Empoderar el terror: el riesgo de hablar de fascismo en nombre de la exclusión social

El intento de asesinato de Cristina Fernández de Kirchner y los lazos vinculantes de Fernando Sabag Montiel y Brenda Uliarte con grupos de la llamada ultraderecha abrió un nuevo abanico de debates en los medios sobre el fenómeno de las «nuevas derechas» en Argentina. Mientras algunos sectores de la prensa aún apelan a la retórica banalizante de los «marginales y loquitos armados», u observan manifestaciones «neofascistas» alimentadas por los discursos de odio en redes sociales, desde otros sectores sugieren la aparición pública de un nuevo emergente del «descontento social» canalizado por la extrema derecha. 

En búsqueda de una narrativa que logre ordenar el trasfondo social y político de la imagen de violencia inaudita que vio el país el pasado 1º de septiembre (de la que todavía cuesta reponerse), los medios ya se apresuran a dar cámara y micrófono a varios de los jóvenes involucrados en estos grupos periféricos, con una retórica que va del pánico a un nuevo «fenómeno nazi» en el país a su espectacularización como presuntos voceros de un sector de la población que se autopercibe excluido y vulnerado en sus derechos. 

En tales casos, crece el riesgo de dar representación (y, en cierto punto, legitimidad) a grupos que apenas semanas atrás reivindicaron el atentado terrorista contra la vicepresidenta, cuya autoría intelectual y organizativa todavía es materia de investigación. 

«Estos grupos no son fascistas porque se pinten una cruz de hierro o se tatúen una esvástica. No es lo único que hay que mirar, es un dato hasta banal», fue una de las definiciones de Diego Sztulwark, filósofo y especialista en pensamiento político, quien conversó con Contexto sobre la actual coyuntura. En su libro La ofensiva sensible, Sztulwark analiza las nuevas formas y modos en que diversos grupos sociales emergentes desarrollan sus potencias políticas desde sectores periféricos del neoliberalismo. En ese sentido, el autor se refiere a estas nuevas expresiones que empezaron a tener visibilidad en los medios como farsescas y delirantes (no por ello menos peligrosas), y dóciles de ser reclutadas por el mismo «sistema» que dicen enfrentar.

¿Qué análisis hacés de lo que hasta el momento comenzó a circular en la política y los medios sobre las llamadas ultraderechas radicalizadas? Tanto de lo que se dice de ellos, como de lo que ellos perciben de sí mismos.

No son ni grandes grupos financieros ni cuadros de la represión militar. Muchos de quienes participan en estos grupos son muchachos humildes, y creo que fue Jonathan Morel quien dijo «somos hijos del kirchnerismo». Y dijo algo incluso más desafiante, que fue «no es que nosotros seamos violentos, sino que violento es el hambre», que es un discurso tradicionalmente de izquierda en todas las épocas: hay ciertas injusticias sociales que legitiman el acto violento. Uno no diría que San Martín o el Che Guevara eran «violentos». La narrativa progresista no coincide con un grupo de muchachos humildes que van a atacar a Cristina «porque hay hambre». El progresismo no puede terminar de ver de frente esto. 

¿No se corre el riesgo ahí de legitimar la violencia en nombre de un discurso supuestamente combativo o de clase, suponer que están «habilitados» a promover el odio y el terrorismo porque «hay hambre» y apuntar por eso al peronismo y al kirchnerismo? 

A mí no me convencen ciertos argumentos que circularon que dicen que este es un grupo expresivo de la marginalidad y de la exclusión social en la Argentina. ¿Por qué no cierra esto? Estos muchachos se ofrecen a sí mismos como una cierta representación política posible para los llamados excluidos. En ese sentido hay un acto político. Es un grupo que hace una señal y dice «excluidos de la economía y de la política argentina: nosotros queremos representarlos a ustedes». Esta podría ser una forma política para trasladar a un tipo de cambio la frustración actual. Mucha gente que toma eso en serio está ayudando a construir una representación fascista de la exclusión social.

Es un error grande, porque no representan eso, aspiran a hacerlo pero no representan eso. Es evidente que en la Argentina hay una enorme frustración con el progresismo, con el peronismo. Pero querer desmitificar al kirchnerismo, querer pasarle la cuenta al progresismo legitimando una representación fascista de la desesperación social me parece el peor de los errores que podríamos cometer. 

En esa línea, ¿cómo encaja el componente de lo «fascista» o «neofascista»?

Estos grupos no son fascistas necesariamente porque se pinten una cruz de hierro o se tatúen una esvástica. No es lo único que hay que mirar, es un dato hasta banal. Lo que hay que mirar, por ejemplo, es que, cuando hablan, ellos dicen que son «emprendedores frustrados» a quienes les cobran muchos impuestos y que «esto está lleno de planeros, de montoneros, de peronchos», y que hay gente que hay que aniquilar. Entonces, ¿en qué sentido la desesperación actual que puede estar viviendo la población excluida tiene algo que ver con lo que esta gente está diciendo? Dicho de otra manera: ¿en qué sentido cualquier transformación de la estructura social argentina se toca en algo con lo que dicen estos pibes? En nada. No tiene nada que ver con la inclusión, ni la justicia social, ni nada.

Estos pibes son la defensa armada de las relaciones sociales de mercado. Son milicias en favor del orden, del mismo orden que los excluye. Pero ellos la lectura que hacen no es que los excluye el orden, sino «Cristina y los piqueteros». Y ahí hay que tener muchísimo cuidado, porque eso es de un nivel de enorme delirio. Hay que tener cuidado porque, bajo determinadas circunstancias, puede impulsar un fenómeno político de tipo fascista que en Argentina no hubo. Si vemos cuál fue el mayor nivel de reacción asesina de la derecha, fue en la dictadura, que no fue un movimiento independiente de masas, fue una operación de fuerzas armadas, grupos económicos e Iglesia. Si surge un grupo autónomo capaz de promover imágenes de violencia de masas contra grupos de personas, eso sería nuevo, muy reaccionario, y no tendría nada que ver con ningún tipo de demandas.

¿Qué expresan, entonces?

Expresan a una pequeña burguesía asustada que se identifica con las relaciones de mercado, que se identifica con relaciones de propiedad, que quiere asegurarse esas condiciones de propiedad y quiere asegurar las condiciones para diferenciarse de los de más abajo y que es un tipo de violencia que reprime hacia abajo. Digamos que es una parte de la población sometida a un proceso de desposesión evidente, en tanto que se esperaría de ellos aplicar la violencia en contra de los mecanismos de desposesión, no a favor de ellos. Ahí es donde se produce un delirio que los promueve como sujetos de reclutamiento de cualquier cosa. Ni siquiera se los puede encuadrar en consumos culturales del fascismo: la música que escuchan estos pibes es la misma música pop genérica que podrían consumir perfectamente sus víctimas. 


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