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El sueño de otros

“Por favor no pongas tu vida en las manos de una banda de rock&roll”. Cuando Noel canta el himno entre los himnos de estadios, cada cual puede entender o no el peso de esa frase.  Pues  por algo es un himno de estadios. Y es que para decenas de miles quizá sea un verso más dentro de esta oda que parece “Paloma” de Calamaro tocada tocado por Lennon en un crescendo infinito.  Sin embargo,  para otros puede contener el sentido de años (décadas ya) de haberse entregado a un estilo de vida que algunos llaman rock& roll. Hablar de rock&roll y decís cosas tales como “nunca morirá” puede sonar tan vacío o desgastado como profundo, al igual que “viviremos por siempre”. Pero Oasis, nacidos de un contexto pequeño y elemental, jamás esquivaron  hablarle a los grandes asuntos. Desde el primer día se autoproclamaron  “rock&roll stars” y la banda más grande del mundo hasta realmente serlo. Fake till you make it. Desde el primer día persiguieron la trascendencia.

Al igual que en sus arreglos o progresiones armónicas, tan familiares como irresistibles, los de Manchester erigieron su propia lengua popular, simple y directa. “Maldigo mi educación que no encuentro las palabras para decir todo lo que tengo en mi cabeza”, escribió Noel en uno de los hits que se dieron el lujo de dejar afuera de la lista sintetizando su propia sustancia poética, casi como una metareferencia: reconocer que tiene poco para no animarse decir mucho. Y hacer eso que se dice.

Y lo que generalmente dicen sus canciones bien podría sonar a moralina o autoyuda. Pero jamás cuando lo hacen este par de bocones hijos de clase trabajadora que se refugiaron en la música para escapar de la sombra de un padre bebedor y golpeador. “Tengo que ser yo mismo / nO puedo ser alguien más “ (Supersonic), “No dejes que nadie se interponga en tu camino” (Roll with it), “Soy libre de hacer lo que quiera” (Whatever), son algunos pocos ejemplos donde la autocompasión es erradicada a base de obstinada y arrogante libertad. Las canciones de Oasis nunca se lamentan ni piden disculpas. Ni mucho menos miran hacia atrás con rencor.

“Durmiendo en un avión, vos sabes que no podes quejarte”, entona nuevamente Noel y “Talk tonight” pasa de largo para algunos de los tantos portadores del muy tentador merch conformado por camisetas, pilusos, camperas y remeras. ¿El diablo viste de Adidas?

Pero Noel, nuevamente se habla a sí mismo y a otros. “Estoy cumpliendo el sueño de otros”, dijo una vez en una entrevista. Se refería a las miles de bandas que se rompen el lomo cada noche en un barcito para unas pocas personas y la inmoralidad de algunos artistas de quejarse del cansancio de cruzar océanos y cielos para dormir en hoteles cinco entrellas. El cejón puede visitar la tumba de Evita o tener comentarios algo derechosos, pero su verdadera postura política no está en opiniones abiertas sino en su compromiso moral con su público: Oasis está para que las pases bien, voy a cumplir ese trabajo a cara de perro y voy celebrar la vida que me tocó. O que me forjé.

.Por eso Oasis son los otros.  Quizá ya lo dijo  Rimbaud o se lo apropió alguna bandera política. No sé. Pero Oasis son todos esos compositores de todo el mundo que soñarían tener al menos una de esas tantas canciones que canta, literalmente, todo el mundo. Y son también una cheta de Palermo que quieren ser cuidadosamente despreocupadas con su ropa deportiva de diseño o un barra brava  del conurbano que los escucharía si en lugar de tener abuelos italianos hubieran sido Irlandeses inmigrantes en el Norte de Inglaterra. Son el tipo canchero, despreocupado, jodón y fachero que cualquiera quiere ser en tu clase y  la vez el que nunca encajó en la escuela y se refugió en su cuarto cuando había discos y tiempo para ellos.

