América Latina gira a la izquierda: de Pedro Castillo a Gabriel Boric

Con los triunfos en Perú, Honduras y Chile el progresismo se consolida en la región y se ilusiona con la posibilidad de que, en el 2022, Colombia y Brasil también se sumen a la oleada de gobiernos populares.

Es difícil entender y analizar los procesos políticos y sociales cuando se es contemporáneo a ellos. Las expectativas generadas dentro de los marcos ideológicos suelen imponerse y llevar a los analistas a hacer (en algunos casos, con muy mala intención o con excesivo exitismo) planteos falaces como: «el fin de la Historia», «el fin del ciclo progresista» o «la muerte del capitalismo».

Lo que sí parece cada día más evidente es que América Latina es una región en disputa entre dos modelos: uno egoísta, individualista, que concentra la riqueza, los medios de producción, los medios de comunicación, los bienes materiales y simbólicos en muy pocas manos y que ha transformado derechos básicos en privilegios para unos pocos, frente a otro modelo que plantea la solidaridad, la soberanía política, la independencia económica y la justicia social como elementos básicos para la construcción de mejores sociedades y un mejor futuro para todas y todos.

En esa disputa, los años 2021 y 2022 pueden transformarse en una bisagra para la región. Pero el «despertar» de América Latina comenzó mucho antes, incluso antes de que la pandemia dejara en evidencia el fracaso del modelo neoliberal.

Un largo recorrido

El neoliberalismo, que se instaló a sangre y fuego en la región a través de las dictaduras militares impulsadas por Estados Unidos y se consolidó con los Gobiernos elegidos democráticamente que se alinearon con el Consenso de Washington, estalló durante el Caracazo (Venezuela, 1989) y en el estallido social del 19 y 20 de diciembre en Argentina (2001). Aquellas crisis generaron el advenimiento de procesos populares que tuvieron diversidad de formas (de izquierda, nacional popular, de base indigenista, progresistas, etcétera).

A mediados de la segunda década del siglo XXI, algunos de estos procesos populares fueron interrumpidos (en algunos casos, por derrotas electorales, en otros, por traiciones políticas, y en otros, por golpes de Estado).

La derecha intento volver a instalar la idea de que el único modelo político era el neoliberal.

Un rápido despertar

Poco tiempo después, los triunfos del campo popular en México, con Andrés Manuel López Obrador (2018); en Argentina, con Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner (2019); y en Bolivia, con Luis Arce (2020), mostraron que esos procesos progresistas tenían suficiente fuerza para rehacerse. Esta nueva oleada de Gobiernos se sumó a los que venían resistiendo la agresión regional en Nicaragua, Cuba y Venezuela.

Los estallidos sociales de 2019 en Chile, Colombia y Ecuador preanunciaban grandes cambios.

En Chile, la movilización popular logró que se instalase una convención constitucional para crear una nueva carta magna que remplazara a la instalada durante la dictadura de Augusto Pinochet.

El 2021 fue el año de los triunfos de los proyectos populares en Perú (con Pedro Castillo), Honduras (con Xiomara Castro) y Chile (con Gabriel Boric). Y el 2022 puede ser el año en el que el campo popular llegue a los Gobiernos de Colombia, de la mano de Gustavo Petro (en mayo) y de Brasil, de la mano de Luiz Inácio Lula da Silva (en octubre).

Esto no quiere decir que la derecha esté muerta y enterrada. Lejos de ello, ese sector ha decidido mostrar su peor cara con el resurgimiento de los discursos autoritarios (que también se dan con Vox en España, Marine Le Pen en Francia y Donald Trump en Estados Unidos). Esos discursos han tomado nuevamente fuerza en la región con Jair Bolsonaro en Brasil, José Antonio Kast en Chile, los golpistas encabezados por Jeanine Áñez, Arturo Murillo y Fernando Camacho en Bolivia, Javier Milei en Argentina y el uribismo y el paramilitarismo en Colombia.

Todo ello deja en evidencia que la región está en disputa. El campo popular ha ganado batallas importantes y tiene la oportunidad de concretar grandes triunfos en 2022, pero esos logros no están tallados en piedra. Tampoco lo están las derrotas pasadas o las que puedan suceder en un futuro próximo o lejano. La lucha en la región es constante y requiere un compromiso cotidiano para que los derechos de las grandes mayorías puedan consolidarse y el proyecto de un futuro mejor para todas y todos tenga más triunfos que derrotas.


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