Ciencia, tecnología y sociedad: la construcción de lo posible

Por Silvia Montes de Oca

Durante la segunda mitad del siglo pasado, en Latinoamérica se configuró una corriente que en la bibliografía se conoce como PLACTED: “Pensamiento Latinoamericano en Ciencia, Tecnología y Desarrollo”. Varios de sus pensadores más distinguidos fueron argentinos y estaban relacionados con la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Rolando García, Manuel Sadosky, Gregorio Klimovsky, Oscar Varsavsky y Jorge Sábato –entre otros– formaron parte de un debate que se enriqueció a partir de las propias diferencias y cuyas visiones del modelo científico-tecnológico siguen en diálogo, en orden a su permanente vigencia.

Sin embargo, para muchos estudiantes y graduados, son personajes casi desconocidos o apenas referencias a la distancia, lo suficientemente lejanos como para poder incorporar sus aportes y asumirlos como un recurso fundamental a partir del cual reflexionar críticamente sobre la propia práctica científica, aquella que a modo de cortapisa divide el mundo entre las ciencias duras y las ciencias blandas, entre la ciencia y la tecnología, entre la ciencia básica y la aplicada.

Con diferencia de unas pocas semanas, en las Facultades de Ciencias Exactas de la UBA y de la UNLP se llevaron a cabo seminarios de posgrado sobre esta temática, cuyo repaso permite adentrarse en pensar ciencia para qué, para quién, con la vista puesta en el científico ejerciendo su rol de actor social. Un ejercicio de exploración infrecuente para los alumnos de las ciencias duras, según todos reconocen.

Fernando Schapachnik es doctor en Ciencias de la Computación y profesor adjunto del Departamento de Computación de la UBA en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. Además, es director del Programa Vocaciones en TIC de la Fundación Dr. Manuel Sadosky que depende del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación. Como él mismo dice en la presentación del seminario: “El hecho de que Manuel Sadosky sea uno de los exponentes de esta corriente y a la vez el pionero de la computación en la Argentina muestra hasta qué punto nuestra disciplina se pensaba en el contexto de estos debates”.

-¿A qué se debe la ausencia de estas visiones durante la formación de grado de los científicos?

-En las carreras tradicionales de ciencias, los motivos por los cuales no aparece este tipo de contenidos tienen que ver con una tensión. Por un lado, una preocupación que podríamos llamar “genuina”. Siempre es difícil saber qué no enseñarle al científico. La Argentina no pasó por el proceso que atravesó Europa con posterioridad a la Declaración de Bologna (en junio de 1999), vinculada con la accesibilidad hacia y desde la educación superior. Nosotros todavía tenemos carreras largas, concebidas como un recorrido totalizador que a la vez tiene que ir a la par de un conocimiento que crece día a día. Tanto para el estudiante como para el docente, cada hora de clase es preciosa. Luego, la otra forma de tensión, si se quiere más artificial pero no menos determinante, es el proceso de politización que atravesó la ciencia, como producto de los episodios que comenzaron con La Noche de los Bastones Largos y se extendieron largamente en el tiempo, dictaduras mediante, con las políticas neoliberales.

-¿De qué modo incidieron estas políticas en estas formas de tensión que señalás?

-Nuevamente, hay dos caras de la misma cuestión. Por un lado, encuentro cierta propensión del intelectualismo argentino, excesivamente volcado hacia las humanidades, postura que no hizo más que generarle “el caldo gordo” a las potencias. Incluso, con un discurso propio de las izquierdas, lo que se terminaba diciendo era, básicamente, que de la ciencia y la tecnología se ocupen ellos y las desarrollen. Mientras, nosotros reflexionemos sobre esos procesos y analicemos cómo nos oprimen… No nos dimos cuenta que estábamos cediendo un espacio: el de la ciencia en manos de los países centrales, y ahí los sectores populares no ofrecieron resistencia a la derecha argentina que apuntaba a la destecnificación y a la hegemonía que supone esta concepción, hacia la que la izquierda –siempre en términos generales– tuvo una mirada complaciente. Por otra parte, el neoliberalismo acentuó esta no” discusión que nunca terminó de quedar planteada. De ahí lo novedoso de que estos encuentros tengan lugar. Yo entré a la Universidad en 1996 y desde siempre hubo algunos sectores de izquierda más tradicionales que levantaban las banderas de “la ciencia ¿para qué?”. Pero como su discurso suele ser tan desconectado de la realidad, el estudiante lo leía con el mismo nivel de delirio con el que se suelen leer las proclamas de los partidos minoritarios. A la vez, tampoco teníamos experiencias como estas que estamos haciendo ahora para referenciarnos (el primer seminario en Exactas de la UBA se dictó en setiembre de 2014), y el sistema tiende a reproducirse sobre sí: la ciencia por la ciencia misma. Recién en la última década, en los países periféricos como el nuestro, empiezan a verse aplicaciones concretas de la ciencia. La pregunta de para qué empieza a tener sentido. Es más: en los últimos años yo empiezo a ver graduados que hacen doctorados pero sin la aspiración de dedicarse a la academia. Más bien con ánimo de insertarse en la industria. Eso antes era impensable.