Oasis son los otros porque desde el principio hicieron de la semiosis infinita y el inconsciente colectivo una metodología descarada como la cita de Picasso: un buen artista copia, un gran artista roba. Oasis son abiertamente los Beatles, los Kinks, T-Rex, Stone Roses o un comediante inglésde los `70. Pero uno es fatalmente uno mismo. Y de tanto ser los otros y de tanto imitar, no solo se volvieron inimitables: todos quieren ser Liam o Noel.

O ambos.  Porque esa unión de hermanos macana es el arjé en el que se forja su materia. ¿Quiénes son el uno sin el otro? Posiblemente una de las voces más electrizantes de la historia, por un lado, y por el otro, uno de los songwriters más conmovedores. Pero nada de eso se equipara al tamaño que alcanzan cuando son Oasis, un ente que es mucho más grande que su amor y su odio mutuo. Algo que es naturalmente más grande que ellos. Otra vez la trascendencia. Si bien hay plata (mucha plata), los hermanos recuerdan la ley primera. Y aquella que pone el movimiento por delante de los hombres. La patria, por supuesto, es el rock& roll.

Y por eso cuando muchas horas(o años) de espera después y un hitero aunque extraño show del gran Richard Ashcroft, la banda irrumpe en la noche del domingo con el casi sabbathiano  “Hello”, el Estadio River Plate no los saluda como piratas ingleses sino más bien como viejos amigos del barrio.

Enseguida suena “Aquiesence” que bien podría llamarse “Quintaesencia”. Porque pocas canciones resumen tan perfectamente el tándem que oscila entre el rock filoso y arrollador cantado casi como una sierra eléctrica por Liam y la voz armónica y sólida de Noel en el estribillo. “Morning Glory” y “Some Might Say” dan cuenta del esplendor de rock sobrecargado y lisérgico de los primeros`90 y nos hacen celebrar el regreso del eficaz Bonehead, histórico guitarrista abocado a tocar acordes y contribuir a la pared sónica de guitarras que completa el mucho más sofisticado Gem Archer.

 La avalancha de rocanroles adhesivos no cede con los icónicos “Cigarettes & Alcohol”, “Supersonic” y “Roll With It”. Liam demuestra porque es posiblemente el frontman más complejo del mundo. No solo porque recuperó esa voz de Lennon metiendo los dedos en el enchufe ni porque ese andar chueco entre Ian Brown y un hooligan. Liam no baila como Jagger ni actúa como Elvis. Liam se queda parado y ya está. Liam controla una multitud sin moverse. Difícilmente haya leído “El arte de la guerra”, pero el aun hermoso cantante ejecuta aquello de que ganar una batalla sin necesidad de librarla.

Hay unas visuales algo polémicas que van de collages a superposiciones, con imagen del Diego incluida. Pero lo que importa está ahí: seis tipos (hay un tecladista algo escondido) tocando todo lo que sale por parlantes que pelean contra poderoso viento. Pero “the best crowd in the world” le sube la temperatura hasta a la fría cancha de River.

Con la mencionada “Talk tonigh”, Noel responde al enésimo coro futbolero para dar paso al punto más electroacùstico y bajo en decibles. Luego vendrán la ambiciosa “D’You Know What I Mean” en el medio de la súper radiales “Little by Little” y “Stand By Me”. “Slide Away” es el último regalo para fans muy acérrimos antes de una coda de clásicos que incluye “Live forever”, “The Masterplan”, “Don’t Look Back in Anger” y “Wonderwall”. Biblical.

Fiel a su tradición cierra con la psicodélica “Champagne Supernova”. Vivimos y morimos, el mundo sigue girando  y no sabemos porqué. Ahí se van dos horas de nuestras vidas o mejor dicho nuestras vidas en dos horas. El mundo sigue girando pero sospechamos que a falta de explicaciones, al menos sí podemos encontrar un sentido. Y siempre es hacia adelante.

Y ahí se va la gente, feliz a pesar del frio. No hay quejas. Vale la penas poner tu vida en las manos del rock & roll  en un mundo donde pocas cosas son tan fieles y confiables. Felices se van esos otros que vuelven a sus casas para soñar que son Oasis.

 Y cuando uno habita  los sueños de los otros, efectivamente vive para siempre. Como el rock&roll.