Charlie Hebdo, un semanario satírico y desacatado como pocos

Por Gabriela Calotti

A cinco años del ataque armado contra el semanario satírico francés Charlie Hebdo que dejó doce muertos, entre estos cinco de los caricaturistas más destacados de esa publicación fundada en 1992, la Justicia francesa inició el miércoles el juicio contra once de los catorce acusados por diferentes grados de participación.

Los tres autores materiales, vinculados al integrismo islámico o yihadista, es decir que reivindican la Yihad (Guerra Santa), los hermanos Said y Cherif Kouachi y Amedy Coulibaly, se suicidaron al concluir su recorrido sangriento, pues tras el atentado contra la revista, el 7 de enero de 2015, siguió un ataque contra un supermercado kosher (comida que consumen los judíos practicantes) en París y contra una policía.

Ya en 2011, el edificio donde funcionaba la redacción de Charlie Hebdo, en un barrio discreto del este de París, había sido blanco de bombas molotov. Pero el 7 de enero de 2015 el ataque del cual pudieron verse algunas escenas filmadas por cámaras callejeras y dentro de la redacción fue peor y demostró una clara planificación. Entre las víctimas estaban los dibujantes Charb, hasta entonces director de la revista, Cabu, Wolinski y Tignous. También murieron policías.

La polémica se reavivó esta semana porque, en vísperas del juicio, la revista volvió a publicar las doce caricaturas, entre las que aparece Mahoma el profeta con una bomba en su turbante o armado con un cuchillo rodeado por dos mujeres con velo negro. En el centro de la tapa publican nuevamente una caricatura del profeta firmada por Cabu antes de 2015, en la cual se ve a Mahoma en cuclillas, llorando, vestido de negro, con una leyenda que dice «Mahoma superado por los integristas» y el propio Mahoma que piensa: «Es difícil que te quieran tontos». En este número especial con motivo del juicio, el título de portada afirma: «Todo esto para esto».

El atentado contra la redacción de Charlie Hebdo marcó un punto de inflexión en el ejercicio de la libertad de expresión que reinaba en Francia. Por desconocimiento, puede pensarse que una revista satírica, como hay pocas en el mundo y como por ejemplo no hay en la Argentina desde los tiempos de Satiricón o Humor, se burla solamente de un grupo social, religioso o político. Y no es así. La sátira es generalizada, como lo era el teatro satírico. Lo más cercano, aunque igual está a kilómetros de distancia, es pensar en nuestra revista Barcelona.

Charlie Hebdo, cuyo origen se remonta a la revista Hara Kiri, siempre fue irreverente, y hasta irrespetuoso. Se burló de todo y de todos. De los independentistas catalanes, de las religiones, de musulmanes, judíos y cristianos, de los nazis, de los niveles de alerta antiterrorista en España, de Angela Merkel, de las tangas, de accidentes de tránsito con víctimas mortales y de los Panamá Papers. En estos días también se burló socarronamente de la decisión del gobierno Emmanuel Macron de que los alumnos vuelvan a las aulas pese a los rebrotes de covid-19. Así, en su última portada aparecen dos niños con barbijos cargando féretros en sus espaldas como si fueran mochilas junto al título «¿Terminarán el año escolar?». Es humor negro. Es una visión cruda de la realidad.

Por esa razón Charlie Hebdo no representa al imperialismo francés. En aquel atentado murieron dibujantes, periodistas, no militares.

Desde el miércoles y hasta el 10 de noviembre, en el banquillo estarán los once acusados de participar en una organización terrorista criminal y de distinto grado de complicidad, ya sea en el suministro de apoyo logístico, financiero o material, como armas o vehículos.

Es cierto que el fanatismo islamista es complejo. Es cierto también que las invasiones y masacres occidentales en nombre de la llamada «libertad», detrás de la cual se esconden intereses económicos o petroleros no son menos fanáticas y temerarias.

Osama Bin Laden fue una creación de la CIA durante la guerra entre Afganistán y la entonces Unión Soviética. La invasión a Afganistán como represalia por el atentado contra las torres gemelas en Nueva York el 11 de septiembre de 2001 no fue solamente para demostrar el poderío armamentista de Washington y de sus aliados en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), entre estos Francia, Alemania. Fue también para controlar el negocio del opio en Afganistán y su tráfico en esa región del planeta, como afirman investigaciones publicadas en otros medios por la británica BBC. Si no ¿cómo explicar que, según datos de la ONU difundidos en 2017, en tan solo un año el cultivo de amapolas en Afganistán creció 120.000 hectáreas?

Durante más de diez años traduje cientos de cables sobre los cientos de miles de civiles inocentes asesinados en bombardeos de la coalición «aliada» en Irak y Afganistán, a quienes los norteamericanos se referían con desdén como «víctimas colaterales», sobre todo durante el gobierno de George W. Bush. Las tropas occidentales destrozaron ciudades como Bagdad, Trípoli y Damasco. Igual de doloroso e impotente era traducir cables sobre la Intifada palestina y las decenas de miles de hombres, y en especial mujeres y niños, asesinados por el Ejército israelí en un contexto de opresión, ocupación y desprecio por los árabes que día a día ven cómo Israel se apodera de sus tierras y los expulsa.

Fui testigo del terror tras los atentados islamistas perpetrados el 11 de marzo de 2004 en Madrid, cuando una decena de bombas estallaron en el lapso de veinte minutos en cuatro trenes que a esa hora de la mañana venían repletos desde Alcalá de Henares. El resultado fueron 193 muertos y 1.800 heridos. La célula islamista fue desmantelada principalmente en el barrio de Lavapiés, cercano a la estación de Atocha, y llevada a juicio donde se desarmó el entramado de complicidades con algunos españoles, por ejemplo, para conseguir los explosivos. Nada tenía que ver con la organización separatista armada vasca ETA, como había querido hacer creer el gobierno de José María Aznar, el mismo aliado de Estados Unidos y Gran Bretaña en la segunda invasión a Irak y amigo de Macri, que afirmaba que había «armas de destrucción masiva, créanme». Ese 11 de marzo escuché aterrada a más de cien metros de distancia una «explosión controlada» por la policía de una de las mochilas que no había estallado en un vagón. Al ver las imágenes aéreas de los trenes reventados sentí que todo eso no podía ser real.

Tras el atentado contra Charlie Hebdo, París fue escenario de varios ataques de corte fundamentalista en barrios de la ciudad, en el teatro repleto Le Bataclan (130 muertos) y en Niza la noche del 14 de julio (86 muertos).

En vísperas del juicio, el presidente del Consejo Francés del Culto Musulmán (CFCM) Mohammed Moussaoui pidió «ignorar esas caricaturas», pero aclaró que «ese terrorismo que golpeó en nombre de nuestra religión es nuestro enemigo».

Entre 1.200 y 1.300 millones de personas de todo el mundo profesan el islam, la segunda religión monoteísta del mundo luego del cristianismo. Por algunos que interpretan el Corán a su manera es también que muchos terminan siendo estigmatizados. La desigualdad en el mundo no distingue entre religiones que en todo caso son una excusa. La discusión debe ir más allá de un dibujo. La discusión es sobre intereses estratégicos, económicos y políticos.


 

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