El temporal y la memoria

Por Lalo Painceira

Es imposible barrer de la memoria ese día, esa noche. Porque llovió. Y muchísimo. Como si un mar se derramara sobre La Plata y en pocas horas, transformando muchas de sus calles en ríos torrentosos que arrasaban, enfurecidos, todo lo que se interponía en su camino. No ocurrió sólo en la periferia de la ciudad. Como si la naturaleza hubiera copiado a Benoit, trazó una línea siguiendo una de sus diagonales y dividió la ciudad en dos. De un lado, la ciudad con calles anegadas bajo la lluvia y con los inconvenientes comunes que siguen a un meteoro semejante. La otra mitad, no. Era una ciudad semi sumergida, vestida de mar embravecido para desnudar falencias de promesas incumplidas, planes de obras de desagüe que se anunciaban para olvidar al día siguiente y de grandes negocios inmobiliarios. Y no de ahora, desde siempre, desde que se puso la piedra fundacional en un bañado.

El 2 de abril de 2013, podríamos decir ayer porque el dolor provocado todavía permanece a flor de piel, como llaga incurable que lastima el alma, no se borra de la memoria platense.

Fueron unas pocas horas en las que la ciudad vivió bajo esa cortina, pesada como el telón de terciopelo del Teatro Argentino, que de manera continua arrojó agua a una ciudad indefensa hasta que provocó la tragedia. Porque los platenses, todos los platenses sin excepción, vivimos una tragedia. Tragedia que debería golpear también a los ausentes, a los que no estaban en la ciudad, incluso a los que simularon estar, lo que fue además de mentira un absurdo porque nadie podía haber soñado con ese fenómeno padecido, algo totalmente imprevisible. Pero pongo punto final a esto. Eduardo Galeano dice con su acostumbrada precisión que los oprimidos suelen equivocarse de enemigo; los opresores nunca. Y los enemigos reales, en este caso, no residen en calle 12 porque allí viven sus obedientes cancerberos. Para apuntar a los verdaderos enemigos hay que mirar más hacia lo alto, y no me refiero ni al cielo ni a orden de méritos. Hay que mirar a los amos de la ciudad. A esos personajes para quienes La Plata no es nada más que la posibilidad de hacer negocios. Habite quien habite el palacio de calle 12. Eso sí, hay responsabilidades y hay que rendir cuentas sobre lo realizado en aquella trágica jornada del 2 de abril, cuando se descargaron sobre la ciudad en pocas horas, 392,2 milímetros de agua, de golpe y en los días posteriores. Y punto.

Por eso es necesario recurrir a la memoria. Siempre.

Primero para poder dimensionar aquel fenómeno inesperado e increíble. Hay que pensar que la media de lluvia para todo el mes de abril en La Plata es de 84,3 milímetros. Sí. Para todo el mes.

Ese furor de la naturaleza provocó 89 muertos. Al menos los reconocidos finalmente de manera oficial. Sin distinción de clase social, con un predominio de gente humilde y de edad avanzada.

Pero lo que debe resaltar la memoria es que ese telón espeso de agua no pudo ocultar la conmovedora solidaridad, totalmente espontánea que, de manera rizomática, se multiplicó y se contagió entre los platenses que, ante la anomia oficial de una ciudad sin comando, salieron a dar respuesta. La comunidad apeló a lo que pudo, a todo elemento útil que encontró a mano. Así se pudo ver a famosos como la Brujita Verón a bordo de su gomón hasta habitantes anónimos, profesionales, empleados, trabajadores y también los cartoneros que trepados a sus carros, se sumaron al rescate de sus vecinos en riesgo. Todos jugándose la vida. Respondiendo a ese impulso solidario, espontáneo, que brota ante un prójimo en peligro.

Se puede afirmar que los platenses carnalizaron totalmente el enunciado de la compañera Cristina, nuestra Presidenta, cuando afirma que la Patria es el otro. Porque así se sintió y se entendió. Existen relatos conmovedores que fueron recogidos por los medios y hasta en libros.