Casi al mismo tiempo, por iniciativa de la cátedra libre Ciencia, política y sociedad, de la Facultad de Ciencias Exactas de UNLP, que integran entre otros los doctores Gabriel M. Bilmes, Julián Carrera, Leandro Andrini y el profesor Santiago Liaudat, convocaron a más de cien estudiantes y graduados durante el primer cuatrimestre para el seminario de doctorado Ciencia, tecnología y sociedad, que tuvo una mayor duración que el de la UBA, básicamente porque la carga horaria se repartió entre más docentes. Con una media de setenta asistentes en cada clase, el número podría haber sido mayor a no ser por el horario, a media tarde de los lunes. Con todo, llegaron inscripciones desde Mendoza, Salta y Mar del Plata y pedidos de cursada virtual. Por el momento, la ausencia de recursos económicos y tecnológicos deja pendiente esa posibilidad para el futuro.

En ambos casos, en la UBA y la UNLP, la sorpresa inicial por la demanda y la recepción superó las expectativas de los docentes y también cierta cautela a la hora de ofertar un contenido que intuyen soslayable incluso para muchos de los propios colegas. Sin embargo, es un hecho el interés demostrado por generar debates en torno a la relación entre lo científico, el impacto social que tiene la producción del conocimiento y lo indisoluble que resulta pensar un modelo de ciencia para un determinado modelo de país, donde no hay margen para planteos regresivos. Menos aun cuando en los próximos meses comience el tratamiento del presupuesto 2017, que pondrá blanco sobre negro no sólo en la asignación de recursos y financiamiento para el sistema científico-tecnológico, sino qué perfil de recurso humano se estará promoviendo desde la educación superior y bajo qué condiciones.

-¿Cuál fue la idea de este seminario?

Lo que a mí me interesó fue dar herramientas sobre cómo pensar la relación entre ciencia y sociedad y no tanto buscar una aplicación o un resultado concreto de este vínculo, como podría ser analizar nuestras políticas en minería. Lo bueno de estos debates que parecen del pasado es que no estamos viendo cuántas bridas hay que ponerle a la carreta sino que nos permiten intervenir con una cierta distancia –no demasiado grande pero sí suficiente– como para concentrarnos más en las herramientas de razonamiento que en el problema específico; de alguna manera, para acercarnos a analizarlo desapasionadamente. Hay algo que trato de transmitirles siempre a los alumnos y alumnas jóvenes y militantes: tenés que recibirte porque necesitamos cuadros técnico-políticos con énfasis en político. Y en lo técnico. Porque muchas de las discusiones, y podría volver con el ejemplo de la minería…, son técnicamente muy difíciles, más allá de que uno tome posiciones sobre los aspectos instrumentales que te digiere un tercero. Necesitamos gente que realmente conozca y entienda si se puede o no, y eso desde una perspectiva política. Más vale que sepamos, porque si no se vuelve una charla de café donde por ahí tomamos herramientas de la política pero el aspecto técnico no lo manejamos. Por eso trato de recortar los temas un poco más abstractos.

-En la revisión de cada una de las corrientes hay posiciones encontradas. Vistas en el presente, ¿alguna genera más consenso? 

-Oscar Varsavsky es un personaje que llama mucho la atención. Y, puestos a elegir, si dos alumnos van a exponer sobre un representante del pensamiento latinoamericano, la coincidencia se va a dar en él. Entonces, el paso siguiente es que lo pongan a jugar con los otros actores de su tiempo. Ver cómo se influenciaron, en qué divergen. Esa es la consigna. Ahora, lo que uno se pregunta es: ¿estarán en condiciones de hacerlo? La misma pregunta me hice con este seminario. Fomentar el pensamiento crítico, la comparación de ideas. Pero, ¿alcanza? Porque por ahí, en todos los años de su carrera (todos sus alumnos del seminario pertenecen al Departamento de Computación), los pibes nunca hicieron eso. No tengo una respuesta general, pero esta vez funcionó. Tal vez por autoselección de los alumnos, porque los que se anotaron ya tienen de alguna manera esa característica en su modo de pensar. Sólo algunos pocos cometen el error de confundir las opiniones del autor con las propias. En todo caso, después pueden reconocer y entender la diferencia y sumar o no si acuerdan con cada postura.

