al resistir a los terroristas que ustedes crearon y mandaron encubiertos, cuando ya sabemos que son ejércitos secretos de mercenarios de todo el mundo disfrazados de «islamistas», en Oriente Medio.

Mercenarios de la Organización del Atlántico Norte (OTAN), nacida del chantaje, del miedo, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando los servicios de inteligencia británicos y estadounidenses la crearon supuestamente para proteger a Europa del «comunismo de la Unión Soviética», el verdadero ganador de la contienda contra el horror del nazismo.

Con el pretexto de la OTAN, ahora utilizada para invadir países, sembraron de bases el territorio europeo. ¿Qué soberanía real existe en un país con bases extranjeras? Esas bases y otros compromisos asumidos los condicionan en estos momentos en que se necesita mantener la independencia para no ser arrastrados en cualquier aventura bélica, en un mundo sumamente incierto.

¿Recuerdan los tiempos de la esclavitud o todavía no han entendido nada de lo que significó cazar niños, mujeres y hombres en los territorios africanos, bien a mano de sus ambiciones? El tráfico de millones de seres humanos, que se sumaron a los pueblos originarios esclavizados y devastados en Nuestra América, produjo un holocausto, al que se añadió el terror del racismo y su base ideológica que perdura hasta hoy. De esos holocaustos ¿quién habla ahora?

Ese silencio sobre lo que nos ha pasado es criminal, nos deja indefensos, impotentes, y nuestra indefensión y nuestra impotencia los destruye a ustedes en cuanto somos su espejo, un espejo deformante que les devuelve el rostro de las víctimas de la sinrazón imperial. Esas víctimas son también su descendencia, su sangre, su cuerpo, su ADN, con otras vestiduras, de colores apabullantes para el mundo gris que intentaron imponer en estos territorios del esplendor.

Escuchá Europa: esta América Latina ha sido víctima desde hace más de quinientos años y lo sigue siendo ahora de la voracidad de la potencia imperial de estos tiempos. Miren el mapa de América al sur del río Bravo, que nos separa de la potencia imperial que ha llegado al siglo XXI sembrando el terror.

Miren a Centroamérica, al Caribe, a Suramérica. ¿Hasta cuándo debemos aceptar nuestra condición de colonias, de neocolonias? Cada día desde el siglo pasado la ronda de la muerte continúa aquí. Hemos vivido una dictadura tras otra. Era común entonces que buscáramos la comprensión de Europa. Ahora esa misma Europa por orden del gran poder hegemónico nos vuelve la espalda, nos cierra las puertas.

¿Cuántos más debemos morir por hambre y enfermedades de la pobreza, explotados a nivel de la esclavitud que reina en todos nuestros inmensos arrabales de miseria? Alguna vez creímos que los padres de nuestros padres mirarían con agradecimiento y amor estos territorios adonde llegaron buscando paz y comida.

Estamos diciendo basta de sometimientos imperiales, basta de genuflexiones, basta de falsas democracias y falsos humanismos. Nos están matando la semilla del hombre en todos nuestros países.

Estoy nombrando símbolos de estos tiempos, donde se nos quiere hacer regresar al más duro esquema colonial, en un proyecto recolonizador para que volvamos a dos o tres siglos atrás. ¿Creen, padres, abuelos nuestros, que debemos entregarnos cuando hemos trazado caminos de liberación y miles y millones han muerto por esa esperanza y ese derecho inalienable a tomar en nuestras manos nuestro destino?

Escuchá Europa: ustedes también se salvarán solo si se vuelven a levantar de las cenizas de aquellos fuegos que alguna vez se encendieron en nombre de la humanidad. Si nuestra Abya Yala puede volver a florecer, ustedes también florecerán, se salvarán. Si nosotros, sus hijos, los hijos de sus hijos, los nietos que hoy comparten la vida de esta tierra generosa con los verdaderos dueños de este continente nos liberamos, ustedes también lo harán.

Nos merecemos un siglo XXI nuestro, un territorio de paz en un mundo apresado por la ambición desmedida y la injusticia. Decidan, gobernantes de Europa, por la vida y respeten nuestros derechos a la liberación, a la independencia verdadera, a nuestra capacidad de terminar para siempre con el despojo y vivir dignamente.


 

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