El ataque del temporal fue tan feroz que desnudó sin piedad las falencias de la defensa comunitaria. Por lo tanto, sobre todo al día siguiente, quedó demostrado que ese esfuerzo por contrarrestar eficazmente de manera individual o anárquica tanto daño, no alcanzaba. Como lo hubiera subrayado el general Perón, se necesitaba organización. Mejor aún, se precisaba una estructura que pudiera hacer más eficaz la respuesta y eso se patentizó el 3 de abril, cuando se levantó el telón y se comprobó la dimensión de la tragedia. Media ciudad fue un escenario devastado, con autos dados vuelta, casas en donde todavía permanecía el agua, con veredas llenas de muebles y electrodomésticos inutilizados por la inundación. Esa ciudad necesitaba respuestas urgentes, organizadas y sobre todo, conducidas.

Fue el Estado nacional el que se movilizó desde la misma madrugada del 3 de abril con una respuesta veloz y comprometida. Encontró en la Facultad de Periodismo, en su centro de estudiantes conducido por la agrupación Rodolfo Walsh y en otros grupos estudiantiles, en sus docentes y todos ellos con la decana, Florencia Saintout, como conducción activa, el aporte de la estructura necesaria y también de la entrega. Ante la anomia local existente, se condujo la respuesta solidaria. Luego se sumó el Ejército y también instituciones de la Iglesia y otras agrupaciones y movimiento sociales.

En la Facultad de Periodismo se recibieron los aportes del Gobierno Nacional, pero también las donaciones de vecinos que las acercaron a la sede de diagonal 113 de nuestra facultad. Y digo nuestra porque también es mí facultad, porque la hice mía ese mismo día, conmovido ante el número increíble de jóvenes trabajando a destajo durante días, incansables. Durmieron allí para continuar al día siguiente desde el alba. Y también hice mía la facultad porque sentí orgulloso de que esos mismos jóvenes habían abrazado mi profesión, porque ellos, jugados de esa manera y entendiendo que la patria es el otro, serán los periodistas del mañana. Jóvenes que conocen el barro desde su militancia territorial cotidiana.

Los que me conocen de años de ejercer una profesión que amo, sabrán que no tergiverso los hechos para politizarlos caprichosamente. Toda acción social es política, lo que no significa que sea partidaria. Últimamente, pasado el momento, se califica así la acción solidaria volcada aquellos días, para descalificar a las políticas del Estado. Exactamente igual que antaño lo hacían con el revolucionario aporte del general Perón y de Evita. La acusación parte desde el neoliberalismo más rancio e inhumano al que se cuelgan los grupúsculos de izquierda, los siempre virginales y enojados y peleados entre ellos mismos pero sobre todo, con la realidad y con el pueblo de su propio país. Esos grupos tampoco saben reconocer al enemigo principal, como mencionaba Galeano, algo que de sobra sabe la derecha. Pero los peronistas sí lo conocemos. Lo hemos padecido desde el 17 de octubre de 1945, pasando por el golpe de estado de 1955 que los tuvo como alcahuetes, por las dictaduras militares sucesivas hasta llegar a 2013, con el compañero Néstor Kirchner presidente. Nosotros diferenciamos al enemigo y ese enemigo también lo hace. Bastará leer un diario, mirar un canal de televisión perteneciente a la corporación. Allí estarán los representantes del Pro, del Masismo y de las corrientes iluminadas de esa izquierda infantil, pero no estarán los representantes populares del gobierno de Cristina ni se recordarán los logros de la acción de Néstor, para levantar un país moribundo que la derecha liberal, financiera y agroexportadora, había querido asesinar.

En esto también hay que tener memoria. Porque nos conocemos y si viviera Discépolo, incluiría a esta fauna en sus Discursos a Mordisquito y les preguntaría: ¿A mí me la vas contar?

 

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