Casi octogenarios, tres sobrevivientes de los Pozos de Banfield y de Quilmes contaron su calvario ante la Justicia

Allanamientos violentos e ilegales, humillaciones, ensañamiento, amenazas delante de niñes y jóvenes embarazadas, robo de bebés, maltratos y torturas atroces, condiciones de detención inhumanas, familias despedazadas, graves secuelas de salud, discriminación social, obstáculos para reinsertarse en la vida laboral en el país y en el exilio, integraron el testimonio de tres sobrevivientes de los Pozos de Banfield y de Quilmes que desmenuzaron ante el Tribunal Federal Nº 1 de La Plata la forma en que se puso en marcha al plan sistemático de aniquilamiento de la militancia antes inclusive de la dictadura cívico-militar-eclesiástica de 1976.

El terrorismo de Estado desplegado desde 1974 contra la juventud del peronismo revolucionario y de la izquierda, durante el gobierno democrático que presidía María Estela Martínez de Perón y el papel de los jueces en aquel periodo, también formó parte de estos testimonios que se prolongaron durante casi cinco horas en el marco de la 15ª audiencia de este juicio oral y público en el marco de la causa 737 «Federico Minicucci y otros» que data de 2013 y que se lleva delante de forma virtual debido a la pandemia por la covid-19.

A cada testigo, el presidente del Tribunal, Ricardo Basílico, le leyó la lista de los 18 imputados en esta causa unificada por los delitos de lesa humanidad perpetrados en las Brigadas de Banfield, de Quilmes y de Lanús (El Infierno) con asiento en Avellaneda pertenencientes a la policía bonaerense que formaban parte de los 29 CCD del Circuito Camps. Sólo dos de los acusados, Miguel Osvaldo Etchecolatz, mano derecha de Camps y Jorge Di Pasquale están la cárcel. El resto goza de domiciliaria.

El primero en testimoniar, que lo hizo de forma virtual desde la Fiscalía Federal de San Luis fue Jorge Adalberto Nadal, que inició su declaración mostrando un ejemplar del diario La Opinión del 30 de mayo de 1975 donde figuraban las 32 personas que fueron detenidas junto a él y un «ayuda memoria» manuscrita.

Oriundo de San Luis y a los 71 años, Nadal hizo una narración cronológica pues «pasaron muchos años». Este juicio llega 45 años después de las atrocidades perpetradas.

Nadal, detenido el 16 de mayo de 1975 a los 25 años de edad, enmarcó su detención en el «carácter represivo y en el terrorismo de Estado durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón» que «lanzó una represión indiscriminada». Reivindicó su militancia al afirmar: «fui un opositor férreo a los golpes de Estado y a las dictaduras desmadradas».

Aquella madrugada una «patota de civil» irrumpió en su casa en Isidro Casanova, donde vivía con su compañera, Hilda, que sigue desaparecida y que entonces estaba embarazada casi de nueve meses, y su pequeño Carlos Alberto de unos dos años.

«El procedimiento […] en tiempos de democracia fue totalmente ilegal. Violento y llevado a cabo por una ‘patota de civil’ […] Entraron a mi domicilio gritando, insultando, sin orden de allanamiento», sostuvo antes de indicar que a su mujer le pusieron «una ametralladora halcón en la panza» y a mí «trataban de humillarme apuntándome en el traste».

Esa noche lo primero que hizo la patota fue sacrificar con un cuchillo al conejo blanco que tenía su hijo como mascota.

Lo sacaron de su casa y lo pusieron en el suelo de un falcón con tres «malvados» pisándolo. De allí lo llevaron a la Brigada de Banfield. «Era tal el desorden que había y éramos tantos que fuimos detenidos simultáneamente», recordó.

Esa misma noche se produjo su primera sesión de tortura, desnudo, atado de pies y manos sobre un elástico de alambre romboidal. «La picana produce ahogo, asfixia, se aplica en los labios, en las fosas nasales y en los genitales. Pero como les pareció poco, me dispararon un tiro de 45 en la rodilla derecha, no para romperla sino para producir una herida sangrante, como si fuera un roce. Por esa herida sangrante también aplicaban electricidad. Un segundo disparo en el lóbulo de la oreja derecha también con el mismo proceder. Ahí también me aplicaban picana», explicó Nadal.

