Mientras se desarrolla la 82ª edición del Festival Internacional de Cine de Venecia, el cine argentino confirma una vez más su vigencia y prestigio en el mundo. Con cinco producciones en distintas secciones, la presencia nacional marca un contrapunto con el relato oficialista que insiste en denostar la producción cultural y en desfinanciar al sector.
La cineasta Lucrecia Martel presenta Nuestra Tierra en la Sección Oficial (fuera de competencia), un documental que aborda el asesinato del dirigente indígena Javier Chocobar y vuelve a poner en escena la potencia de un cine que no se limita al entretenimiento, sino que dialoga con la historia y la política.
A la vez, Daniel Hendler participa en la sección Venezia Spotlight con Un Cabo Suelto, mientras que Alejo Moguillansky y Gastón Solnicki compiten en Orizzonti con Pin de Fartie y The Souffleur —este último con Willem Dafoe en el elenco—. También en Orizzonti, pero en la sección de cortometrajes, Jazmín López estrena El origen del mundo.
La diversidad de propuestas —que van del documental político al cine de autor más experimental, pasando por las coproducciones internacionales— confirma que la cinematografía argentina sigue siendo un faro en el mapa cultural global. Lo hace pese al desmantelamiento del INCAA y el desfinanciamiento sistemático de las políticas culturales, que reducen la producción local a la mínima expresión y fuerzan a depender de apoyos externos.
Que la Argentina esté hoy en Venecia con nombres de primera línea y en secciones de prestigio es una evidencia difícil de negar: más allá de la coyuntura y del desprecio oficial, el cine argentino mantiene su resonancia internacional y revalida el lugar conquistado a fuerza de talento, trabajo colectivo y compromiso artístico.