Le pregunto a Shapachnik por ese modo de pensar en las ciencias duras: “Es que en las ciencias exactas el énfasis está puesto en la evidencia, que es lo que respalda”. Se aventura una hipótesis y se comprueba o no. Se demuestra o no. Eso hace que sólo uno de dos tenga la razón y le quita sentido al contexto, a las otras posturas, las que no pueden convalidarse. Contraponer visiones es un aprendizaje. Y expresarlo por escrito, también. Pero la redacción es otro de los problemas que Schapachnik se niega a simplificar en la idea de que “es algo que tendrían que haber aprendido en la escuela secundaria”. Renunciar a esa linealidad implica reconocer que el paso por la Universidad tendría que poder aportar algo en ese sentido.

Tanto en La Plata como en Buenos Aires, en ambos seminarios, el cientificismo es la visión que más interpelación genera e instala reflexiones de una enorme centralidad. Según Oscar Varsavsky, una sociedad puede tener distintas políticas de ciencia y técnica, pero primero tiene que definir su proyecto nacional. Ese será el filtro por el cual pasar qué tecnología adoptar, cómo evaluar y decidir –por ejemplo– la manera de producir energía. De qué manera se organizan y cuáles son los valores y los roles de los distintos actores sociales. Entre ellos, qué papel juegan los científicos. Esos fueron los planteos que Varsavsky (1920-1976) hizo en su momento. Algunas de las ideas de los setenta que siguen en plena discusión.

Santiago Liaudat es docente del seminario e integrante de la Cátedra Libre Ciencia, política y sociedad de la UNLP. Cuenta que la cátedra se conformó en 2009, cuando varios docentes veían preocupados cómo la Nación inyectaba recursos al sistema científico y universitario mientras se seguía reproduciendo una matriz cientificista con investigaciones y prácticas carentes de sentido e impacto social en el marco de un debate entre el centro y la periferia. La idea fue poner en diálogo las distintas representaciones e incluso a quienes tuvieron y tienen responsabilidad de gestión, como el ministro de Ciencia Lino Barañao. Comparado con el carácter marginal con que Liaudat caracteriza esas primeras acciones de la Cátedra Libre en los primeros años, este seminario representa un logro. “Tan errados no estábamos”, dirá.

En el último día de cursada del seminario, la tendencia de los alumnos de UNLP a ubicarse es gregaria. Aunque la difusión fue transversal, hay predominio de las carreras de Exactas y Naturales, y unos menos de Sociología e Historia. No hay ingenieros. En el radio pasillo dicen que junto a los tecnólogos son difíciles de convocar para pensar estos temas. Curiosamente, el seminario se dicta en un aula de su Facultad. Un grupo de geólogos, algunos cursando su doctorado, otros a punto de terminar la licenciatura, se sienten “bichos raros” entre los de su propia especie. No saben muy bien cómo encajar.

Marina está haciendo su doctorado en geología y está tratando de entender cómo se forma un tipo de roca que suele ser reservorio de hidrocarburos. Periódicamente viaja a Neuquén a recoger muestras y vuelve a La Plata a procesar los resultados. “Nos parece bastante importante hacer este tipo de cursos porque en nuestra carrera universitaria no hay ni una sola materia, seminario o charla que en algún momento te haga reflexionar sobre tu rol en la sociedad. No importa a qué te quieras dedicar, como científico, como investigador o como docente. Qué tipo de profesional querés ser o cómo está enmarcada tu carrera en tu país. Digamos que el rol del geólogo en la sociedad nunca se discutió ni se debatió, por lo menos de manera sistemática. Esto, para una compañera que es socióloga, resulta entre básico y obvio. Para nosotros no es común tener espacios así. Así que este seminario para nosotros fue distinto y copado”.

Unos y otros se llevarán la idea de otros contextos posibles para pensar el desarrollo profesional. Ese es uno de los objetivos de la Cátedra Libre: formar científicos con otra cabeza. “Nosotros decimos que, si vos formás un núcleo duro de científicos comprometidos, podés ser un factor de presión para orientar políticas, gestionar proyectos. Nuestro objetivo sería poder formalizar todo esto dentro de la currícula, pero reformar el plan de estudios es otra batalla”, dice el profesor Liaudat.


 

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