Documentar los juicios de lesa humanidad

Por Mirta Taboada

Lara Cowes, docente de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP e Ignacio Carullo, Lic. en Comunicación Social de la UNQ , conservan en la retina la arquitectura del auditorio de la  Asociación Mutual Israelita Argentina, ubicado en calle 4 entre 51 y 53, donde funciona el Tribunal en lo Criminal Federal Nº 1 de La Plata. Todavía ven al tribunal presidido por Carlos Rozanski, a la querella, a la defensa, a los testigos. Al público efusivo, callado, emocionado. A sus colegas, los periodistas. Ven a los acusados por delitos de lesa humanidad que los miraron de frente, a través del lente de sus cámaras, durante largas horas.

Ambos transitaron la experiencia de haber sido registradores desde universidades públicas que trabajaron en conjunto tras un pedido del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) hacia la Comisión Provincial por la Memoria (CPM). Cowes cubrió el juicio por la Unidad 9 (abril a octubre de 2010) y por los hermanos Iaccarino (mayo y junio de 2013) mientras que Carullo documentó el de “La Cacha” (diciembre de 2013-octubre de 2014) y el juicio por el Polo Industrial de Berisso y Ensenada (2015).

“El registro se hace para tener una memoria audiovisual de lo que ocurrió, hay una cámara que registra de forma permanente todo lo que pasa en el escenario. Es un volumen de información inmenso”.

“El registro se hace para tener una memoria audiovisual de lo que ocurrió, hay una cámara que registra de forma permanente todo lo que pasa en el escenario. Es un volumen de información inmenso”, explica Cowes.

Carullo manifiesta que la finalidad de las filmaciones es “grabar lo que está diciendo la persona, por si el juez tiene una duda sobre el testimonio, en lugar de volver a citarla y hacerla pasar otra vez por ese acto doloroso, recurre al video. Lo mismo para las partes, que pueden pedir el material que registramos con la misma finalidad.”

Cada institución que participa del convenio aporta algo distinto: el INCAA es el organismo coordinador y el destinatario de los registros, la Comisión Provincial por la Memoria y  las universidades contribuyen con las unidades de almacenamiento, el equipo técnico y el humano. “La idea es convocar a algunos estudiantes y adscriptos de las cátedras para que colaboren en estos registros y puedan también tener una experiencia en formación en uno de estos juicios, donde además entrás en contacto con una serie de personas que están trabajando en la profesión”, indica Lara Cowes. Ése fue el inicio que tuvo Ignacio Carullo, participante del proyecto de extensión “Universidad, Memoria y Ciudadanía”, de la UNQ.

El registro audiovisual tiene características particulares que lo diferencian de la cobertura gráfica en el contexto de los procesos judiciales. Como explica Cowes, docente del Taller de Producción Audiovisual I de la FPyCS, “en principio, los puntos de vista son muy limitados. Te podes ubicar en un punto donde siempre vas a tener a las personas que estén declarando de espaldas. Muchas veces estás frente a los acusados, los estás mirando directamente y tenés a la vista el estrado de los jueces y los abogados. A nivel audiovisual es complejo variar los planos y como es un registro sumarial donde importa lo que va pasando, tampoco tenés la posibilidad de inventar mucho.”

En ese sentido, Carullo agrega: “El material en sí no tiene mucho relato desde nuestra parte, porque no tiene edición. Los paneos que hacemos no tienen mucha subjetividad porque son cortos y la finalidad es ir al testigo y a su testimonio. Es más, puede faltar la imagen pero el audio tiene que estar. Si falla algo, rogamos que falle la imagen antes que el audio, lo que interesa es la voz de la persona. Obviamente que los testigos dicen mucho con gestos, con lágrimas, hay cosas de la voz que también percibís.”

Sobre el inevitable efecto emocional que involucra participar de la experiencia, el registrador de la UNQ, relata que “en los primeros meses me sensibilizaban todos los testimonios. Después, es como que te vas acostumbrando al relato de la parte más violenta. A lo que nunca me pude acostumbrar fue al testimonio de los hijos y los nietos. Esa parte siempre me sensibilizo casi al bordes de las lágrimas, era terrible porque narran cosas muy del corazón, recuerdo una persona que narraba de cuando lo vienen a buscar al padre y se acordaba del color de las baldosas… cosas que uno no repara cotidianamente y ellos, a través de los años, se acuerdan de cosas simples y eso pega porque son los únicos recuerdos que tienen de sus familiares”.

Una comunidad junto a los otros

Frente a la preparación posible al momento de cubrir un juicio por delitos de lesa humanidad, Cowes sostiene que la realidad que se encuentra es mucho más dura de lo que se pueda pensar:

“Te pasan dos cosas: por un lado, escuchás y es todo terrible, y por otro, llega un momento en que todo te suena igual. Las jornadas son muy largas y en general, no hay una preparación anterior. Te encontrás de frente con el relato crudo de lo que está pasando. Tenés estrategias para sobrevivir a eso, por ejemplo entre la gente que registra se hace una especie de comunidad, los fotógrafos subimos fotos a las redes sociales, las comentamos, nos vamos elogiando entre nosotros. Nos convidamos caramelos cuando nos dejan pasarlos, porque según el juicio te pueden retener todo en la entrada. En general, en las primeras sesiones, eso es riguroso y después se va relajando. A nivel personal, surgen lazos de amistad entre los que estamos registrando, hay mucha solidaridad. Es gratificante ver el movimiento, un reconocimiento también: ‘yo te vi estando ahí’ y no por uno mismo, sino haber visto también la presencia de los otros.”