Nadal fustigó el papel de la Iglesia católica y en particular del obispo diocesano de San Luis, Juan Rodolfo Laise (fallecido en 2019). «Mi madre fue a la catedral de San Luis a hablar con él y su respuesta para ella y para otros familiares fue ‘señora retírese. Nosotros a las madres de los comunistas y subversivos no los recibimos», sostuvo y agregó que el prelado «murió en su exilio dorado, con el silencio cómplice de la Iglesia».

En su testimonio Nadal mencionó a dos imputados en esta causa: (Juan Miguel) Wolk, comisario en la Brigada de Banfield, actualmente en domiciliaria en su casa de Mar del Plata y sin ninguna condena previa, y al médico de la bonaerense, José Antonio Bergés quien «inconcebiblemente está en domiciliaria y no en una cárcel común», sostuvo.

Al referirse al papel de la justicia afirmó que por entonces «más de una vez fuimos a declarar desnudos ante un juez».

Entre los militantes detenidos aquella noche, Nadal mencionó a Graciela Santucho de 18 años, sobrina de Mario Roberto Santucho, secretario general del PRT y del ERP; a Perla Baselman, Osvaldo Charrul, Daniel Algurúa y su esposa embarazada, Rita Liliana Aguel, Oscar Cardozo, Rafael Runco, Eduardo Pia, esposo de Graciela Di Ludo, Isabel Ibarra (paraguaya) su hermana Leonor, Nilda Mabel Vega, Silvia Martínez Sánchez Flores, Jesús Álvarez (sacerdote español), Margarita García de Souza, Andrés Pedro Caporale, Germán Gargano, María José Sánchez y Silvia Leni.

El 29 de mayo nacía en el Chaco su hijo menor, Pedro Luis, fruto de su relación con Hilda, que fue vista por última vez en agosto del 76 corriendo en Guernica con su bebé en brazos. Del cuidado de Carlos Alberto, el primogénito se hizo cargo otra compañera, Lidia Haydée Scocimarro, quien llevó al niño con su abuela materna.

Estando en una celda del Pozo de Banfield desnudo y esposado a otro detenido, en medio de aguas servidas, presenció la muerte de ese compañero, cuyo nombre no recordó. En cambio sí se acordó del policía que fue a ver qué pasaba, de apellido Gorosito, de quien dijo que estaba «siempre impecable, vestido de civil, con los zapatos lustrados y un pullover amarillo de angora. Tendría 30 años», respondió interrogado luego por una de las abogadas querellantes. «Todos los guardias que estaban adentro eran miembros de la Brigada», sentenció el sobreviviente.

La letrada solicitó que el Ministerio de Seguridad bonaerense expida la lista de personal policial de apellido Gorosito.

Nadal también mencionó el caso de una joven que estaba embarazada y que años después identificó como Norma Dolores Castillo, que pudo recuperar a su hijo, Nelson, que hoy tiene 40 años. Pero dijo desconocer si nació en cautiverio o no.

El circuito de cautiverio de Nadal siguió por la cárcel de Sierra Chica, donde estuvo cuatro años y fue sometido a maltratos como una paliza que recibió de más de 20 carceleros que además lo intoxicaron con productos químicos. Pudo mencionar a algunos: el cabo Pérez, el cabo Rosales, Quinteros, Gregorini y Laborde, y otros más.

Según su relato, la propia Cruz Roja Internacional constató los golpes que tenía durante su visita al país en 1978 poco después del Mundial de Fútbol. Poco antes, un juez de Olavarría le recomendó que no le hablara a la Cruz Roja de sus dolencias ni de los sucesos del pabellón de castigo.

De Sierra Chica lo trasladaron a la Unidad 9 de La Plata: «Allí me encontré con un montón de gente de mi provincia. Siempre metían un confidente entre nosotros pero tratábamos de aislarlo aunque ya no había nada para ocultar ni teníamos necesidad de comunicarnos clandestinamente».

