Una nueva ola de artistas independientes ha comenzado a retirar su música de Spotify, no por cuestiones contractuales ni por la clásica disputa sobre regalías, sino por una razón más profunda y disruptiva: el repudio al financiamiento de la industria militar por parte de Daniel Ek, CEO de la plataforma de streaming más utilizada del mundo.
La chispa se encendió cuando se supo que Ek, de forma personal, destinó más de 100 millones de euros a Helsing AI, una empresa de inteligencia artificial militar con sede en Alemania que trabaja desarrollando tecnología para ejércitos de Europa Occidental. Helsing se especializa en sistemas de análisis en tiempo real para escenarios de combate y ya ha firmado contratos con los ministerios de Defensa de Alemania, Reino Unido y Francia, incluyendo desarrollos para el avión de combate Eurofighter Typhoon.
“No queremos que nuestra música mate personas”, escribió la banda experimental Deerhoof al anunciar la retirada total de su catálogo de Spotify. Su decisión se convirtió en un eco inmediato para decenas de artistas que comenzaron a expresar públicamente el mismo rechazo. Entre los más destacados que ya dieron de baja su música están King Gizzard & the Lizard Wizard, que publicó: “Fuck Spotify”, y Xiu Xiu, que calificó a la plataforma como un “portal de Armagedón basura”. David Bridie, artista australiano defensor de causas indígenas, también se sumó a la medida denunciando que Spotify paga mal y, además, subsidia armamento.
A ellos se suman artistas como Leah Senior, Kalahari Oyster Cult y Dr Sure’s Unusual Practice, entre otros. La protesta se volvió colectiva, pero no es nueva: desde hace tiempo, muchos músicos cuestionan que Spotify pague entre 0,003 y 0,005 dólares por reproducción, un modelo que los obliga a alcanzar cifras astronómicas para vivir de su trabajo. Ahora, sin embargo, el reclamo trasciende lo económico. El foco está en el modelo ético que sostiene el negocio. Mientras miles de artistas luchan por subsistir, el CEO de la empresa invierte cientos de millones en desarrollos bélicos con inteligencia artificial. Esa contradicción —entre creación cultural y destrucción militar— se convirtió en el detonante.
Muchos de estos artistas no sólo abandonan Spotify: también impulsan otras plataformas como Bandcamp, que ofrecen un esquema de distribución más directo y con mayor retribución. Pero el gesto tiene una carga simbólica: no se trata sólo de dónde se escucha la música, sino de con qué valores se sostiene esa escucha. La retirada es una forma de ruptura con un modelo que, para muchos, ya no sólo es injusto sino insostenible desde lo humano y lo político.
Por su parte, Daniel Ek defendió su inversión en Helsing alegando que el objetivo es “defender los valores democráticos de Europa” y que la empresa se alinea con principios de seguridad defensiva. Pero la comunidad artística no compró ese argumento. Para ellos, la línea entre defensa y agresión es cada vez más difusa, especialmente cuando lo que está en juego son sistemas autónomos, drones de combate y algoritmos que deciden en situaciones de guerra.
Lo que empezó como un reclamo silencioso hoy se convierte en una movida colectiva. Aunque ninguna de las grandes estrellas del mainstream se haya sumado por ahora, el gesto de estos artistas independientes reabre una pregunta crucial: ¿qué responsabilidad tienen los creadores sobre el uso indirecto de su obra? En un mundo donde la música viaja por plataformas cuyos beneficios terminan en industrias armamentistas, bajarse de Spotify puede sonar más fuerte que cualquier canción.