“A la vez que yo era espectador de los juicios, tenía un rol dentro y no era tan espectador. Llegamos a ver a los imputados como compañeros de laburo. Los ves dos veces por semana, llegas y ellos están, en cierto punto los empezás a humanizar y hay veces que que te olvidás de quién es esa gente, por qué está ahí y qué es lo que hizo. Eso muchas veces lo hablamos con mi compañero”, narra Carullo.

Además, respecto de las tensiones posibles durante la tarea, relata: “Nos han pasado bastante cosas, recibimos insultos de los imputados. Con [Miguel] Etchecolatz, con todo el miedo que arrastra, se nos quedaba mirando y te digo que no le aguantás la mirada a los tipos. Estábamos a cinco metros de los imputados en todos los juicios y los teníamos de frente, de alguna manera nos miraban todo el tiempo a nosotros. Inevitablemente sabían que estábamos ahí pero creo que no sabían bien qué rol cumplíamos ni de dónde éramos. Eso nos ayudó de alguna manera porque si bien tuvimos algunos hechos incómodos con ellos pensé que íbamos a tener muchos más”, expresa Carullo.

En la experiencia de Cowes, “en general no hay problemas, no hemos tenido sensación de inseguridad ni recibido ninguna clase de maltrato. En los momentos de la sentencia los familiares de los acusados suelen ser bastante provocativos y hay muchos chicos que terminan reaccionando ante eso. Sucede en fechas muy claves pero en general no hay mayores problemas, convivimos todos. A lo largo de la jornada la cantidad del publico baja y nos empezamos a conocer todos. Conocemos a todos los policias, que eso tambien podria ser motivo de incomodidad.”

El marco institucional del registro audiovisual

En los años 2008 y 2009, el INCAA y la Corte Suprema de Justicia de la Nación impulsaron la política «Memoria Colectiva e Inclusión Social” (MECIS),  que, de acuerdo a la fundamentación del programa, proponía «generar un espacio desde donde el cine aporte una mirada a la construcción colectiva de la Memoria», con el fin de conformar una  red federal, con la participación de ONGs, en la que el material registrado permanezca en a disposición de los organismos pertinentes y a disposición de la comunidad una vez finalizados los juicios.

La Comisión Provincial por la Memoria, por su parte, también firmó convenios de cooperación tanto con el INCAA como con universidades nacionales de distintos puntos del país, con el fin de «impulsar el registro, guarda, conservación y accesibilidad de los diferentes juicios contra represores que se realizan en el territorio de la provincia de Buenos Aires», en palabras del organismo.

Distintos actores, además de los pertenecientes a la esfera estatal, hoy brindan información en Internet y realizan el seguimiento de las causas: el Centro de Información Judicial, el Centro de Estudios Legales y Sociales, el Archivo Nacional por la Memoria, la Comisión Provincial por la Memoria así como distintas organizaciones sociales e instituciones como HIJOS, Asamblea Permanente por los Derechos Humano y Abuelas de Plaza de Mayo, entre otros.

Asimismo, el INCAA realiza distintas instancias de formación e intercambio para registradores audiovisuales con talleres y mesas de debate.

Todo valió la pena

Cada proceso, con la densidad emocional que conllevan las audiencias, deja marcas en la propia memoria de los registradores. En palabras de Carullo, la experiencia de asistir a los juicios resulta valiosa “porque revivís la historia de otra manera. Uno puede leer libros, ver películas pero registrarlos me produjo una cercanía y un miedo a la vez. Estos tipos todavía están vivos y te cruzás con mucha gente que opinan muchas cosas como ellos en la vida cotidiana. Están, y no es en blanco y negro como las imágenes que vemos. Están en color, están vivos y siguen haciendo escuela”, dice Carullo y agrega: “eso es lo que los juicios revivieron para mí y es lo que me dio cierto miedo. No es tan pasado. A la vez tanto lo que hacen las Madres, las Abuelas, las políticas de derechos humanos no hay que perderlas nunca porque esta gente siempre está latiendo, si los dejás hacer un paso yo creo que avanzan y eso es peligroso para todos.”

Para Cowes, “los días de la sentencia siempre son días de fiesta porque, por más de que muchas veces se discutan parte de ellas, son momentos en que cierran períodos, donde por fin se llega a terminar un juicio. Son momento de mucha alegría donde se acerca mucha gente, no solo la relacionada a los derechos humanos sino de manera espontánea. Se instalan pantallas en la calle para que todos puedan seguir la sentencia, ahí vale la pena haber hecho el trabajo y escuchado todo lo que escuchó. El día de la sentencia hace que todo valga la pena”.

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