En estas circunstancias le llegó «inesperadamente» su aprobación de «opción» para salir del país. «Más que una opción era que a uno lo echaban del país», aseguró sin perder la calma pero con la tristeza en el rostro. Fue entonces cuando recibió la visita de su hijo Carlos Alberto que ya tenía 7 años. «La visita fue en el locutorio infame con un vidrio y un teléfono que se comunica. Fue impresionante reencontrarme con mi hijo. Le dije que eso no era un hospital sino una cárcel. Le dije que estaba próximo a irme a Francia y que me gustaría que él viniera con la abuela».

Pese a que hubo un intento de trabar su salida del país atribuyéndole dos delitos de robo con los que nada tenía que ver, logró viajar a Francia.

Gracias al apoyo de Abuelas de Plaza de Mayo a quienes se acercó por Chicha Mariani, fallecida en 2018, hace 14 años logró reecontrarse con su hijo menor, Pedro Luis, que conoció su verdadera identidad mediante un test de ADN. Había sido criado por un apropiador, «un tal Ferián» que pertenecía a la Brigada de Quilmes y su mujer Yolanda.

Más de 45 años después de lo ocurrido, Nadal aseguró que brindar este testimonio «es un momento importantísimo para mí» y fue muy contundente al afirmar que «el plan sistemático no se agotó en nosotros. Estos genocidas no se conformaron con nosotros».

Su mamá falleció de un infarto. Su primera esposa sigue desaparecida. Su hijo Carlos Alberto tuvo muchos problemas de salud. Su exilio en Francia no fue sencillo. «Tuve que aprender el idioma para poder trabajar».

«Mi pedido, en nombre de mi querida compañera Hilda y de mis hijos y de todos estos compañeros que somos muchos más de 30 mil es que cuando se dicten las sentencias que consideren pertinentes se pueda llegar a sentencia firme en tiempo y forma. Nosotros ya tenemos 70 años. Muchos represores se murieron sin pasar por la justicia y otros no se han muerto y disfrutan de una prisión domiciliaria», dijo Nadal que declaró en juicios anteriores.

«Tenía la cara desfigurada por los golpes»

Nacido en 1948, Luis Alberto Messa, sobreviviente del Pozo de Banfield, vivió en Capital Federal hasta los 20 años. Luego del servicio militar empezó a trabajar en la Dirección General de Fabricaciones Militares. Tras reivindicar su identidad peronista, a fines de los 70 empezó a organizar la junta interna de delegados cercana a ATE seccional Buenos Aires y seccional Rosario.

«Luego empezamos a tener contacto con la JTP y con el PJ en Escobar porque mi familia es de allí. Ya para fines de 1972 empecé a militar en el ámbito territorial en el seno de la JUP (Juventud Universitaria Peronista) Tendencia Revolucionaria. Nuestra conducción estratégica era la organización Montoneros», precisó antes de mencionar las tareas comunitarias desarrolladas en el ámbito territorial. En 1975 se incorporó a Montoneros.

Pero a fines de enero de 1976 allanaron la casa de sus padres en Escobar. «A partir de ahí asumí una semi-clandestinidad». En los últimos días de marzo volvieron a allanar la vivienda, rompieron todo y se llevaron más cosas de valor.

«El 31 de diciembre de 1976 me arrestaron en la calle en Escobar cerca de la estación de trenes». De la comisaría de Escobar lo llevaron al CCD El Buque en Zárate Campana donde las torturas eran colgar a los detenidos del guinche o «el estiramiento tipo potro». De allí fue al Tiro Federal de Campana y al Arsenal de Marina de Zárate en el lapso de 15 días, recordó, antes de precisar que hay un video cuando varios sobrevivientes reconocieron esos sitios de detención clandestina.


Llegó al Pozo de Banfield sin saber que era esa localidad del sur del Conurbano. «Me trasladaron un día que llovía en un camión con muchos compañeros y compañeras […] siempre estuvimos atados de pies y manos con alambre», recordó. Y mencionó haber visto allí a dos conocidos Eva y Raúl Marciano que no lo reconocieron «porque yo tenía la cara desfigurada por los golpes».

