“Lo que no sabes, ni siquiera presientes, / es que los desafinados también tienen un corazón”, cantaba de manera paradójicamente entonada el gran Antonio Jobim. Y es que a veces no se trata de afinación sino de dar con la nota justa que resuena en uno y en el otro. Por eso, lo que aquellos aturdidos por la tendencia o por el grito de lo nuevo es que algunos corazones se encuentran en otras armonías, en otros espacios, en otros sabores. En tiempos donde la noche parece dictada por algoritmos y playlists repetidas, La Plata —esa ciudad que alguna vez hizo del sonido una forma de pensamiento— encuentra un nuevo pulso en Desafinado Club, el espacio que acaba de abrir sus puertas en City Bell. Allí donde la música y la gastronomía se cruzan sin impostura, el jazz vuelve a ser lo que siempre fue: una conversación, un gesto compartido, una forma de resistencia suave y elegante.
Inspirado en la bossa y en la libertad que late detrás de toda improvisación, Desafinado no se plantea como un simple “bar de jazz”, sino como un punto de encuentro. Un lugar donde las notas y los sabores dialogan con la misma intensidad. “Desafinado es la concurrencia de tres artes —la música, la gastronomía y la mixología— que viven al mismo nivel. Son tres artes egoicas, pero ecualizadas para que convivan sin competir”, explica su creador Gustavo Sis. En esa convivencia, dice, está el corazón del proyecto: la invitación a un recorrido donde todo desafía y a la vez se equilibra.
La idea se fue gestando con paciencia, como una partitura trabajada nota por nota. “Abrimos el 17 de septiembre, pero estuve dos años en obra. Antes de tenerlo listo hicimos seis simulacros, con sala llena, cocina y barra a pleno. Fueron pruebas reales, sesiones completas, y gracias a eso ajustamos lo que hoy tenemos afinado”, recuerda.
Esa preparación también marcó el espíritu del lugar: la búsqueda de una experiencia completa. “No es solo un show, ni un restaurante, ni un bar, sino todo a la vez”, resume. De ese equilibrio nace el Gallo Dragón, el emblema del club, que condensa una energía cambiante presente en cada detalle: la cocina de Rafa Ceraso, los cócteles de Valentín Báez, la selección de vinos de Gastón Cazulo, y una atmósfera pensada al milímetro para que cada noche sea un pequeño ritual urbano.
La carta, cuenta, nació de un sueño. “Soñé con un plato muy simple que hacía mi mamá, y a partir de esa emoción surgieron otros tantos que me marcaron la vida. Se la conté a Rafa y me dijo que le divertía trabajar sobre esa base. Así la cocina empezó a desafinar”. Lo que siguió fue una carta “elegible y afrancesada a la vez, con productos nobles, de estación, frescos”. Muchos de esos platos, dice, ya se convirtieron en clásicos.
El equipo detrás de escena también tiene su propio ritmo. “Nuestra barra es mixológica porque excede la coctelería. Tenemos una pieza llamada Entrencadís, con doce tragos dedicados a los apóstoles del jazz”, cuenta. Tenemos una pieza, Entrencadís, que son los doce apóstoles del jazz, y cada uno de ellos está representado por un trago diseñado. La coctelería, la mixología, la maneja Valentín Baez. La Binoteca Federal la maneja Gastón Cazulo. La cocina la maneja Rafa Ceraso. También nuestro host, como a él le gusta que le digamos, nuestro anunciador es el Ruso Verea. El Ruso nos acompaña, todo lo que puede. Es parte de Desafinado y está muy ligado a los tres ambientes, a las tres artes. Solo ven una pasada del ruso y es absolutamente conmovedora. Y bueno, y en Prensa y Comunicación está Marieta Vagnoni».
No se trata solo de nombres: detrás hay una filosofía. “Yo era músico, trompetista y arquitecto. Desde ese lugar decidí premiar espacialmente a los músicos. Comen de la carta, los mimamos. Son los que, cual extraterrestres, suben al escenario, lo dan todo y nos hacen vibrar”, dice. Y agrega, casi al pasar: “No deja de ser una empresa familiar. Están mis hijas, Mara y Jana, que además de acompañarme son muy talentosas”.
A diferencia de otros espacios que reducen el jazz a una estética, acá lo sonoro y lo humano se tocan. Hay una búsqueda por recuperar la escucha, por devolverle al oído su protagonismo. Y eso, en una ciudad acostumbrada a la potencia eléctrica del rock o al pulso bailable de los festivales, resulta una declaración de principios.
“Claro que hay público para esto —asegura—. Es una cuestión de proporciones: si hay un loco como yo cada 100 mil personas, tenemos lleno todas las noches. Y hay más de uno.”
Hasta el 2 de noviembre puede visitarse Roy Hargrove, una mirada, la muestra fotográfica de Adriana Mateo (USA/AR), que retrata con sutileza el universo emocional del trompetista neoyorquino. Y ya asoman nombres fuertes para noviembre: José Saluzzi Grupo, Pepe Angelillo Trío, Andrés Elstein Cuarteto, Zabeca Dúo (Cantero / Snajer), entre otros.
Cuando imagina el largo plazo, el dueño del lugar se entusiasma: “Lo veo como un ancla, un centro de renovación de energías, un punto de fusión. Una nueva ola, un cambio de paradigma. Y, por qué no, muchos otros Desafinados en el mundo”.

 
				 
													