En el Pozo de Banfield estuvo cinco días. Durante las noches lo tabicaban y lo llevaban a la sala de interrogatorios. «Me preguntaban datos personales, qué había hecho… Me decían ‘montonero asesino’, ‘peronista de mierda’, me golpeaban con la pistola y otros elementos contundentes. Los golpes eran en las rodillas, en los brazos y en la cabeza y la columna. Eran 4 o 5 interrogadores».

«Supuse que los que interrogaban no eran siempre los mismos y que eran de distintas fuerzas. Siempre preguntaban lo mismo. Se repetían», reflexionó.

Del Pozo de Banfield lo llevaron al Hospital Militar de Campo de Mayo. Después de bañarlo con una manguera porque «me decían que estaba lleno de mierda […] Me empiezan a curar las heridas de la muñeca derecha porque el alambre estaba incrustado».

Allí estuvo 6 o 7 días. Cada noche había un simulacro de fusilamiento y los interrogatorios eran más exhaustivos sobre mi actividad política y desde el punto de vista político e ideológico.

Hacia el 29 o 30 de abril y antes de trasladarlo en avión hasta Azul para llevarlo a Sierra Chica un jefe médico le aseguró que no se explicaban «cómo aguantaste tanta tortura».

En abril de 1979 lo trasladaron a la U9 y de allí a Rawson hasta fines de 1980. Vuelta a La Plata hasta el 23 de junio de 1982 cuando le dieron «libertad vigilada» hasta fines de ese año.
«Ese fue mi itinerario de preso», concluyó Messa.

Interrogado por el fiscal Juan Martín Nogueira, Messa precisó que en los interrogatorios «siempre me preguntaban [por la doctora] Marta Velasco y la posta sanitaria de Montoneros y dónde tenía guardada la plata. Marta era de mi barrio y era mi médica personal y se crió con mi mamá. Marta era peronista. Fue secretaria de Bienestar Social en el primer gobierno municipal de Escobar y era muy cercana a nosotros. Marta Velasco está desaparecida».

Messa también se refirió a las condiciones detención. Estaba descalzo. Había un plato de comida al mediodía. ¿Bañarse? Ni pensar. ¿Atención médica? «Noooo», respondió. «La atención médica era para sostenernos para la tortura, lo aclaro como concepto», respondió siempre con la misma calma y seriedad.

La discriminación social

Los vecinos dejaron de saludarlos en su barrio o directamente cruzaban a la vereda de enfrente pese a ser una familia de Escobar de toda la vida. Messa entonces recordó que los vecinos del Pozo de Banfield escuchaban todas las noches los gritos provocados por la tortura y citó un libro reciente titulado Historia del horror que recaba testimonios de historia oral. «Los vecinos pensaban que eran gritos de las putas y los chorros a los que levantaba la policía. Lo tenían normalizado», respondió al fiscal.

Messa rearmó su vida. «Nos fuimos curando en vida y en la actividad política con el pueblo peronista», dijo cuando le preguntaron sobre las consecuencias de su secuestro en él y en su familia y aclaró que al primo que lo iba a visitar a Rawson y depositaba plata para él y para otros compañeros lo secuestraron y le dieron una paliza porque pensaban que yo tenía plata de Montoneros.

«De a poco se fue perdiendo el temor en la familia pero eso no se pierde nunca», precisó y dijo que cuando pidió ser reincorporado a su trabajo, ya en democracia, «tres coroneles» que estaban en la dirección de FM se lo negaron. «Para nosotros usted es un cuadro del enemigo».

«Pudimos recuperar la libertad, pero la vuelta al trabajo y la reinserción era difícil», aseguró. «Yo para algunos sectores del peronismo no dejaba de ser un montonero asesino. Para muchos seguía vigente el discurso instalado por la dictadura», agregó.

Messa destacó la importancia del juicio y reiteró su colaboración para poder dar con el paradero de los «compañeros que siguen desaparecidos».

Torturas y exilio

Finalmente prestó testimonio Lucía Deón, sobreviviente de Banfield y de Quilmes detenida por primera vez el 14 de noviembre de 1974 en un bar de Lomas de Zamora junto a tres compañeros: Juan Alejandro Barry, Carlos Pachaglian y Jorge Acuña Saravia. «Fuimos llevados a la primera de Lomas y allí torturados».

«En mi caso quedé con media parálisis y pasados unos días me llevaron a lo que luego supimos que era Pozo de Banfield». Allí en cambio no los torturaron.

Deón trabajaba como inspectora de fábrica de toda la zona sur (Quilmes, Berazategui, Avellaneda, Lanús) lo que era el «cordón industrial del sur» para la Municipalidad de Lomas de Zamora. Pero también era delegada del gremio municipal y estaba en la JTP (Juventud Trabajadora Peronista).


«A fines de febrero nos comunicaron que estábamos a disposición del PEN (Poder Ejecutivo Nacional). Pedí opción para salir a Perú y me llevaron a coordinación federal en los primeros días de marzo. El 4 de marzo salí a Perú yo sola no con los otros tres. Me quedé en Perú».

Joven militante en grupos cristianos, Lucía, hoy con el pelo cano, logró que un abogado cercano a la Iglesia gestionara su salida del país. Previamente, los llevaron a declarar a un tribunal. «Cuando quise declarar torturas el juez me dijo ‘para qué mezclar torturas si es legal en nuestro país’», comentó aún azorada.

Los interrogatorios durante las sesiones de tortura versaban sobre sus actividades de inspección en fábricas tales como la cervecería Biecker, la industria química que está en Lomas, Molinos Río de la Plata, respondió interrogada por la abogada querellante Guadalupe Godoy. «Nosotros íbamos a inspeccionar las fábricas pero también reuníamos a los operarios y les dábamos charlas sobre seguridad industrial. Parece que eso les molestaba bastante. Una vez recibí una ‘amenaza suave’ de una de las empresas. ‘Eso no era conveniente porque los operarios exigían demasiadas cosas’, me dijeron», comentó.

En Perú estuve hasta junio-julio, hasta el golpe de Estado. De allí los militantes fueron a México desde donde regresó a Argentina de forma clandestina. En diciembre de 1978 fue nuevamente secuestrada y llevada al CCD El Olimpo, de donde recuerda «una escena de aquelarre de celebración de la Navidad».

En enero fue trasladada a la Brigada de Quilmes, a donde llegó junto a Oscar «el Tano» González, Néstor Zurita, Angel Laurenzano, Guillermo que era arquitecto, Jorge Vázques que era médico, Mario Villani que era físico militar, Daniel que era fotográfo y Cacho Peronio que era abogado.

De los guardias recordó tres apodos: «el tío Colores», «Paco» y «Piraña» a quienes «conocía del Olimpo», sostuvo. Lucía fue trasladada luego a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) donde la llevaron al sector conocido como «Capucha».

«Después de 20 días me llevan a hablar con (Jorge Eduardo ‘el Tigre’) Acosta» (condenado a perpetua) que había conocido a su compañero como cursillista. Su compañero estaba muerto y su hijo de 8 años estaba con su familia en Córdoba.

Luego la mandaron a La Pecera donde su labor era recortar las informaciones sobre el Ministerio de Desarrollo Social.

En la ESMA estuvo hasta después de la Guerra de Malvinas. Pero hasta las elecciones de 1983 tuvo que seguir yendo allí para controlar que estaba en el país.

Antes de concluir la audiencia, Godoy mencionó el reciente fallecimiento de dos sobrevivientes de estos dos CCD que tenían previsto declarar como testigos: José María Iglesias, acaecido el 8 de febrero y Mario Villani, el 10 de febrero.

En este juicio se debaten delitos de lesa humanidad perpetrados en unas 500 víctimas que pasaron por esos tres CCD. En las últimas audiencias, casi ningún imputado está presente ni siquiera de modo virtual como el resto de los participantes, sino que están sus abogados defensores. El tribunal está integrado además de Basílico por los jueces Walter Venditti, Esteban Rodríguez Eggers y Fernando Canero.

La próxima audiencia será el 2 de marzo a las 9:30 hs.

La audiencia puede seguirse en vivo por el canal de YouTube de La Retaguardia y el Facebook de la Comisión Provincial por la Memoria. Las reseñas del juicio y los videos de las audiencias también pueden encontrarse en: www.juiciobanfieldquilmeslanus.wordpress.com.


SECCIONES